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La reacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas, como si –en un mundo en el que se disparan tantos tiros- el asesinato de un periodista fuese algo excepcional, más importante, por ejemplo, que el de un director, un empleado o un atracador de banco.
Conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. Incluso se habló de “víctima de su profesión” y, por supuesto, el PERIÓDICO siguió aferrado a la versión de que Schönner también murió a manos de la Blum. Si es preciso admitir que, de no haber sido periodista (sino, por ejemplo, zapatero o panadero), Töthes probablemente no hubiera muerto de un disparo, acaso fuera más apropiado hablar de una muerte condicionada por la profesión. Todavía queda por aclarar qué razones movieron a una persona tan inteligente y al borde de la indiferencia como la Blum, no sólo a planear el asesinato sino a llevarlo a cabo, y por qué, en el momento elegido por ella misma, echó mano de la pistola y la hizo funcionar.
Extracto del libro El honor perdido de Katharina Blum
La reacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas, como si –en un mundo en el que se disparan tantos tiros- el asesinato de un periodista fuese algo excepcional, más importante, por ejemplo, que el de un director, un empleado o un atracador de banco.
Conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. Incluso se habló de “víctima de su profesión” y, por supuesto, el PERIÓDICO siguió aferrado a la versión de que Schönner también murió a manos de la Blum. Si es preciso admitir que, de no haber sido periodista (sino, por ejemplo, zapatero o panadero), Töthes probablemente no hubiera muerto de un disparo, acaso fuera más apropiado hablar de una muerte condicionada por la profesión. Todavía queda por aclarar qué razones movieron a una persona tan inteligente y al borde de la indiferencia como la Blum, no sólo a planear el asesinato sino a llevarlo a cabo, y por qué, en el momento elegido por ella misma, echó mano de la pistola y la hizo funcionar.
Extracto del libro El honor perdido de Katharina Blum
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