De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación... J.L.Borges
viernes, 25 de noviembre de 2011
No me mueve, mi Dios, para quererte - Santa Teresa
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
jueves, 29 de septiembre de 2011
Espero curarme de ti - Jaime Sabines
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
lunes, 18 de julio de 2011
Truman Capote - Jorge Luis Borges

Es curiosa la historia de su libro más reciente, In Cold Blood (A sangre fría) (1966). Un cuádruple asesinato había ocurrido en un pueblo de Kansas. Truman Capote, cuya preocupación esencial había sido hasta entonces el estilo, utilizó ese hecho atroz para crear un género nuevo, que participa del periodismo y de la literatura. Se trasladó a Kansas, donde permanecería cinco años. Interrogó al vecindario y ganó la confianza y la amistad de los asesinos, que asiduamente entrevistó hasta la hora de su ejecución por la horca y que se despidieron de él con afecto. Quería saber de qué manera un hombre llega al crimen; intuyó asimismo que el acto de tomar notas inhibe a la persona interrogada y se ejercitó en memorizar cuanto le decían. In Cold Blood está redactada con una objetividad casi inhumana que recuerda ciertos experimentos literarios intentados en Francia.
Fragmento del libro Introducción a la literatura norteamericana escrito por Jorge Luis Borges
sábado, 2 de julio de 2011
Paris Je t'aime - Pére-Lachaise (Wes Craven)
miércoles, 22 de junio de 2011
Fragmento #3 Luz del mundo - Peeter Seewald
No sabemos cuándo será, pero, conforme al evangelio, sabemos que sucederá. “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él –dice en Mateo-, entonces se sentará en su trono de gloria.” Separará a la humanidad como un pastor separa a las ovejas de los cabritos. A las primeras les dirá: “Venid, benditos de mi Padre: tomad en herencia el reino que para vosotros está preparado desde la creación del mundo”. Y a los otros: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno”.
El carácter inequívoco de las advertencias es subrayado por Juan: “Yo soy la luz, y he venido al mundo para que nadie que crea en mí quede en tinieblas”. Hay muchas otras palabras de juicio semejantes. Esas cosas ¿están pensadas sólo de forma simbólica?
Por supuesto que no. Es un juicio final real el que tendrá lugar. Como un penúltimo juicio, por así decirlo, ese juicio se avecina al hombre siempre ya en la muerte. El gran escenario que esboza sobre todo Mateo 25, con las ovejas y los cabritos, es una parábola de lo inimaginable. No podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el cosmos se halla ante el Señor, la historia entera está ante Él. Tiene que ser expresado en imágenes, en las que podamos barruntarlo. Cómo será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación.
Pero que Él es el Juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, que las cosas no son indiferentes, es muy importante.
Hoy la gente tiende a decir: y bueno, tan mal no se darán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios sea así. Pero no, Él nos toma en serio. Y está el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aun con toda la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal, el mal que hemos visto en el nazismo y en el comunismo y que vemos también hoy a nuestro alrededor.
Hace 14 años le pregunté si acaso vale todavía la pena subirse a esta nave de la Iglesia, que parece un poco debilitada por la edad. Hoy hay que preguntar si esa nave no se asemeja cada vez más a un arca de Noé. ¿Qué piensa el papa? ¿Podemos salvar todavía este planeta por nuestras propias fuerzas?
De cualquier manera, por sus propias fuerzas el hombre no puede dominar la historia. Que el hombre está amenazado, que se amenaza a sí mismo y amenaza el mundo se hace hoy de algún modo visible a través de las pruebas científicas. Sólo puede ser salvado si en su corazón crecen las fuerzas morales; fuerzas que sólo pueden provenir del encuentro con Dios; fuerzas que ofrecen resistencia. En tal sentido lo necesitamos a Él, al Otro, que nos ayuda a ser lo que nosotros mismos no podemos; y necesitamos a Cristo, que nos reúne en una comunidad a la que llamamos Iglesia.
Fragmento del libro Luz del mundo
El carácter inequívoco de las advertencias es subrayado por Juan: “Yo soy la luz, y he venido al mundo para que nadie que crea en mí quede en tinieblas”. Hay muchas otras palabras de juicio semejantes. Esas cosas ¿están pensadas sólo de forma simbólica?
Por supuesto que no. Es un juicio final real el que tendrá lugar. Como un penúltimo juicio, por así decirlo, ese juicio se avecina al hombre siempre ya en la muerte. El gran escenario que esboza sobre todo Mateo 25, con las ovejas y los cabritos, es una parábola de lo inimaginable. No podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el cosmos se halla ante el Señor, la historia entera está ante Él. Tiene que ser expresado en imágenes, en las que podamos barruntarlo. Cómo será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación.
Pero que Él es el Juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, que las cosas no son indiferentes, es muy importante.
Hoy la gente tiende a decir: y bueno, tan mal no se darán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios sea así. Pero no, Él nos toma en serio. Y está el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aun con toda la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal, el mal que hemos visto en el nazismo y en el comunismo y que vemos también hoy a nuestro alrededor.
Hace 14 años le pregunté si acaso vale todavía la pena subirse a esta nave de la Iglesia, que parece un poco debilitada por la edad. Hoy hay que preguntar si esa nave no se asemeja cada vez más a un arca de Noé. ¿Qué piensa el papa? ¿Podemos salvar todavía este planeta por nuestras propias fuerzas?
De cualquier manera, por sus propias fuerzas el hombre no puede dominar la historia. Que el hombre está amenazado, que se amenaza a sí mismo y amenaza el mundo se hace hoy de algún modo visible a través de las pruebas científicas. Sólo puede ser salvado si en su corazón crecen las fuerzas morales; fuerzas que sólo pueden provenir del encuentro con Dios; fuerzas que ofrecen resistencia. En tal sentido lo necesitamos a Él, al Otro, que nos ayuda a ser lo que nosotros mismos no podemos; y necesitamos a Cristo, que nos reúne en una comunidad a la que llamamos Iglesia.
Fragmento del libro Luz del mundo
lunes, 20 de junio de 2011
Cómo ha de ser tu voz... - León Felipe
Ten una voz, mujer,
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra...
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera...
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra...
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera...
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.
El honor perdido de Katharina Blum - Heinrich Böll
6
La reacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas, como si –en un mundo en el que se disparan tantos tiros- el asesinato de un periodista fuese algo excepcional, más importante, por ejemplo, que el de un director, un empleado o un atracador de banco.
Conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. Incluso se habló de “víctima de su profesión” y, por supuesto, el PERIÓDICO siguió aferrado a la versión de que Schönner también murió a manos de la Blum. Si es preciso admitir que, de no haber sido periodista (sino, por ejemplo, zapatero o panadero), Töthes probablemente no hubiera muerto de un disparo, acaso fuera más apropiado hablar de una muerte condicionada por la profesión. Todavía queda por aclarar qué razones movieron a una persona tan inteligente y al borde de la indiferencia como la Blum, no sólo a planear el asesinato sino a llevarlo a cabo, y por qué, en el momento elegido por ella misma, echó mano de la pistola y la hizo funcionar.
Extracto del libro El honor perdido de Katharina Blum
La reacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas, como si –en un mundo en el que se disparan tantos tiros- el asesinato de un periodista fuese algo excepcional, más importante, por ejemplo, que el de un director, un empleado o un atracador de banco.
Conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. Incluso se habló de “víctima de su profesión” y, por supuesto, el PERIÓDICO siguió aferrado a la versión de que Schönner también murió a manos de la Blum. Si es preciso admitir que, de no haber sido periodista (sino, por ejemplo, zapatero o panadero), Töthes probablemente no hubiera muerto de un disparo, acaso fuera más apropiado hablar de una muerte condicionada por la profesión. Todavía queda por aclarar qué razones movieron a una persona tan inteligente y al borde de la indiferencia como la Blum, no sólo a planear el asesinato sino a llevarlo a cabo, y por qué, en el momento elegido por ella misma, echó mano de la pistola y la hizo funcionar.
Extracto del libro El honor perdido de Katharina Blum
lunes, 6 de junio de 2011
Ofrenda - Rainer Maria Rilke
¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?
Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.
A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?
Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.
A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.
Anhelo de vivir #1 - Irving Stone

-Quiero lo mejor que tienen ustedes en el negocio –dijo-. No se preocupe por el gasto… Aquí tiene las dimensiones de las habitaciones. En el comedor hay dos paneles de cincuenta pies… Luego, en la gran sala…
Durante la mayor parte de la tarde estuvo tratando de venderle algunos grabados de Rembrandt, una excelente reproducción de los canales de Venecia de Turner, algunas litografías de cuadros de Thys Maris, y otras de Corot y Daubigny. La señora demostraba pésimo gusto y desechaba todo lo que se le presentaba de valor. A medida que pasaban las horas, Vincent se exasperaba más y más a esa mujer como el prototipo de ordinariez.
-Bien –exclamó por fin la señora satisfecha-. Creo que hice una magnifica elección.
-Si usted hubiera elegido con los ojos cerrados, posiblemente no hubiera podido elegir peor –comentó Vincent sin poder contenerse.
La mujer se puso de pie ofendida y mirándolo de arriba abajo exclamó:
-Usted… ¡usted no es más que un tosco campesino!
Y salió como si le hubiesen infligido el peor de los ultrajes.
El señor Obach estaba desesperado.
-¡Pero Vincent! –exclamó-. ¿Qué le pasa a usted? ¡Arruinó la mejor venta de la semana e insultó a esa mujer!
-Señor Obach –repuso el joven-, ¿quiere contestarme a una pregunta?
-¿Y bien? Pregúnteme lo que quiera… Yo también tengo algunas cosas que preguntarle.
Vincent señaló los cuadros elegidos por la clienta.
-Pues bien… ¿Cómo puede justificarse un hombre que pierde su única vida vendiendo cuadros horribles a gente estúpida?
Obach no trató siquiera de contestar.
-Si sigue así –dijo- tendré que escribirle a su tío que lo transfiera a otro lado. No puedo permitirle que arruine mi negocio.
-¿Cómo es posible ganar tanto dinero vendiendo cosas tan feas, señor Obach? Y ¿por qué solamente la gente que no sabe reconocer una tela auténtica de un mamarracho tiene dinero para comprar? ¿Será porque su dinero los ha tornado insensibles a la belleza? ¿Y por qué los pobres que son capaces de apreciar una obra de arte ni siquiera poseen un centavo para comprarse una reproducción?
Obach elevó la vista extrañado.
-¿Eso es socialismo? ¿O qué es?
Cuando el joven llegó a su cuarto, tomó un volumen de Renán que se hallaba sobre su mesa y lo abrió por la página señalada: “Para obrar de acuerdo a este mundo, -lo leyó-, hay que morir dentro de uno mismo. El hombre no está en este mundo para ser feliz ni honrado, está en él para realizar grandes cosas para la humanidad, para alcanzar la nobleza y sobreponerse a la vulgaridad del ambiente en que se desarrolló la existencia de la mayoría de los individuos.”
Fragmento del libro Anhelo de vivir: La vida de Vincent van Gogh
jueves, 2 de junio de 2011
Fragmento #2 Luz del mundo - Peter Seewald

El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.
He podido visitar a uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben de darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tantos antes como después de contraer la enfermedad.
Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ámbito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence –Be faithful –Condom!” (Abstinencia –Fidelidad –Preservativo), en la que no se entiende el preservativo como punto de escape cuando los otros dos puntos no son efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.
Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la autentica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.
¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?
Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.
Fragmento del libro Luz del Mundo
Corazón
Si buscas en la vida
amor sin desengaño
me duele que lo sepas corazón
querer es admitir que tienes que sufrir
Tal vez te has encontrado
con un amor sincero
pero no estés confiado corazón
tarde o temprano llorarás
Existen tantas cosas
en contra de un cariño
la vida es como un niño
que juega por capricho
con nuestro gran dolor
Tu nunca te arrepientas
y quierela aunque sufras
amar es tu destino
por algo Dios te puso
por nombre corazón.
amor sin desengaño
me duele que lo sepas corazón
querer es admitir que tienes que sufrir
Tal vez te has encontrado
con un amor sincero
pero no estés confiado corazón
tarde o temprano llorarás
Existen tantas cosas
en contra de un cariño
la vida es como un niño
que juega por capricho
con nuestro gran dolor
Tu nunca te arrepientas
y quierela aunque sufras
amar es tu destino
por algo Dios te puso
por nombre corazón.
martes, 31 de mayo de 2011
Don Quijote - José María Vargas Vila

Prologo del libro Don Quijote de la Mancha
lunes, 9 de mayo de 2011
Fragmento #1 Luz del mundo - Peter Seewald

Sí, hay que decir que es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros. De pronto, tanta suciedad. Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así. Algunos sacerdotes han manifestado que ya no se atrevían a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños.
El asunto no llegó para mí de forma totalmente inesperada. Ya en la Congregación para la Doctrina de la Fe había tenido que ocuparme de los casos de Estados Unidos; también había visto surgir la situación en Irlanda. Pero, a pesar de ello, en esta magnitud fue igualmente un shock inaudito. Desde mi elección a la sede de Pedro me había encontrado ya varias veces con víctimas de abuso sexual. Tres años y medio antes, en octubre de 2006, había exigido en mi discurso a los obispos de Irlanda sacar a la luz la verdad, hacer todo lo necesario para que no se repitan crímenes tan tremendos, garantizar que se respeten los principios del derecho y de la justicia y, sobre todo, curar a las víctimas.
Ver de pronto tan enlodado el sacerdocio y, con él, a la misma Iglesia católica en lo más íntimo era algo que, realmente, primero había que asimilar. Pero al mismo tiempo, no había que perder de vista que en la Iglesia existe lo bueno, y no sólo esas cosas terribles.
Los casos de abuso en el ámbito eclesial son más graves que en otros ámbitos. Quien tiene una consagración más elevada tiene que satisfacer también exigencias más altas. Como usted dijo, ya al comienzo del siglo se conocía una serie de casos de abuso en Estados Unidos. Después de que el informe Ryan pusiese al descubierto la enorme magnitud del abuso sexual también en Irlanda, la Iglesia se encontró en un nuevo país frente a un montón de añicos. “Llevará generaciones repararlo”, dijo el religioso irlandés Vincent Twomey.
En Irlanda el problema se plantea de forma muy específica: allá existe una sociedad católica por así decirlo cerrada, que permaneció siempre fiel a pesar de una opresión de siglos, pero en la que, por lo visto, pudieron surgir también determinadas actitudes. No puedo analizarlo ahora en detalle. Ver en semejante situación a un país que ha dado al mundo tantos misioneros, tantos santos, que se encuentra también en el origen de nuestra fe en Alemania y donde, hoy como ayer, sigue habiendo muchos buenos sacerdotes, es algo tremendamente estremecedor y oprimente. Sobre todo, naturalmente, para los católicos en la misma Irlanda, donde sigue habiendo muchos buenos sacerdotes. Cómo puede hacer sucedido esto es algo que es preciso examinar con todo detalle, pero al mismo tiempo, hemos de ver qué puede hacerse para que no vuelva a suceder algo semejante.
Tiene usted razón. Es un pecado especialmente grave que alguien que, en realidad, debe ayudar a los hombres a llegar a Dios, alguien a quien un niño, un joven se confía para encontrar al Señor, en lugar de ello abuse de él y así lo aleje del Señor. De ese modo, la fe en cuanto tal pierde credibilidad, la Iglesia no puede presentarse más de forma creíble como mensajera del Señor. Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo. No obstante, el Señor nos ha dicho que habrá cizaña en el trigo, pero que la semilla, su semilla, seguirá creciendo. En eso confiamos.
No es sólo el abuso el que estremece, sino también el trato que se le ha dado. Los hechos fueron callados y encubiertos durante décadas. Una declaración de bancarrota para una institución que ha escrito en su bandera el amor.
Al respecto me comentó algo muy interesante el arzobispo de Dublín. Dijo que el derecho penal eclesial funcionó hasta los últimos años de la década de 1950; que si bien no había sido perfecto –mucho hay en ello para criticar-, se lo aplicaba. Pero desde mediados de la década de 1960 dejó simplemente de aplicarse. Imperaba la consciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho, sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la consciencia de que el castigo puede ser un acto de amor.
En ese entonces se dio también entre gente muy buena una peculiar ofuscación del pensamiento.
Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado están en su recto equilibrio mediante un castigo aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad. Y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado en contra del verdadero amor.
En Alemania la avalancha de los abusos descubiertos se puso en movimiento porque, esta vez, la misma Iglesia salió a la palestra de la opinión pública. Un colegio de jesuitas en Berlín avisó de los primeros casos, pero pronto se conocieron también crímenes ocurridos en otras instituciones, y no sólo en las católicas. Pero ¿por qué las revelaciones de Estados Unidos e Irlanda no fueron utilizadas como ocasión para investigar de inmediato en otros países, para ponerse en contacto con víctimas –y apartar también de ese modo a los autores, que posiblemente estaban aún en activo-?
A la cuestión en Estados Unidos reaccionamos de inmediato con normas más estrictas. Además, se mejoró la cooperación entre la justicia secular y la eclesiástica. ¿Habría sido tarea de Roma decir a todos los países: fijaos si las cosas son así también en vuestro caso? Tal vez deberíamos haberlo hecho. Para mí fue de todos modos una sorpresa que también en Alemania existiese el abuso en esa magnitud.
Que los diarios y la televisión informen intensamente sobre tales cosas está dentro del servicio de una información irrenunciable. Sin embargo, la unilateralidad de tinte ideológico y la agresividad de ciertos medios asumió aquí la forma de una guerra de propaganda carente de toda medida. Con independencia de eso, el papa dijo con autoridad: “La mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”.
Saltaba a la vista que la información dada por la prensa no estaba guiada por la pura voluntad de transmitir la verdad sino que había también un goce en desairar a la Iglesia y en desacreditarla lo más posible. Pero, más allá de ello, debía quedar siempre claro que, en la medida en que es verdad, tenemos que estar agradecidos por toda información. La verdad, unida al amor bien entendido, es el valor número uno. Por último, los medios no podrían haber informado de esa manera si el mal no estuviese presente en la misma Iglesia. Sólo porque el mal estaba en la Iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra.
Ernest Wolfgang Bockenforde, un ex juez del Tribunal Constitucional de Alemania, dijo: “Las palabras pronunciadas por el papa Benedicto años atrás en Estados Unidos y ahora en su carta a los católicos de Irlanda no podrían ser más enérgicas”. Según Bockenforde, la verdadera razón de este equivoco desarrollo que se verificó durante décadas se encuentra en un modo hondamente arraigado de actuar según una “razón de Iglesia”. El bien y el prestigio de la Iglesia está, según ello, por encima de todo. En cambio, el bien de las víctimas pasa por sí solo a un segundo plano, a pesar de que, en realidad, son ellas los que necesitan en primerísimo lugar la protección de la Iglesia.
Por supuesto, no es un análisis fácil. ¿Qué significa “razón de Iglesia”? ¿Por qué no se reaccionaba antes de la misma forma en que se reacciona hoy? Tampoco la prensa recogía antes este tipo de cosas, la consciencia en ese entonces era diferente. Sabemos que justamente las propias víctimas experimentan mucha vergüenza, y no necesariamente quieren ser arrastradas a la luz pública. Muchas fueron capaces de manifestar lo que les había pasado sólo después de décadas.
Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación; en segundo lugar, evitar lo más que se pueda estos hechos por medio de una correcta selección de los candidatos al sacerdocio; y, en tercer lugar, que los autores de los hechos sean castigados y que se les excluya de toda posibilidad de reincidir. En qué medida tienen que hacerse públicos los hechos es, según creo, de por sí una pregunta que tendrá también diferentes respuestas en las diferentes fases de consciencia de la opinión pública.
Pero lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños. Como he dicho, lo que está primero es el amor a las víctimas, el esfuerzo por hacerles todo el bien posible a fin de ayudarlos a procesar lo que han vivido.
Usted se ha manifestado en diferentes ocasiones acerca de los casos de abuso, no en último término en la carta pastoral a los católicos de Irlanda que acabamos de mencionar. No obstante, han seguido apareciendo sin parar titulares como “El papa calla acerca de los casos de abuso”, “El papa se envuelve en silencio”, “El papa Benedicto calla acerca de los escándalos de abuso en la Iglesia católica”. ¿No habrá algunas cosas que habría que haber dicho con más frecuencia, o en voz más alta, en un mundo tan ruidoso, que se ha hecho tardo de oídos?
Por supuesto, uno puede preguntarse eso. En sí, pienso que todo lo esencial ya se ha dicho. Lo que se dirigía a Irlanda no fue dicho sólo para Irlanda. En tal sentido, la palabra de la Iglesia y del papa ha sido totalmente clara e inequívoca, y se la ha podido escuchar en todas partes. En Alemania teníamos que dejar primero la palabra a los obispos. Pero siempre se puede preguntar si el papa no debería hablar con más frecuencia. En este momento no me atrevería a decidirlo.
Pero, en última instancia, es usted quien tiene que decidirlo. Posiblemente, una mejor comunicación habría tenido un efecto positivo en la situación.
Sí, es correcto. Pero pienso que, por un lado, lo esencial ya se ha dicho realmente. Y, en realidad, el hecho de que no vale sólo para Irlanda estaba claro. Por otro lado, como ya he dicho, la palabra corresponde en primer lugar a los obispos. En tal sentido, seguramente no ha sido erróneo esperar un poco.
La mayoría de estos incidentes sucedió hace décadas. No obstante, representan una carga especialmente para su pontificado. ¿Ha pensado usted en renunciar?
Si el peligro es grande no se debe huir de él. Por eso, ciertamente no es el momento de renunciar. Justamente en un momento como éste hay que permanecer firme y arrostrar la situación difícil. Esa es mi concepción. Se puede renunciar en un momento sereno, o cuando ya no se puede más. Pero no se puede huir en el peligro y decir: que lo haga otro.
Por tanto, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del papa?
Sí. Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar.
Quien seguía en esos días los medios de comunicación de masas no podía dejar de tener la impresión de que la Iglesia católica es un único sistema de injusticia y de crímenes sexuales. Según se decía irreflexivamente, existe una relación inmediata entre doctrina sexual católica, celibato y abuso. En segundo plano quedó el hecho de que hay casos semejantes en instituciones no católicas. Según el criminólogo Christian Pfeiffer, del ámbito de los colaboradores de la Iglesia católica proviene aproximadamente el 0.1% de los autores de abusos; el 99.9% proviene de otros ámbitos. Según un informe gubernamental estadounidense, el porcentaje de sacerdotes que estuvieron implicados en casos de pedofilia en el año 2008 en Estados Unidos asciende al 0.03%. la publicación protestante Christian Science Monitor publicó un estudio según el cual las Iglesias protestantes de Estados Unidos están afectadas por un porcentaje mucho más elevado de pedofilia.
¿Se observa y valora con un criterio desigual a la Iglesia católica en el tema de los abusos?
En realidad, usted mismo ha dado ya la respuesta. Si se ven las proporciones reales, aunque eso no nos justifica para mirar hacia otra parte o para minimizar los hechos, hemos de constatar también que en estas cosas no se trata de algo específico del sacerdocio católico o de la Iglesia católica. Lamentablemente, éstas hunden sus raíces en la situación pecaminosa del ser humano, que está presente también en la Iglesia católica y que ha llevado a estos terribles resultados.
Sin embargo, también es importante no perder de vista, al mismo tiempo, todo lo bueno que acontece a través de la Iglesia: no dejar de ver a cuántos seres humanos se está ayudando en el sufrimiento, a cuántos enfermos, a cuantos niños se acompaña, cuánta ayuda se presta. Pienso que, así como no debemos minimizar lo malo, en igual medida tenemos que estar agradecidos y poner a la vista cuánta luz se difunde desde la Iglesia católica. Si la Iglesia dejara de estar presente, significaría un colapso de espacios vitales enteros.
Y sin embargo, a muchos les resulta difícil mantener su adhesión a la Iglesia. ¿Puede usted entender que haya personas que, como protesta, responden con su salida de la Iglesia?
Puedo entenderlo. Pienso sobre todo en las mismas victimas. Puedo entender que les resulte difícil seguir creyendo que la Iglesia es fuente de bien, que ella transmite la luz de Cristo, que ayuda a vivir. Y otros, que sólo tienen estas percepciones negativas, no ven después tampoco la totalidad viviente de la Iglesia. Por eso, tanto más debe esforzarse la Iglesia en que lo vivo y grande que hay en ella se haga nuevamente visible, a pesar de todo lo negativo.
Después de que se conocieran los casos de abuso en Estados Unidos, usted, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dictó normas acerca del modo en que debían tratarse estos casos. En ellas se aborda también la cuestión de la cooperación con las autoridades policiales del Estado y otras medidas de carácter preventivo. Según esas normas, debía evitarse todo encubrimiento. En el año 2003, las normas se hicieron aún más estrictas. ¿Qué consecuencias extrae el Vaticano de los nuevos casos que se han conocido?
Ahora estas normas han sido sometidas a una reelaboración, y hace poco fueron promulgadas en una versión definitiva. Siempre en continuidad con las experiencias realizadas a fin de poder reaccionar mejor, con más exactitud y de forma más correcta esta situación. Sin embargo, el solo derecho penal no basta. Pues una cosa es tratar correctamente los casos, pero otra es cuidar de que, en lo posible, no ocurran más. Con ese fin hemos hecho llevar a cabo en Estados Unidos una gran visita canónica de los seminarios. Por lo visto, aquí ha habido también omisiones, de modo que no se siguió de forma suficientemente precisa a los jóvenes que parecían tener un talento especial para la labor con la juventud y también una disposición religiosa, pero en los que habría que haber reconocido que no eran aptos para el sacerdocio.
Es decir que la prevención es también un aspecto importante. A esto se agrega la necesidad de una educación positiva para la verdadera castidad y para el trato correcto con la sexualidad propia y ajena. Seguramente, respecto de este punto hay también mucho por desarrollar en lo teológico así como en cuanto al clima correspondiente. Naturalmente, también toda la comunidad de fe tendría que intervenir siempre con su pensamiento y acción en cuanto a las vocaciones y prestar atención a los distintos candidatos. Por una parte, conducirlos y sostenerlos, y por la otra ayudar también a los superiores a reconocer si las personas son aptas o no. Por tanto, tiene que ser todo un conjunto de medidas, por una parte preventivas, por la otra respectivas, y finalmente positivas en la creación de un clima espiritual en el que estas cosas puedan eliminarse, superarse y excluirse lo más posible.
Recientemente se encontró usted en Malta con varias víctimas de abusos. Una de ellas, Joseph Magro, dijo después: “El papa lloró conmigo, a pesar de que no tiene culpa alguna de lo que me sucedió”. ¿Qué pudo decirle a las víctimas?
En realidad, no pude decirle nada especial. Pude decirles que me toca en lo más hondo. Que sufro con ellos. Y no era sólo una frase hecha, sino que realmente me llega al corazón. Y pude decirles también que la Iglesia hará todo lo que esté a su alcance para que esto no llegue a suceder, y que queremos ayudarles lo mejor que podamos. Finalmente, que los sostenemos en nuestra oración y pedimos para que no pierdan la fe en Cristo, como la verdadera luz, y en la comunidad viva de la Iglesia.
Fragmento del libro Luz del Mundo
viernes, 6 de mayo de 2011
Tú eres tú - Vicente Gaos

y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto.
Oh, bajo y pobre mundo, limitado
poder de la expresión, oh lengua mía.
en cambio tu mirada, qué logrado
silencio y poderosa luz del día.
Tú me devuelves más que yo te he dado,
pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.
Autobiografía Mark Twain

Extracto del libro Autobiografía de Mark Twain
martes, 5 de abril de 2011
Francis Scott Fitzgerald - Jorge Luis Borges

Peregrino - Luis Cernuda

lunes, 4 de abril de 2011
Macbeth - William Shakespeare

Lady Macbeth: ¡Cobarde! Dame esas dagas. Están como muertos. Parecen estatuas. Eres como el niño a quien asusta la figura del diablo. Yo mancharé de sangre la cara de esos guardas. (Suenan golpes)
Macbeth: ¿Quién va? El más leve rumor me horroriza. ¿Qué manos son las que se levantan, para arranar mis ojos de sus órbitas? No bastaría todo el Océano para lavar la sangre de mis dedos. Ellos bastarían para enrojecerle y mancharle.
Lady Macbeth: También mis manos estás rojas, pero mí alma no desfallece como la tuya. Llaman a la puerta del Mediodía, lavémonos, para evitar toda sospecha tu valor se ha agotado en el primer ímpetu. Oye… Siguen llamando… Ponte el traje de noche. No vean que estamos en vela. No te pierdas en vanas meditaciones.
Macbeth: ¡Oh, se la memoria y el pensamiento se extinguiesen en mí, para no recordar lo que hice!
domingo, 20 de marzo de 2011
Borges En París - Mario Vargas Llosa

FRANCIA ha celebrado el centenario de Borges (1899-1999) por todo lo alto: números monográficos de revistas y suplementos literarios, lluvia de artículos, reediciones de sus libros, y, suprema gloria para un escribidor, su ingreso a la Pléiade, la Biblioteca de los inmortales, con dos compactos volúmenes y un Album especial con imágenes de toda su biografía. En la Academia de Bellas Artes, transformada en laberinto, una vasta exposición preparada por María Kodama y la Fundación Borges documenta cada paso que dio desde su nacimiento hasta su muerte, los libros que leyó y los que escribió, los viajes que hizo y las infinitas condecoraciones y diplomas que le infligieron. El día de la inauguración rutilaban, en el atestado local, luminarias intelectuales y políticas, y -créanlo o no- unas lindas muchachas vestían polos blancos y negros estampados con el nombre de Borges.
Ningún país ha desarrollado mejor que Francia el arte de detectar el genio artístico foráneo y, entronizándolo e irradiándolo, apropiárselo. Viendo la exuberancia y felicidad con que los franceses celebran los cien años del autor de Ficciones, he tenido en estos días la extraña sensación de que Borges hubiera sido paisano, no de Sarmiento y Bioy Casares, sino de Saint-John Perse y Válery. Ahora bien, aunque no lo fuera, es de justicia reconocer que sin el entusiasmo de Francia por su obra, acaso ésta no hubiera alcanzado -no tan pronto- el reconocimiento que, a partir de los años sesenta, hizo de él uno de los autores más traducidos, admirados e imitados en todas las lenguas cultas del planeta.
Tengo la coquetería de creer que yo fui testigo del coup de foudre o amor a primera vista de los franceses por Borges, el año 60 o el 61. Vino a París a participar en un homenaje a Shakespeare organizado por la Unesco, y la intervención de este anciano precoz y semiinválido, a quien Roger Caillois presentó con efervescencia retórica, sorprendió a todo el mundo. Antes que él había hablado el ingenioso Lawrence Durrell, comparando al Bardo con Hollywood, y después Giuseppe Ungaretti, quien leyó, con talento histriónico, sus traducciones al italiano de algunos sonetos de Shakespeare. Pero la exposición de Borges, en un francés acicalado, fantaseando por qué ciertos creadores se tornan símbolos de una cultura -Dante, la italiana, Cervantes, la española, Goethe, la alemana- y cómo Shakespeare se eclipsó para que sus personajes fueran más nítidos y libres, sedujo por su originalidad y sutileza. Días después, su conferencia en el Instituto de América Latina, además de estar de bote a bote, atrajo un abanico de escritores de moda, Roland Barthes entre ellos. Es una de las charlas más deslumbrantes que me ha tocado escuchar. El tema era la literatura fantástica y consistía en ilustrar con breves resúmenes de cuentos y novelas -de diversas lenguas y épocas- los recursos más frecuentes de que este género se vale para "fingir la irrealidad". Inmóvil detrás de su pupitre, con una voz intimidada, como pidiendo excusas, pero, en verdad, con soberbia desenvoltura, el conferenciante parecía llevar en la memoria la literatura universal y desenvolvía su argumentación con tanta elegancia como astucia. "¿Seguro que este escritor viene del país de los gauchos?", exclamó un maravillado espectador, mientras aplaudía rabiosamente (Borges había puesto punto final a su charla con una pregunta efectista: "Y, ahora, decidan ustedes si pertenecen a la literatura realista o a la fantástica").
Sí, venía del país de los gauchos, pero no tenía nada de exótico ni de primitivo y su obra no alardeaba de color local. Ya había escrito varias obras maestras, pero todavía era conocido sólo por pequeñas capillas de devotos, incluso en su país, y sus cuentos y ensayos circulaban en ediciones poco menos que familiares. Francia lo sacó de la catacumba en que languidecía a partir de aquella visita. La revista l'Herne le dedicó un número memorable y Michael Foucault inició el libro de filosofía más influyente de la década -Les mots et les choses- con un comentario borgiano. El entusiasmo fue ecuménico: de Le Figaro a Le Nouvel Observateur, de Les Temps Modernes, de Sartre, a Les Lettres Françaises, de Aragon. Y, como todavía en esos años, en asuntos de cultura, cuando Francia legislaba el resto del mundo obedecía, los latinoamericanos, los españoles, los estadounidenses, los italianos, los alemanes, etcétera, empezaron, a la zaga de los franceses, a leer a Borges. Así empezó la historia que culmina, ahora, en la trompetería y los fastos del centenario.
Aquel Borges que, en aquella visita a París, se resignó a conceder una entrevista (una de mil) al oscuro periodista de la Radiotelevisión francesa que era este escriba, no era aún ese Borges público, esa Persona de gestos, dichos y desplantes algo estereotipados en que luego se convertiría, obligado por la fama y para defenderse de sus estragos. Era, todavía, un sencillo y tímido intelectual porteño pegado a las faldas de su madre, que no acababa de entender la creciente curiosidad y admiración que despertaba, sinceramente abrumado por el chaparrón de premios, elogios, estudios, homenajes que le caían encima, incómodo con la proliferación de discípulos e imitadores que encontraba por donde iba. Es difícil saber si llegó a costumbrarse a ese papel. Tal vez, sí, a juzgar por el desfile vertiginoso de fotos de la Exposición de Beaux Arts en las que se lo ve recibiendo medallas y doctorados, y subiendo a todos los estrados a dar charlas y recitales.
Pero las apariencias son engañosas. Ese Borges de las fotos no era él, sino, como el Shakespeare de su ensayo, una ilusión, un simulador, alguien que iba por el mundo representando a Borges y diciendo las cosas que se esperaba que Borges dijera sobre los laberintos, los tigres, los compadritos, los cuchillos, la rosa del futuro de Wells, el marinero ciego de Stevenson y las Mil y una noches. La primera vez que hablé con él, en aquella entrevista de 1960 o 1961 (recuerdo su respuesta a una de mis preguntas: "¿Qué es para usted la política, Borges?": "Una de las formas del tedio"), estoy seguro de que, por lo menos en algún momento, de verdad hablé, conecté con él. Nunca más volví a tener esa sensación, en los años siguientes. Lo vi muchas veces, en Londres, Buenos Aires, Nueva York, Lima, y volví a entrevistarlo, y hasta lo tuve en mi casa varias horas la última vez. Pero en ninguna de aquellas ocasiones sentí que hablábamos. Ya sólo tenía oyentes, no interlocutores, y acaso un solo mismo oyente -que cambiaba de cara, nombre y lugar- ante el cual iba deshilvanando un curioso, interminable monólogo, detrás del cual se había recluido o enterrado para huir de los demás y hasta de la realidad, como uno de sus personajes. Era el hombre más agasajado del mundo y daba una tremenda impresión de soledad.
¿Lo hicieron más feliz, o menos infeliz, los franceses volviéndole famoso? No hay manera de saberlo, desde luego. Pero todo indica que, contrariamente a lo que podían sugerir los desplantes de su Persona pública, carecía de vanidades terrenales, tenía dudas genuinas sobre la perennidad de su propia obra, y era demasiado lúcido para sentirse colmado con reconocimientos oficiales. Probablemente sólo gozó leyendo, pensando y escribiendo; lo demás, fue secundario, y se prestó a ello, gracias a la buena crianza recibida, guardando muy bien las formas, aunque sin mucha convicción. Por eso, aquella famosa frase que escribió (fue, entre otras cosas, el mejor escritor de frases de su tiempo) -"Muchas cosas he leído y pocas he vivido"- lo retrata de cuerpo entero.
Es seguro que, pese a haber pasado los últimos veinte años de su vida en olor de multitudes, nunca llegó a tener conciencia cabal de la enorme influencia de su obra en la literatura de su tiempo, y menos de la revolución que su manera de escribir significó en la lengua castellana. El estilo de Borges es inteligente y límpido, de una concisión matemática, de audaces adjetivos e insólitas ideas, en el que, como no sobra ni falta nada, rozamos a cada paso ese inquietante misterio que es la perfección. En contra de algunas afirmaciones suyas pesimistas sobre una supuesta incapacidad del español para la precisión y el matiz, el estilo que fraguó demuestra que la lengua española puede ser tan exacta y delicada como la francesa, tan flexible e innovadora como el inglés. El estilo borgeano es uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente. (Para encontrar otro prosista tan inteligente como él hay que retroceder hasta Quevedo, escritor que Borges amó y del que hizo una preciosa antología comentada).
Ahora bien, en la prosa de Borges, por exceso de razón y de ideas, de contención intelectual, hay también, como en la de Quevedo, algo inhumano. Es una prosa que le sirvió maravillosamente para escribir sus fulgurantes relatos fantásticos, la orfebrería de sus ensayos que trasmutaban en literatura toda la existencia, y sus razonados poemas. Pero con esa prosa hubiera sido tan imposible escribir novelas como con la de T.S. Eliot, otro extraordinario estilista al que el exceso de inteligencia también recortó la aprehensión de la vida. Porque la novela es el territorio de la experiencia humana totalizada, de la vida integral, de la imperfección. En ella se mezclan el intelecto y las pasiones, el conocimiento y el instinto, la sensación y la intuición, materia desigual y poliédrica que las ideas, por sí solas, no bastan para expresar. Por eso, los grandes novelistas no son nunca prosistas perfectos. Esa es la razón, sin duda, de la antipatía pertinaz que mereció a Borges el género novelesco, al que definió, en otra de sus célebres frases, como "Desvarío laborioso y empobrecedor".
El juego y el humor rondaron siempre sus textos y sus declaraciones y causaron incontables malentendidos. Quien carece de sentido del humor no entiende a Borges. Había sido en su juventud un esteta provocador, y aunque, luego, se retractó de la "equivocación ultraísta" de sus años mozos, nunca dejó de llevar consigo, escondido, al insolente vanguardista que se divertía soltando impertinencias. Me extraña que entre los infinitos libros que han salido sobre él no haya aparecido aún el que reúna una buena colección de las que dijo. Como llamar a Lorca "un andaluz profesional", hablar del "polvoroso Machado", trastocar el título de una novela de Mallea ("Todo lector perecerá") y homenajear a Sábato diciendo que "su obra puede ser puesta en manos de cualquiera sin ningún peligro". Durante la guerra de las Malvinas dijo otra, más arriesgada y no menos divertida: "Esta es la disputa de dos calvos por un peine". Son chispazos de humor que se agradecen, que revelan que en el interior de ese ser "podrido de literatura" había picardía, malicia, vida.
__________
© Mario Vargas Llosa, 1999. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1999.
martes, 15 de marzo de 2011
Prologo Tom Sawyer

Las aventuras de Tom Sawyer, el más universal de sus libros, es una fantasía inspirada en los recuerdos de sus años de infancia en Hannibal. La novela tuvo un éxito instantáneo y ha sido leída por millones de personas. Es un libro único en su género porque aunque sus personajes son niños y las aventuras de sus dos protagonistas, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, hacen las delicias de los lectores adolescentes sería un error considerarla una novela infantil. Es también un libro para adultos, quienes descubren debajo de las picardías y las travesuras que relatan sus páginas una visión muy perspicaz de la condición humana, de los pequeños egoísmos y grandezas de que está hecha la vida de las gentes del común y una afirmación optimista de que, pese a todas las decepciones, la vida vale siempre la pena de ser vivida a condición de que uno la viva buscando en ella aquellas reservas de humor, plenitud, amistad, generosidad y amor que también contiene.
Mark Twain fue también un humorista cuyos libros podían enfrentar a los lectores con los aspectos dramáticos e incluso trágicos de la existencia; precisamente, esto es muy visible en Las aventuras de Tom Sawyer, una historia que, a simple vista, parece trasladarnos al mundo inocente de la infancia hecha de aventuras que provocan la risa y la sorpresa, sin embrago esta es una apariencia que Mark Twain consigue gracias al arte consumado de contar que dominaba utilizando una manera risueña que atenuaba todo lo que había de violento y cruel en el fondo de aquellas anécdotas. Pero cuando cerramos el libro en nuestra memoria queda flotando en contraste con la limpidez y la gracia de Tom Sawyer y Huckleberry Fynn el espeluznante prontuario de personajes como el borracho Muff Potter; Jo, el indio, y el doctor Robinson, ladrones de cadáveres, truculentos, intrigantes y hasta asesinos.
Tom y Huckleberry son dos personajes que como el Quijote y Sancho Panza han alcanzado aquella forma de eternidad que es privilegio de los grandes héroes de la literatura.
Mark Twain fue también un humorista cuyos libros podían enfrentar a los lectores con los aspectos dramáticos e incluso trágicos de la existencia; precisamente, esto es muy visible en Las aventuras de Tom Sawyer, una historia que, a simple vista, parece trasladarnos al mundo inocente de la infancia hecha de aventuras que provocan la risa y la sorpresa, sin embrago esta es una apariencia que Mark Twain consigue gracias al arte consumado de contar que dominaba utilizando una manera risueña que atenuaba todo lo que había de violento y cruel en el fondo de aquellas anécdotas. Pero cuando cerramos el libro en nuestra memoria queda flotando en contraste con la limpidez y la gracia de Tom Sawyer y Huckleberry Fynn el espeluznante prontuario de personajes como el borracho Muff Potter; Jo, el indio, y el doctor Robinson, ladrones de cadáveres, truculentos, intrigantes y hasta asesinos.
Tom y Huckleberry son dos personajes que como el Quijote y Sancho Panza han alcanzado aquella forma de eternidad que es privilegio de los grandes héroes de la literatura.
Prologo escrito por Mario Vargas Llosa para la selección de libros Mi Novela Favorita.
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