Después de una pausa, lord Henry sacó su reloj.
-Tengo que irme, Basilio -murmuró-; pero antes querría que respondieses a la pregunta que te hice.
-¿Qué pregunta? –dijo el pintor con los ojos fijos en la tierra.
-Ya sabes cuál…
-No, Henry.
-Bueno, voy a repetírtela. Es necesario que me expliques por qué no quieres exponer el retrato de Dorian Gray. Deseo conocer la verdadera razón.
-Ya te la he dicho.
-¡No! Me habías dicho que era porque había demasiado de ti mismo en ese retrato. Esto es infantil.
-Henry –dijo Basilio Hallward mirándole a los ojos-, todo retrato pintado sinceramente es un modelo del artista, no del modelo. El modelo es sólo el accidente, el motivo. No es a él a quien revela el pintor: quien se revela sobre la tela, más bien es el pintor. ¡La razón por la cual no exhibiré ese retrato está en el terror que tengo de mostrar por él el secreto de mi alma!
Lord Henry se echó a reír...
-¿Y cuál es?
-Te lo diré respondió Hallward con rostro sombrío.
-Soy todo oídos, Basilio –respondió su compañero.
-Harry, es poco lo que hay que decir –replicó el pintor-, y creo en realidad que no lo comprenderás. Quizá apenas lo creas.
Lord Henry sonrió; inclinándose, cogió de la hierba una margarita de pétalos blancos, y examinándola:
-Estoy seguro que lo comprenderé –dijo, mirando atentamente el pequeño disco dorado circundado de blancos pétalos-, y en cuanto a creer en las cosas, las creo todas con tal que sean increíbles.
El viento hizo caer algunas flores de los arbustos, y los pesados ramos de lilas se balancearon perezosos, en el aire. Una cigarra comenzó su ríspido canto cerca del muro y, como un hilo azul, pasó una larga y delgada libélula, cuyas alas de gasa se oyeron vibrar. Lord Henry permanecía silencioso, le parecía oír los latidos del corazón de Basilio Hallward, preguntándose que iba a suceder-
-La historia es simplemente ésta –dijo el pintor, después de un rato- hace dos meses fui a una reunión en casa de lady Brandon. Ya sabes que nosotros, pobres artistas, tenemos que dejarnos ver en el mundo de vez en cuando, lo bastante para demostrar que no somos unos salvajes. Con un frac y una corbata blanca, como me aconsejaste una vez, todo el mundo, hasta un agente de Bolsa, puede llegar a tener la reputación de un ser civilizado. Estaba, pues, en el salón hacia unos diez minutos, conversando con damas maduras, ataviadas ostentosamente, o con aburridos académicos, cuando de pronto advertí vagamente que alguien me observaba. Me volví a medias, y por primera vez vi a Dorian Gray. Cuando se encontraron nuestras miradas me sentí palidecer. Una extraña sensación de terror me invadió. Comprendía que estaba ante alguien cuya simple personalidad era tan fascinante que, si me abandonaba a ella, avasallaría por completo mi naturaleza, mi alma y hasta mi mismo arte. No he querido ninguna influencia exterior en mi vida. Ya sabes, Harry, lo independiente que es mi naturaleza. Siempre he sido dueño de mí mismo, siempre lo había sido, hasta el día de mi encuentro con Dorian Gray. Entonces... pero no sé como explicarte esto… Algo parecía decirme que mi vida iba a atravesar una crisis terrible. Tuve la extraña sensación de que el destino me reservaba exquisitas dichas y penas exquisitas. Tuve miedo y me dispuse a salir del salón. No era mi conciencia la que me hacía obrar así; era una especie de cobardía. No traté de justificarme al escapar.
-La conciencia y la cobardía son realmente lo mismo, Basilio. La conciencia no es más que la etiqueta engañosa de la firmeza. Eso es todo.
-No creo lo mismo, Harry, y pienso que tú tampoco lo crees.
Fragmento del Capítulo 1 del libro del Retrato de Dorian Gray.
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