-¿Usted sabe quién lo hizo?- repuso el coronel.
-No sé como se llama realmente –respondió el clérigo en tono apacible-, pero conozco algo de su fuerza para luchar y mucho de sus dificultades espirituales. Hice la valoración física cuando intentó estrangularme y la moral cuando se arrepintió.
-¡Sí claro…, se arrepintió! –exclamó el joven Chester con una especie de ataque de carcajadas.
El Padre Brown se levantó y enlazó las manos tras la espalda.
-Extraño, ¿verdad? –Dijo-, que un ladrón vagabundo se arrepienta, cuando tantos ricos bien instalados persisten en su dureza y frivolidad, sin provecho para Dios ni para los hombres. Pero en eso, si me disculpan, invaden un poco mi terreno. Si dudan de la penitencia como hecho practico, ahí tienen sus cuchillos y tenedores. Son ustedes los Doce Pescadores Verdaderos y les devuelvo su servicio para el pescado. Pero Dios me ha hecho pescador de hombres.
-¿Capturó usted a ese hombre? –preguntó el coronel con el entrecejo fruncido.
El Padre Brown se enfrentó con aquel rostro ceñudo.
-Sí –afirmó-, lo capturé con un anzuelo oculto y una caña invisible lo suficientemente larga para dejarlo ir hasta los confines del mundo, pero que lo traerá de vuelta al menor movimiento del sedal (…)
-Un delito es como cualquier otra obra de arte –afirmó-. No se sorprenda. Los delitos no son, bajo ningún concepto, las únicas obras de arte que salen del taller infernal. Pero todas las obras de arte, sean divinas o diabólicas, tienen una característica indispensable: el centro de las mismas es simple, por muy complicada que resulte su ejecución. Y así, en Hamlet, por ejemplo, lo grotesco del sepulturero, las flores de la doncella loca, las galas fantásticas de Osric, la palidez del fantasma y la mueca de la calavera son extravagancias en una especie de corona enmarañada que rodea la figura sencilla y trágica de un hombre de negro. Bueno, esto es lo mismo –dijo y se bajó de su asiento con una sonrisa–, se trata también de la tragedia de un hombre de negro. Sí –continuó, fijándose en que el coronel lo miraba, extrañado–, toda la historia gira en torno a un frac negro. Aquí, como en Hamlet, hay excrecencias rococó, ustedes mismos, sin ir más lejos. Tenemos al camarero muerto, que se encontraba allí cuando era materialmente imposible. Hay una mano invisible que retira la plata de su mesa y la hace desaparecer en el aire. Pero todos los delitos inteligentes se basan en un hecho simple, en algo que no es en sí misterioso. El misterio tiene por fin ocultarlo, alejar los pensamientos de los demás de él. Este delito sutil y de lo más provechoso en otras circunstancias se basaba en el sencillo hecho de que el frac de un caballero es igual al de un camarero. El resto fue representación, y muy buena, por cierto.
Fragmento del cuento Los pasos extraños incluido en el libro El candor del padre Brown
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