De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación... J.L.Borges
martes, 29 de diciembre de 2009
Song of Myself - Whitman
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres de cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás; me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.
Traducción por Jorge Luis Borges
viernes, 25 de diciembre de 2009
Estas Navidades siniestras - Gabriel García Márquez
La mistificación empezó con la costumbre de que losjuguetes no los trajeran los Reyes Magos -como sucede en España con toda razón-, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.
Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noél de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad denieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen san Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, san Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germanicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de losjuguetes. y hace poco más de cien anos pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno, y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducídos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.
Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.
EL PAÍS - Opinión - 24-12-1980
Me besaba mucho - Amado Nervo
Me besaba mucho, como si temiera
irse muy temprano... Su cariño era
inquieto, nervioso. Yo no comprendía
tan febril premura. Mi intención grosera
nunca vio muy lejos
¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.
lunes, 21 de diciembre de 2009
Viceversa - Mario Benedetti
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte
o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.
Primero de Mayo
"El amor es frágil", pensaba, "pero quizás se salven los pedazos, las cosas que asomaron a los labios y que podrían haberse dicho. Las nuevas palabras de amor, la ternura que hemos aprendido, son tesoros que se guardan para el próximo enamorado".
Extracto del libro Cuentos de la Era del Jazz, F. Scott Fitzgerald
sábado, 12 de diciembre de 2009
Amor mío, mi amor, amor hallado - J. Sabines
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.
Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
sábado, 5 de diciembre de 2009
Pedro Páramo
Muy diversos son los análisis que ha ensayado la crítica. Acaso el más legible y el más complejo sea el de Emir Rodríguez Monegal. La historia, la geografía, la política, la técnica de Faulkner y de ciertos escritores rusos y escandinavos, la sociología y el simbolismo, han sido interrogados con afán, pero nadie ha logrado, hasta ahora, destejer el arco iris, para usar la extraña metáfora de John Keats.
Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura.
Por Jorge Luis Borges
jueves, 3 de diciembre de 2009
El libro favorito de Julio Cortázar
Todo libro es un libro y su lector, y cuando el lector es joven e ingenuo, sus lecturas lo invaden con una fuerza que la madurez irá limando más tarde para reemplazarla por otras impresiones sin duda más ricas, pero desprovistas ya de ese aletazo de maravilla, de esa gran ola de pasión que fueron los libros leídos en la juventud.
Por eso no me sorprende que la pregunta me devuelva instantáneamente al recuerdo de los libros que jamás releeré. No los releeré porque si lo hiciera el hombre viejo mataría al hombre nuevo, el crítico al poeta, el analista al ingenuo, y aunque esas muertes ya están cumplidas en tantos otros planos, yo no quisiera vivir si algo de mí no guardara para siempre al niño, al inocente, al gran bobo maravillado. Y ciertos recuerdos lo guardan y lo salvan: algunos libros, algunos amores, algunos atardeceres.
Claro está, hay obras, como La Ilíada, que conserva su magia a toda edad de lectura, y sé que puedo volver a ella sin riesgo de decepción. Pero otros libros se dejan morder tristemente por el tiempo, y si queremos preservar hasta el fin su maravilla no hay que abrirlos una segunda vez; por eso nunca más leeré El hombre que ríe, ahí está en la biblioteca al alcance de la mano que sin embargo no se tenderá hacia él.
¿Por qué El hombre que ríe? Por Víctor Hugo, claro, su genio visionario, su estilo en constante claroscuro, sus golpes de efecto, su retórica sublime y su filosofía de huecas resonancias. Pero si de todas sus novelas prefiero ésta es porque colmó en su día la necesidad de extrañamiento que siempre hubo en mí.No la recuerdo en detalle, pero sé que contenía sombríos paisajes de una Inglaterra feudal y primitiva, horcas en las encrucijadas, un pobre héroe llamado Gwymplaine, desfigurado por mendigos profesionales que lo condenaban a una perpetua, horrible sonrisa. Recuerdo un combate salvaje, cuando el boxeo se libraba a puño limpio y hasta la muerte, una mujer fatal en un marco de castillos macbethianos: sé que Gwymplaine encontraba el amor y la muerte al término de olvidadas aventuras.
Soy incapaz de contar el libro, e incluso este vago resumen estará lleno de errores. Lo que verdaderamente sé es la fascinación que El hombre que ríe pudo infundir a un adolescente, la aceptación apasionada de un mundo más rico y misterioso y terrible que el que me rodeaba entonces.
Me ocurre todavía antes de dormirme, ver un paisaje nocturno por el que avanza un niño desfigurado; en algún momento surgirá la horca con sus espantoso morador. Cuando me duermo, del otro lado de la noche me está ya esperando alguien que sonreirá indulgente después de los fantasmas de la duermevela, pero que nunca, a ningún precio, volverá a leer El hombre que ríe.
Tomado de la revista española Cambio 16 (Nro. 638, 20/02/1984).
sábado, 28 de noviembre de 2009
Biblioteca
Mi biblioteca es otra humanidad
con patriciados razas personajes
desastres y esplendores del pasado
y lomos gruesos como los de antes
libros para los viejos que se fueron
para los niños que se vuelven padres
libros pesados como diccionarios
unos eternos y otros olvidables
la biblioteca vive en las paredes
me mira suspicaz e interrogante
no está segura de que sea el mismo
que hurgaba en sus manuales hasta tarde
ciertas obras que fueron condenadas
por la censura están en otro estante
cubiertas por la Biblia y el Talmud
y otras mascarillas respetables
mi bibliotea es otra humanidad
plena de rostros dulces o salvajes
pero cuando una noche yo me extinga
mi biblioteca quedará vacante
o vendrán otros ojos inexpertos
que pueden ser espléndidos o frágiles
y libro a libro habrá que sugerirles
cómo es que se cierran y se abren
Mario Benedetti
viernes, 27 de noviembre de 2009
-¿Quieres embarcarte? –Me preguntó el Espíritu-. Mira aquel esquife que, besado por la luna, parece de nácar. ¡Es para ti! Lo he reservado para ti… ¿Quieres embarcarte?
¡Oh amada mía! Para navegar por ese divino océano de la paz era preciso dejarte a ti –a ti, amada mía- en la ribera; y moviendo melancólicamente la cabeza, contesté al ángel:
-¡No puedo, de veras que no puedo!
Fragmento Los Esquifes de Amado Nervo
miércoles, 25 de noviembre de 2009
La niña del faro
"Cuéntame un cuento, Pew", dice la protagonista de "La niña del faro", de Jeanette Winterson... -¿Qué clase de cuento, pequeña?
- Uno con final feliz.
- En el mundo eso no existe.
- ¿Un final feliz?
- No, un final.
martes, 24 de noviembre de 2009
Rima XXX - Gustavo Adolfo Bécquer
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ?¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ?¿Por qué no lloré yo?
miércoles, 21 de octubre de 2009
Asombro por Juan Rulfo
El descubrimiento de Juan Rulfo -como el de Franz Kafka- será sin duda un capítulo esencial de mis memorias. Yo había llegado a México el mismo día en que Ernest Hemingway se dio el tiro de la muerte, el 2 de julio de 1961, y no sólo no había leído los libros de Juan Rulfo, sino que ni siquiera había oído hablar de él. Yo vivía en un apartamento sin ascensor de la calle Renán, en la colonia Anzures. Teníamos un colchón doble en el suelo del dormitorio grande, una cuna en el otro cuarto y una mesa de comer y escribir en el salón, con dos sillas únicas que servían para todo. Habíamos decidido quedarnos en esta ciudad que todavía conservaba un tamaño humano, con un aire diáfano y flores de colores delirantes en las avenidas, pero las autoridades de inmigración no parecían compartir nuestra dicha. La mitad de la vida se nos iba haciendo colas inmóviles, a veces bajo la lluvia, en los patios de penitencia de la Secretaría de Gobernación.
Yo tenía 32 años, había hecho en Colombia una carrera periodística efímera; acababa de pasar tres años muy útiles y duros en París y ocho meses en Nueva York, y quería hacer guiones de cine en México. El mundo de los escritores mexicanos de aquella época era similar al de Colombia y me encontraba muy bien entre ellos. Seis años antes había publicado mi primera novela, La hojarasca, y tenía tres libros inéditos: El coronel no tiene quien le escriba, que apareció por esa época en Colombia; La mala hora, que fue publicada por la editorial Era, poco tiempo después a instancias de Vicente Rojo, y la colección de cuentos de Los funerales de la mamá grande. De modo que era yo un escritor con cinco libros clandestinos, pero mi problema no era ése, pues ni entonces ni nunca había escrito para ser famoso, sino para que mis amigos me quisieran más y eso creía haberlo conseguido.
Mi problema grande de novelista era que después de aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocí bien a los autores buenos y malos que hubieran podido enseñarme el camino y, sin embargo, me sentía girando en círculos concéntricos, no me consideraba agotado; al contrario, sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos. En ésas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ''Lea esa vaina, carajo, para que aprenda''; era Pedro Páramo.
Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí "La metamorfosis" de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi 10 años atrás, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas y el asombro permaneció intacto; mucho después, en la antesala de un consultorio, encontré una revista médica con otra obra maestra desbalagada: La herencia de Matilde Arcángel; el resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores.
No había acabado de escapar al deslumbramiento, cuando alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo. La verdad iba más lejos, podía recitar el libro completo al derecho y al revés sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo.
Más tarde, Carlos Velo y Carlos Fuentes me invitaron a hacer con ellos una revisión crítica de la primera adaptación del Pedro Páramo para el cine. Había dos problemas esenciales: el primero, era el de los nombres. Por subjetivo que se crea, todo un nombre se parece en algún modo a quien lo lleva y eso es mucho más notable en la ficción que en la vida real. Juan Rulfo ha dicho, o se lo han hecho decir, que compone los nombres de sus personajes leyendo lápidas de tumbas en los cementerios de Jalisco; lo único que se puede decir a ciencia cierta es que no hay nombres propios más propios que los de la gente de sus libros; aún me parecía imposible y me sigue pareciendo, encontrar jamás un actor que se identificara sin ninguna duda con el nombre de su personaje.
Lo malo de esos preciosos escrutinios es que las cerrazones de la poesía no son siempre las mismas de la razón. Los meses en que ocurren ciertos hechos son esenciales para el análisis de la obra de Juan Rulfo, y yo dudo de que él fuera consciente de eso. En el trabajo poético -y Pedro Páramo lo es, en su más alto grado- los autores suelen invocar los meses por compromisos distintos del rigor cronológico; más aún, en muchos casos se cambia el nombre del mes, del día y hasta del año, sólo por eludir una rima incómoda, oír una cacofonía, sin pensar que esos cambios pueden inducir a un crítico a una confusión terminante. Esto ocurre no sólo con los días y los meses, sino también con las flores; hay escritores que no se sirven de ellas por el prestigio puro de sus nombres, sin fijarse muy bien si se corresponden al lugar o a la estación, de modo que no es raro encontrar buenos libros donde florecen geranios en las playas y tulipanes en la nieve. En el Pedro Páramo donde es imposible establecer de un modo definitivo dónde está la línea de demarcación entre los muertos y los vivos, las precisiones son todavía más quiméricas, nadie puede saber en realidad cuánto duran los años de la muerte.
He querido decir todo esto para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era imposible escribir sobre él, sin que todo esto pareciera sobre mí mismo; ahora quiero decir, también, que he vuelto a releerlo completo para escribir estas breves nostalgias y que he vuelto a ser la víctima inocente del mismo asombro de la primera vez; no son más de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles.
FIN
* Texto leído por Gabriel García Márquez el jueves 18 de septiembre de 2003, fecha en que se cumplió el cincuentenario de la primera edición de El Llano en llamas, en el programa radiofónico De 1 a 3.
Si leyéramos más
"Si leyéramos más, tendríamos hábitos de reflexión, capacidad de análisis, posibilidades de concentración, oportunidades de desarrollar nuestra creatividad.
Si supiéramos leer, aprenderíamos las lecciones de la historia, conoceríamos mejor lo que nos ofrece la geografía, entenderíamos la generosidad de la naturaleza y lo que arriesgamos cuando la destruimos.
Si supiéramos leer, conoceríamos las leyes y nuestros derechos, entenderíamos mejor los mensajes de los políticos porque sabríamos descifrarlos, comprender lo que hay detrás de las palabras, desentrañar, descubrir.
Si supiéramos leer, crecería nuestra sensibilidad al penetrar en los secretos de un poema.
En definitiva, si supiéramos leer seríamos más humanos".