De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación... J.L.Borges
domingo, 28 de febrero de 2010
¿Qué Quieres? - Pedro Calderon de la Barca
quiero cuanto hay en mí del todo darte
sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.
Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte,
quiero perderlo todo por hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.
Quiero, amable JESUS, abismarme
en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme.
Quiero, por fin, en Tí transfigurarme,
morir a mí, para vivir tu vida,
perderme en Tí, JESUS, y no encontrarme.
lunes, 15 de febrero de 2010
Y me declaro culpable - Pablo Neruda
no haber hecho,
con estas manos que me dieron,
una escoba.
¿Por qué no hice una escoba?
¿Por qué me dieron manos?
¿Para qué sirvieron
si sólo vi el rumor del cereal,
si sólo tuve oídos para el viento
y no recogí el hilo
de la escoba,
verde aún en la tierra,
y no puse a secar los tallos tiernos
y no los pude unir
en un haz áureo,
y no junté una caña de madera
a la falda amarilla
hasta dar una escoba
a los caminos?
Así fue:
no sé cómo,
se me pasó la vida
sin aprender, sin ver,
sin recoger y unir
los elementos.
En esta hora no niego
que tuve tiempo,
tiempo,
pero no tuve manos
y así, ¿cómo podía
aspirar con razón a la grandeza,
si nunca fui capaz
de hacer una escoba,
una sola,
una?
Sí, soy culpable
de lo que no dije,
de lo que no sembré, corté, medí,
de no haberme incitado
a poblar tierras,
de haberme mantenido en
los desiertos.
y de mi voz hablando con la arena.
domingo, 14 de febrero de 2010
Del libro "El Último Encuentro" Escrito por Sandór Márai
lunes, 8 de febrero de 2010
Rima XLV - Gustavo Adolfo Bécquer
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidrie
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
Rima del libro Los Gorriones
Actos dos, Escena dos
duda que el Sol haga movimientos,
duda que la verdad sea una mentira,
pero nunca dudes que te amo.
¡Oh, querida Ofelia!, soy malo para hacer versos.
No tengo arte para expresar mis penas; pero cree
que te amo demasiado, ¡oh, demasiado! Adiós.
Tuyo eternamente, mi más querida dama,
mientras este cuerpo exista, Hamlet.
Extracto del libro Hamlet escrito por sir William Shakespeare
jueves, 4 de febrero de 2010
Algo hicimos mal - Oscar Arias
No podemos olvidar que América Latina tuvo universidades antes de que Estados Unidos creara Harvard y William & Mary, que son las primeras universidades de ese país. No podemos olvidar que en este continente, como en el mundo entero, por lo menos hasta 1750 todos los americanos eran más o menos iguales: todos eran pobres.
Cuando aparece la Revolución Industrial en Inglaterra, otros países se montan en ese vagón: Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda… y así la Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa, y no nos dimos cuenta. Ciertamente perdimos la oportunidad.
También hay una diferencia muy grande. Leyendo la historia de América Latina, comparada con la historia de Estados Unidos, uno comprende que Latinoamérica no tuvo un John Winthrop español, ni portugués, que viniera con la Biblia en su mano dispuesto a construir “una Ciudad sobre una Colina”, una ciudad que brillara, como fue la pretensión de los peregrinos que llegaron a Estados Unidos.
Hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso Per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza Per cápita que Singapur, y hoy Singapur –en cuestión de 35 ó 40 años – es un país con $40.000 de ingreso anual por habitante. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos.
¿Qué hicimos mal? No puedo enumerar todas las cosas que hemos hecho mal. Para comenzar, tenemos una escolaridad de 7 años. Esa es la escolaridad promedio de América Latina y no es el caso de la mayoría de los países asiáticos. Ciertamente no es el caso de países como Estados Unidos y Canadá, con la mejor educación del mundo, similar a la de los europeos. De cada 10 estudiantes que ingresan a la secundaria en América Latina, en algunos países solo uno termina esa secundaria. Hay países que tienen una mortalidad infantil de 50 niños por cada mil, cuando el promedio en los países asiáticos más avanzados es de 8, 9 ó 10.
Nosotros tenemos países donde la carga tributaria es del 12% del producto interno bruto, y no es responsabilidad de nadie, excepto la nuestra, que no le cobremos dinero a la gente más rica de nuestros países. Nadie tiene la culpa de eso, excepto nosotros mismos.
En 1950, cada ciudadano norteamericano era cuatro veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, un ciudadano norteamericano es 10, 15 ó 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de Estados Unidos, es culpa nuestra.
En mi intervención de esta mañana, me referí a un hecho que para mí es grotesco, y que lo único que demuestra es que el sistema de valores del siglo XX, que parece ser el que estamos poniendo en práctica también en el siglo XXI, es un sistema de valores equivocado. Porque no puede ser que el mundo rico dedique 100.000 millones de dólares para aliviar la pobreza del 80% de la población del mundo –en un planeta que tiene 2.500 millones de seres humanos con un ingreso de $2 por día– y que gaste 13 veces más ($1.300.000.000.000) en armas y soldados.
Como lo dije esta mañana, no puede ser que América Latina se gaste $50.000 millones en armas y soldados. Yo me pregunto: ¿quién es el enemigo nuestro? El enemigo nuestro, presidente Correa, de esa desigualdad que usted apunta con mucha razón, es la falta de educación; es el analfabetismo; es que no gastamos en la salud de nuestro pueblo; que no creamos la infraestructura necesaria, los caminos, las carreteras, los puertos, los aeropuertos; que no estamos dedicando los recursos necesarios para detener la degradación del medio ambiente; es la desigualdad que tenemos, que realmente nos avergüenza; es producto, entre muchas cosas, por supuesto, de que no estamos educando a nuestros hijos y a nuestras hijas.
La buena noticia es que esto lo logró Deng Xioping cuando tenía 74 años. Viendo alrededor, queridos Presidentes, no veo a nadie que esté cerca de los 74 años. Por eso solo les pido que no esperemos a cumplirlos para hacer los cambios que tenemos que hacer.
Muchas gracias
Discurso de Oscar Arias en la Cumbre de las Américas, Trinidad y Tobago. 18 de abril del 2009
Poema 15 - Pablo Neruda
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto
De el libro: 20 poemas de amor y una canción desesperada
Los 15 de Tito Monterroso
1. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
2. Ulises, de James Joyce.
3. El proceso, de Franz Kafka.
4. La autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein.
5. La montaña mágica, de Thomas Mann.
6. Seis personajes en busca de un autor, de Luigi Pirandello.
7. Residencias(s) en la tierra, de Pablo Neruda.
8. Ficciones, de Jorge Luis Borges.
9. Poesía, de Vladimir Mayakovski.
10. Teatro, de Antón Chéjov.
11. Alcoholes, de Guillaume Apollinaire.
12. Manifiestos del Surrealismo, de André Bretón.
13. La tierra baldía, de T. S. Eliot.
14. Cantos, de Ezra Pound.
15. Pigmalión, de George Bernard Shaw.
¿Por qué sólo estos autores y estas obras y no otros? En primer lugar, como es obvio, porque el límite son 15, según la revista Quimera que me pidió esta lista. ¿Y en segundo y en tercero y en cuarto? He visto la respuesta de, por ejemplo, Rafael Humberto Moreno-Durán o Augusto Roa Bastos y, lo inevitable, hay coincidencias, pero a la vez señalan nombres que a mí me sorprenden tanto como ellos se sorprenderán con algunos consignados por mí.
Días más tarde, conversando de esto en París con Jorge Enrique Adoum y otros amigos con quienes entramos en el juego quimérico, cada quien mencionaba autores diferentes (después de estar de acuerdo, por supuesto, en lo que se refiere a Pound, Joyce, Proust y Kafka) y no había más remedio que convencerse de que lo interesante (o el chiste, como decimos nosotros) de estas listas es, venturosamente, dar pie al desacuerdo y a la discusión.
Tomado de su libro La letra E (1987)
martes, 2 de febrero de 2010
La vida, José Emilio
Su fulgor abstracto
es inasible.
¿Quién se atreve a empezar así un poema de amor a su país? Sólo José Emilio Pacheco. Él que es, como la luna, implacable. José Emilio está hecho de una bondad irónica, de una erudición tímida, de una lucidez despiadada. ¿De qué otro modo puede ser la lucidez? Con todo eso iluminó nuestra conversación cuando por fin pude hablar con él para felicitarlo por el Premio Reina Sofía. Durante la mañana descolgó el teléfono. Temía las entrevistas porque lo apena repetir sus respuestas. No es fácil responder muy distinto a preguntas idénticas, pero lo hizo. Gastará el premio en medicinas. ¡Gran respuesta! Me reí de la contundencia con que habla de su fobia a que le tomen fotos. Años varios tenemos todos, pero él dice tan bien lo que otros no nos atrevemos a decir: como por azar, en las nimiedades, sin miedo en la verdad a secas. Que no le gusta verse viejo. Tiene razón, pero su fulgor no es inasible. Al revés, convoca la parrandera pleitesía de los jóvenes. Pude ver a mis hijos. Nada más divertido que oírlo conversar. Está lleno de anécdotas y de juicios sumarios en contra de sí mismo. Es, como su poesía, lúdico y sabio. Ha dicho con el aire a desdicha que sonríe en sus palabras:
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
y tres o cuatro ríos.
Este poema drástico de José Emilio es una fiera invitación al propio recuento. Así quiero tomarlo. No amo a mi patria, digo, y ¿qué siento sino una verdad seca como el acero? Y la culpa: es inasible su fulgor abstracto. Pero (aunque suene mal), hay que decirlo, daríamos la vida por algunos lugares.
Diez, dijo José Emilio. ¿Cuántos diríamos otros? Yo por la luz de Cozumel, sin tregua. Por los volcanes palideciendo: inmensos. Por las casas en que duermen los míos, las camas en que mis hijos ven la tele, el comedor desde el que miramos los helechos mientras reconstruimos esto que los periódicos nos dejan en la mesa como una estampa de la patria inhóspita.
Daría la vida por las calles de Puebla, trazadas por el Renacimiento, devastadas por años de rapiña y desamor. La vida por el parque en que camino, el aire que cruzan las palabras con que trenza su historia cierta gente, cuando habla de su mundo y el nuestro.
La vida por la explanada de Ciudad Universitaria y por las escaleras que suben al teatro de Bellas Artes.
La vida si hubiera que salvar la salsa verde, los chiles en nogada, el bacalao que vino de otra patria, el pastel de mi madre, las tortillas saliendo del comal. No puso José Emilio sus comidas. Raro. ¿Cuáles serán la patria de su infancia?
La vida por la vida de los varios amores que me ha dado una ciudad “deshecha, gris, monstruosa”. La vida por el puerto de Veracruz al que fueron mis padres en su viaje de novios, la vida por saber, morbosa y mórbida, cómo le hicieron para enseñarse lo que no sabían.
La vida por el puerto de Acapulco, cuando era limpio y tenía cuatro horizontes. La vida por un pino que arrebata del suelo la enredadera frente a mi ventana, por uno muy chiquito que crece en el jardín plantado por un jardinero tardío, en un arranque de indestructible esperanza.
La vida por las viejas farmacias y las papelerías, por el pan de anís y el pan de agua, por el río Atoyac cuando era posible meter los pies y andar sus piedras, mirando cómo no caerse en su agua transparente.
La vida por el surco que mi sobrina quiere abrir frente al lugar en que guarda un caballo lombriciento que recogió hace cuatro días, la vida por una laguna y por un lago, por el arrecife de corales cerca de Chetumal, por quienes hacen cine.
La vida por los que tienen alma para esperar un autobús a las siete de la noche, la vida, José Emilio, por la fortaleza que puede ser tu casa con Cristina. Y por la fortaleza de los héroes sin libros, de las mujeres que soportaron a los hombres convertidos después en estatuas o discursos.
La vida, sin duda, por la rotonda en el panteón de Dolores, una mañana con pájaros dorándose sobre la tumba de López Velarde.
La vida por la vida en este país al que no amamos, José Emilio.
http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=455
Alta Traición - José Emilio Pacheco
es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida
por diez lugares suyos, cierta gente,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
(y tres o cuatro ríos).