lunes, 9 de mayo de 2011

Fragmento #1 Luz del mundo - Peter Seewald

Exactamente un año después de ciernen sobre la Iglesia católica las nubes más negras. Como de un profundo abismo salen a la luz, provenientes del pasado, innumerables e inconcebibles casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes y religiosos. Las nubes arrojan su sombra también sobre la sede de Pedro. Ya nadie habla más de la condición de instancia mortal para el mundo, reconocida por lo común a un papa. ¿Qué tan grande es esta crisis? ¿Es realmente, como hemos podido leer en ocasiones, una de las mayores en la historia de la Iglesia?

Sí, hay que decir que es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros. De pronto, tanta suciedad. Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así. Algunos sacerdotes han manifestado que ya no se atrevían a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños.
El asunto no llegó para mí de forma totalmente inesperada. Ya en la Congregación para la Doctrina de la Fe había tenido que ocuparme de los casos de Estados Unidos; también había visto surgir la situación en Irlanda. Pero, a pesar de ello, en esta magnitud fue igualmente un shock inaudito. Desde mi elección a la sede de Pedro me había encontrado ya varias veces con víctimas de abuso sexual. Tres años y medio antes, en octubre de 2006, había exigido en mi discurso a los obispos de Irlanda sacar a la luz la verdad, hacer todo lo necesario para que no se repitan crímenes tan tremendos, garantizar que se respeten los principios del derecho y de la justicia y, sobre todo, curar a las víctimas.
Ver de pronto tan enlodado el sacerdocio y, con él, a la misma Iglesia católica en lo más íntimo era algo que, realmente, primero había que asimilar. Pero al mismo tiempo, no había que perder de vista que en la Iglesia existe lo bueno, y no sólo esas cosas terribles.

Los casos de abuso en el ámbito eclesial son más graves que en otros ámbitos. Quien tiene una consagración más elevada tiene que satisfacer también exigencias más altas. Como usted dijo, ya al comienzo del siglo se conocía una serie de casos de abuso en Estados Unidos. Después de que el informe Ryan pusiese al descubierto la enorme magnitud del abuso sexual también en Irlanda, la Iglesia se encontró en un nuevo país frente a un montón de añicos. “Llevará generaciones repararlo”, dijo el religioso irlandés Vincent Twomey.

En Irlanda el problema se plantea de forma muy específica: allá existe una sociedad católica por así decirlo cerrada, que permaneció siempre fiel a pesar de una opresión de siglos, pero en la que, por lo visto, pudieron surgir también determinadas actitudes. No puedo analizarlo ahora en detalle. Ver en semejante situación a un país que ha dado al mundo tantos misioneros, tantos santos, que se encuentra también en el origen de nuestra fe en Alemania y donde, hoy como ayer, sigue habiendo muchos buenos sacerdotes, es algo tremendamente estremecedor y oprimente. Sobre todo, naturalmente, para los católicos en la misma Irlanda, donde sigue habiendo muchos buenos sacerdotes. Cómo puede hacer sucedido esto es algo que es preciso examinar con todo detalle, pero al mismo tiempo, hemos de ver qué puede hacerse para que no vuelva a suceder algo semejante.
Tiene usted razón. Es un pecado especialmente grave que alguien que, en realidad, debe ayudar a los hombres a llegar a Dios, alguien a quien un niño, un joven se confía para encontrar al Señor, en lugar de ello abuse de él y así lo aleje del Señor. De ese modo, la fe en cuanto tal pierde credibilidad, la Iglesia no puede presentarse más de forma creíble como mensajera del Señor. Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo. No obstante, el Señor nos ha dicho que habrá cizaña en el trigo, pero que la semilla, su semilla, seguirá creciendo. En eso confiamos.

No es sólo el abuso el que estremece, sino también el trato que se le ha dado. Los hechos fueron callados y encubiertos durante décadas. Una declaración de bancarrota para una institución que ha escrito en su bandera el amor.

Al respecto me comentó algo muy interesante el arzobispo de Dublín. Dijo que el derecho penal eclesial funcionó hasta los últimos años de la década de 1950; que si bien no había sido perfecto –mucho hay en ello para criticar-, se lo aplicaba. Pero desde mediados de la década de 1960 dejó simplemente de aplicarse. Imperaba la consciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho, sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la consciencia de que el castigo puede ser un acto de amor.
En ese entonces se dio también entre gente muy buena una peculiar ofuscación del pensamiento.
Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado están en su recto equilibrio mediante un castigo aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad. Y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado en contra del verdadero amor.

En Alemania la avalancha de los abusos descubiertos se puso en movimiento porque, esta vez, la misma Iglesia salió a la palestra de la opinión pública. Un colegio de jesuitas en Berlín avisó de los primeros casos, pero pronto se conocieron también crímenes ocurridos en otras instituciones, y no sólo en las católicas. Pero ¿por qué las revelaciones de Estados Unidos e Irlanda no fueron utilizadas como ocasión para investigar de inmediato en otros países, para ponerse en contacto con víctimas –y apartar también de ese modo a los autores, que posiblemente estaban aún en activo-?

A la cuestión en Estados Unidos reaccionamos de inmediato con normas más estrictas. Además, se mejoró la cooperación entre la justicia secular y la eclesiástica. ¿Habría sido tarea de Roma decir a todos los países: fijaos si las cosas son así también en vuestro caso? Tal vez deberíamos haberlo hecho. Para mí fue de todos modos una sorpresa que también en Alemania existiese el abuso en esa magnitud.

Que los diarios y la televisión informen intensamente sobre tales cosas está dentro del servicio de una información irrenunciable. Sin embargo, la unilateralidad de tinte ideológico y la agresividad de ciertos medios asumió aquí la forma de una guerra de propaganda carente de toda medida. Con independencia de eso, el papa dijo con autoridad: “La mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”.

Saltaba a la vista que la información dada por la prensa no estaba guiada por la pura voluntad de transmitir la verdad sino que había también un goce en desairar a la Iglesia y en desacreditarla lo más posible. Pero, más allá de ello, debía quedar siempre claro que, en la medida en que es verdad, tenemos que estar agradecidos por toda información. La verdad, unida al amor bien entendido, es el valor número uno. Por último, los medios no podrían haber informado de esa manera si el mal no estuviese presente en la misma Iglesia. Sólo porque el mal estaba en la Iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra.

Ernest Wolfgang Bockenforde, un ex juez del Tribunal Constitucional de Alemania, dijo: “Las palabras pronunciadas por el papa Benedicto años atrás en Estados Unidos y ahora en su carta a los católicos de Irlanda no podrían ser más enérgicas”. Según Bockenforde, la verdadera razón de este equivoco desarrollo que se verificó durante décadas se encuentra en un modo hondamente arraigado de actuar según una “razón de Iglesia”. El bien y el prestigio de la Iglesia está, según ello, por encima de todo. En cambio, el bien de las víctimas pasa por sí solo a un segundo plano, a pesar de que, en realidad, son ellas los que necesitan en primerísimo lugar la protección de la Iglesia.

Por supuesto, no es un análisis fácil. ¿Qué significa “razón de Iglesia”? ¿Por qué no se reaccionaba antes de la misma forma en que se reacciona hoy? Tampoco la prensa recogía antes este tipo de cosas, la consciencia en ese entonces era diferente. Sabemos que justamente las propias víctimas experimentan mucha vergüenza, y no necesariamente quieren ser arrastradas a la luz pública. Muchas fueron capaces de manifestar lo que les había pasado sólo después de décadas.
Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación; en segundo lugar, evitar lo más que se pueda estos hechos por medio de una correcta selección de los candidatos al sacerdocio; y, en tercer lugar, que los autores de los hechos sean castigados y que se les excluya de toda posibilidad de reincidir. En qué medida tienen que hacerse públicos los hechos es, según creo, de por sí una pregunta que tendrá también diferentes respuestas en las diferentes fases de consciencia de la opinión pública.
Pero lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños. Como he dicho, lo que está primero es el amor a las víctimas, el esfuerzo por hacerles todo el bien posible a fin de ayudarlos a procesar lo que han vivido.

Usted se ha manifestado en diferentes ocasiones acerca de los casos de abuso, no en último término en la carta pastoral a los católicos de Irlanda que acabamos de mencionar. No obstante, han seguido apareciendo sin parar titulares como “El papa calla acerca de los casos de abuso”, “El papa se envuelve en silencio”, “El papa Benedicto calla acerca de los escándalos de abuso en la Iglesia católica”. ¿No habrá algunas cosas que habría que haber dicho con más frecuencia, o en voz más alta, en un mundo tan ruidoso, que se ha hecho tardo de oídos?

Por supuesto, uno puede preguntarse eso. En sí, pienso que todo lo esencial ya se ha dicho. Lo que se dirigía a Irlanda no fue dicho sólo para Irlanda. En tal sentido, la palabra de la Iglesia y del papa ha sido totalmente clara e inequívoca, y se la ha podido escuchar en todas partes. En Alemania teníamos que dejar primero la palabra a los obispos. Pero siempre se puede preguntar si el papa no debería hablar con más frecuencia. En este momento no me atrevería a decidirlo.

Pero, en última instancia, es usted quien tiene que decidirlo. Posiblemente, una mejor comunicación habría tenido un efecto positivo en la situación.

Sí, es correcto. Pero pienso que, por un lado, lo esencial ya se ha dicho realmente. Y, en realidad, el hecho de que no vale sólo para Irlanda estaba claro. Por otro lado, como ya he dicho, la palabra corresponde en primer lugar a los obispos. En tal sentido, seguramente no ha sido erróneo esperar un poco.

La mayoría de estos incidentes sucedió hace décadas. No obstante, representan una carga especialmente para su pontificado. ¿Ha pensado usted en renunciar?

Si el peligro es grande no se debe huir de él. Por eso, ciertamente no es el momento de renunciar. Justamente en un momento como éste hay que permanecer firme y arrostrar la situación difícil. Esa es mi concepción. Se puede renunciar en un momento sereno, o cuando ya no se puede más. Pero no se puede huir en el peligro y decir: que lo haga otro.

Por tanto, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del papa?

Sí. Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar.

Quien seguía en esos días los medios de comunicación de masas no podía dejar de tener la impresión de que la Iglesia católica es un único sistema de injusticia y de crímenes sexuales. Según se decía irreflexivamente, existe una relación inmediata entre doctrina sexual católica, celibato y abuso. En segundo plano quedó el hecho de que hay casos semejantes en instituciones no católicas. Según el criminólogo Christian Pfeiffer, del ámbito de los colaboradores de la Iglesia católica proviene aproximadamente el 0.1% de los autores de abusos; el 99.9% proviene de otros ámbitos. Según un informe gubernamental estadounidense, el porcentaje de sacerdotes que estuvieron implicados en casos de pedofilia en el año 2008 en Estados Unidos asciende al 0.03%. la publicación protestante Christian Science Monitor publicó un estudio según el cual las Iglesias protestantes de Estados Unidos están afectadas por un porcentaje mucho más elevado de pedofilia.
¿Se observa y valora con un criterio desigual a la Iglesia católica en el tema de los abusos?

En realidad, usted mismo ha dado ya la respuesta. Si se ven las proporciones reales, aunque eso no nos justifica para mirar hacia otra parte o para minimizar los hechos, hemos de constatar también que en estas cosas no se trata de algo específico del sacerdocio católico o de la Iglesia católica. Lamentablemente, éstas hunden sus raíces en la situación pecaminosa del ser humano, que está presente también en la Iglesia católica y que ha llevado a estos terribles resultados.
Sin embargo, también es importante no perder de vista, al mismo tiempo, todo lo bueno que acontece a través de la Iglesia: no dejar de ver a cuántos seres humanos se está ayudando en el sufrimiento, a cuántos enfermos, a cuantos niños se acompaña, cuánta ayuda se presta. Pienso que, así como no debemos minimizar lo malo, en igual medida tenemos que estar agradecidos y poner a la vista cuánta luz se difunde desde la Iglesia católica. Si la Iglesia dejara de estar presente, significaría un colapso de espacios vitales enteros.

Y sin embargo, a muchos les resulta difícil mantener su adhesión a la Iglesia. ¿Puede usted entender que haya personas que, como protesta, responden con su salida de la Iglesia?

Puedo entenderlo. Pienso sobre todo en las mismas victimas. Puedo entender que les resulte difícil seguir creyendo que la Iglesia es fuente de bien, que ella transmite la luz de Cristo, que ayuda a vivir. Y otros, que sólo tienen estas percepciones negativas, no ven después tampoco la totalidad viviente de la Iglesia. Por eso, tanto más debe esforzarse la Iglesia en que lo vivo y grande que hay en ella se haga nuevamente visible, a pesar de todo lo negativo.

Después de que se conocieran los casos de abuso en Estados Unidos, usted, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dictó normas acerca del modo en que debían tratarse estos casos. En ellas se aborda también la cuestión de la cooperación con las autoridades policiales del Estado y otras medidas de carácter preventivo. Según esas normas, debía evitarse todo encubrimiento. En el año 2003, las normas se hicieron aún más estrictas. ¿Qué consecuencias extrae el Vaticano de los nuevos casos que se han conocido?

Ahora estas normas han sido sometidas a una reelaboración, y hace poco fueron promulgadas en una versión definitiva. Siempre en continuidad con las experiencias realizadas a fin de poder reaccionar mejor, con más exactitud y de forma más correcta esta situación. Sin embargo, el solo derecho penal no basta. Pues una cosa es tratar correctamente los casos, pero otra es cuidar de que, en lo posible, no ocurran más. Con ese fin hemos hecho llevar a cabo en Estados Unidos una gran visita canónica de los seminarios. Por lo visto, aquí ha habido también omisiones, de modo que no se siguió de forma suficientemente precisa a los jóvenes que parecían tener un talento especial para la labor con la juventud y también una disposición religiosa, pero en los que habría que haber reconocido que no eran aptos para el sacerdocio.
Es decir que la prevención es también un aspecto importante. A esto se agrega la necesidad de una educación positiva para la verdadera castidad y para el trato correcto con la sexualidad propia y ajena. Seguramente, respecto de este punto hay también mucho por desarrollar en lo teológico así como en cuanto al clima correspondiente. Naturalmente, también toda la comunidad de fe tendría que intervenir siempre con su pensamiento y acción en cuanto a las vocaciones y prestar atención a los distintos candidatos. Por una parte, conducirlos y sostenerlos, y por la otra ayudar también a los superiores a reconocer si las personas son aptas o no. Por tanto, tiene que ser todo un conjunto de medidas, por una parte preventivas, por la otra respectivas, y finalmente positivas en la creación de un clima espiritual en el que estas cosas puedan eliminarse, superarse y excluirse lo más posible.

Recientemente se encontró usted en Malta con varias víctimas de abusos. Una de ellas, Joseph Magro, dijo después: “El papa lloró conmigo, a pesar de que no tiene culpa alguna de lo que me sucedió”. ¿Qué pudo decirle a las víctimas?

En realidad, no pude decirle nada especial. Pude decirles que me toca en lo más hondo. Que sufro con ellos. Y no era sólo una frase hecha, sino que realmente me llega al corazón. Y pude decirles también que la Iglesia hará todo lo que esté a su alcance para que esto no llegue a suceder, y que queremos ayudarles lo mejor que podamos. Finalmente, que los sostenemos en nuestra oración y pedimos para que no pierdan la fe en Cristo, como la verdadera luz, y en la comunidad viva de la Iglesia.

Fragmento del libro Luz del Mundo

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