Los profesores se reunirían en una sala tan pronto sonora la corneta que marcaba el final del primer turno de clases. Pero todavía faltaba un rato. El director sacó entonces un reloj de uno de sus bolsillos, le echó un vistazo, y me dijo que, aunque ya habría tiempo suficiente para informarme con detalle de cuáles serían mis cometidos en la escuela, no quería dejar pasar en ese momento sin comentarme los puntos más importantes. Comenzó entonces una larga y pesada perorata sobre el espíritu de la educación. No había forma de librarme de aquel discurso y, mientras lo escuchaba, me reafirmé en la sensación de que había ido a aterrizar en el lugar equivocado. Pronto me dio por sospechar que no iba a poder cumplir con lo que se esperaba de mí. El director me dijo que tenía que convertirme en un modelo para los estudiantes y que debía, por tanto, comportarme en consonancia. También me dijo que un verdadero pedagogo es aquel que no solo imparte conocimientos sino que ejerce una influencia moral positiva en sus alumnos. Todo aquello era más de lo que razonablemente se podía esperar de alguien tan imprudente como yo. ¿Pensaba realmente el director que un individuo como el que él estaba describiendo aceptaría venir a enseñar a semejante villorrio por cuarenta míseros yenes al mes? Generalmente casi todos los seres humanos actúan de forma similar: si algo les irrita, se quejan o protestan, o inician una pelea. Yo, sin embargo, permanecí callado. Si hacía caso a lo que me estaba diciendo el director, ya me veía abocado a estar todo el día sin poder abrir la boca, y sin poder salir a dar un paseo siquiera. Si este trabajo exigía tantas cualidades, antes de contratarme había debido advertirme. No me gusta mentir, así que no me quedaban muchas salidas. Debía enfrentarme a la situación, aceptar que mi presencia allí se debía a un malentendido, presentar mi dimisión inmediata e irrenunciable y volver a casa. Pero acababa de darle una propina de cinco yenes a los de la posada, todo lo que tenía en la cartera eran nueve yenes y algo suelto. ¡De ninguna forma suficiente para volver a Tokio! ¡Ojalá no hubiera dejado ninguna propina! Me había comportado como un imbécil. Pero incluso con solo nueve yenes, pensé, me las arreglaría para volver a casa. Y aun en el caso de que no pudiera hacerlo, cualquier cosa me parecía mejor que mentir.
-No creo estar a la altura de sus expectativas -le dije-. Debo devolverle el contrato.
El director guiñó entonces los ojos, como saliendo de su letargo de mapache, y me miró en silencio por unos instantes. Luego comenzó a reírse.
-¡Lo que he descrito es únicamente un ideal! Sé que no será capaz de alcanzarlo, aunque se lo proponga. No debe preocuparse.
Extracto del libro Botchan de Natsume Soseki.
Leyendo por un sueño
De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación... J.L.Borges
martes, 26 de marzo de 2013
lunes, 21 de mayo de 2012
Retrato de Buñuel - Carlos Fuentes
Adelanto del libro 'Personas', de Carlos Fuentes, y próximo a publicarse
El "Buñueloni" consiste en mitad ginebra, un cuarto de cárpano y un cuarto de martini dulce.
Buñuel me lo ofrecía cada vez que le visitaba en su casa de la calle de Félix Cuevas, en la Ciudad de México, los viernes de cuatro a siete, cuando Buñuel estaba en mi país. La casa no se distinguía demasiado de las demás de la Colonia Del Valle. Buñuel había coronado los muros exteriores de vidrio roto, "para impedir que entren los ladrones".
No que hubiese mucho qué robar en la casa de Buñuel. Rodeada de espacios que no llegaban a ser jardín, la casa misma (colonial-moderna, México-Califórnica) tenía en el vestíbulo de entrada el retrato de Buñuel por Salvador Dalí, hecho en 1930.
-Es un buen retrato -comentaba Luis.
El bar era el lugar preferido.
-Empiezo a beber a las once de la mañana -dice sin más, ofreciéndome el "Buñueloni".
Hay libreros en el bar. En primer término, gruesas guías telefónicas de diversas ciudades del mundo. Una tarde, esperando a Buñuel, me atrevo a mirar atrás de los libros de teléfono. No me asombra lo que encuentro. El egoísta, de Meredith, Cumbres Borrascosas, de Brontë, Tess D'Uberviles y Jude el Oscuro, ambas de Thomas Hardy. Lo confiesa Luis: son las novelas que le hubiese gustado filmar. Llevó a la pantalla, sí, Cumbres Borrascosas con un error de reparto y de acentos: Irasema Dillian es Cathy con acento polaco, Jorge Mistral habla como andaluz en el Heathcliff buñuelesco y los actores mexicanos (Lilia Prado, Ernesto Alonso) no desdeñan el sonsonete de su parroquia. Buñuel no pudo realizar la película en Francia, como hubiese deseado, en los años 30. La filmó en México en 1954 con un solo propósito: la música del "Tristán", de Wagner, como comentario, superior lo oído a lo visto.
No volvió a usar temas musicales. En el cine de Buñuel sólo se escucha, además del diálogo, lo que dicen los animales, los bosques, las puertas, las pisadas y los tambores de Calanda. Él me confiesa que le hubiese gustado realizar El Monje, de Lewis, y fracasó un proyecto fascinante: The Loved Ones (Los seres amados) de Evelyn Waugh, con Alec Guinness y Marilyn Monroe. Nos queda imaginar lo que hubiese sido el matrimonio de la sátira británica y el surrealismo español. Donde Waugh se ríe con amargura, Buñuel se hubiese distanciado con ironía. La muerte inglesa es el fin de la vida, la muerte en Buñuel es otra forma de vivir.
Hay primeras ediciones firmadas de los escritores surrealistas, sobre todo un volumen de fantasías germánicas de Max Ernst, que Luis me obsequia. Hay más proyectos archivados, sobre todo un guión para Bajo el Volcán, de Lowry, en el cual colaboré y que anunciaba un gran reparto: Jeanne Moreau, Richard Burton y Peter O'Toole. Y Una historia de las herejías del Abbé Migne que le sirvió para filmar "La Vía Láctea" (1970). A veces íbamos juntos al cine. Admiraba la libertad creativa de la "Roma", de Fellini, y le conmovía moralmente "Paths of Glory", de Kubrick. Fuimos a ver -Cristo obliga- "Rey de Reyes", de Nicholas Ray con Jeffrey Hunter y fuimos corridos -ya nos íbamos- del cine cuando el Demonio tienta a Jesús con una visión de domos dorados y brillantes cúpulas en el desierto. Con voz muy alta, Buñuel exclamó:
-¡Le ha ofrecido Disneylandia!
Buñuel: la religión y el cine.
Nació al debutar el siglo XX en Calanda, pequeño pueblo de Aragón, donde la Semana Santa es celebrada a tambor batiente, única, angustiosa "música" que Buñuel admitirá a partir de "Nazarín" (1958). El padre de Luis había sido oficial del ejército español en la colonia de Cuba y cuando Alfredo Guevara, el entonces joven jefe del nuevo cine (el castrista) de Cuba invitó a Buñuel a filmar en La Habana El Acoso, de Alejo Carpentier, el director se negó:
-No puedo. Mi padre fusiló a Martí.
Calanda y Aragón eran la raíz de Buñuel y España se hizo presente, con tambor, incienso, pobreza y soledad, en todas sus obras. Era un creador aragonés. Ni el surrealismo en París ni el exotismo en México pudieron jamás expulsar la mirada española de Luis, mirada de Cervantes, Rojas, Valle-Inclán y Galdós, origen este último de "Nazarín" y "Tristana".
En la residencia de estudiantes de Madrid, el joven Buñuel hizo amistad con Federico García Lorca y Salvador Dalí. Con Lorca perpetró grandes bromas madrileñas, la mayor de todas, disfrazarse ambos de monjas, tomar el tranvía y provocar sexualmente a los espantados (o asombrados) pasajeros. Posan juntos en aeroplanos de feria, se divierten porque Lorca, me dice Buñuel, valía más por su gracia andaluza, su imaginación en la vida diaria, que por su poesía. Aun así, Buñuel, mucho más tarde, quiso filmar La Casa de Bernarda Alba con María Casares, pero los herederos de Lorca lo impidieron.
Con Salvador Dalí había otra forma de hermandad. Buñuel entró al cine francés como ayudante del director Jean Epstein en la adaptación de La Caída de la Casa de Usher de Poe. Epstein reñía a Buñuel:
-¿Cómo se atreve un muchachito principiante como usted a opinar?
Pero al llegar Dalí a París, ambos ingresaron al movimiento surrealista encabezado -como un papado- por André Breton. La foto colectiva del grupo y el cuadro pintado por Max Ernst son alucinantes, pasajeros y acaso conmovedores. Tendrían destino. René Crevel, joven poeta suicida. Robert Desnos moriría en el campo de concentración nazi de Theresien- stadt. Benjamin Péret se exiliaría en México y André Breton en Nueva York. Chirico se volvería conservador y Éluard y Aragón, comunistas. Picasso sería Picasso y Cocteau un gran juglar sin más convicción que Cocteau. Max Ernst proseguiría como artista, gran pintor hasta el final. Dalí y Buñuel harían juntos la película insignia (más que "La sangre de un poeta" de Cocteau) del surrealismo: "Un perro andaluz".
El inconsciente no es conocido: de serlo, sería el consciente. El surrealismo es un hecho personal pero universal. El azar (Breton dixit) es objetivo. El arte está al servicio del misterio, del sueño, de lo irracional. Y más: las contradicciones del ser humano sólo se resuelven en la libertad ejercida contra un sistema social inhumano que es el nuestro.
Buena parte de este ideario surrealista informa las imágenes de "Un perro andaluz". Sin embargo, el significado nunca está lejos de la imagen. Al inicio del film, Buñuel, actor, ve una nube que cubre la luna. Acto seguido, corta por la mitad el ojo de la protagonista, Simone Mareuil, a la cual, de inmediato, veremos protagonizar escenas en un apartamento, en las calles y al cabo en una playa. Pero la escena inicial, original, imprevista, implacable, será constantemente parte de Buñuel. La paradoja del ojo rebanado nos remite al hecho de ver, ver una película y no necesariamente proyectada del film a la pantalla sino de los ojos del creador/ espectador al muro de su casa. Para entrar al arte de Buñuel, hay que volver una y otra vez a esa imagen del ojo rebanado. El ojo verdadero no es el del cine o la pintura. Es el ojo tuyo y mío proyectado en la pared de la imaginación. La película final, el cine que inventamos tú y yo, liberados de comercio, audiencia o duración. Es lo contrario de la "Disneylandia" denunciada por Buñuel una tarde.
"Un perro andaluz" fue financiada con dinero enviado por la madre de Buñuel. La siguiente película Dalí-Buñuel, "L'Age D'Or", contó con el apoyo de la Condesa de Noailles. Pero en medio se coló la separación de los amigos. Dalí se dejó seducir por su ambiciosa rusa Elena Diakonova ("Gala"), mujer hasta entonces de Paul Éluard. Por razones desconocidas, Buñuel intentó ahorcarla en la playa de Cadaqués. Adivinaba, acaso, que Gala desviaría (como sucedió) a Dalí de su destino artístico para convertirlo (como sucedió) en un gran payaso con genio, explotador explotado del mundo artístico y comercial. Avida Dollars, como lo llamaron en el acto los surrealistas.
Solo, Buñuel dirigió una de las películas que dan fama y forma a la cinematografía: "La edad de oro". Profético, Buñuel inicia el film con tomas de los anuncios comerciales que el protagonista (Gaston Modot) encuentra rumbo a la fiesta elegante (todos los hombres de frac, y corbatas blancas) dada por la familia del "objeto de su deseo" (tema constante de Buñuel) Lya Liss. Para llegar a ella, Modot insulta a los invitados de la fiesta, tira de las barbas a los ancianos, mientras Lya, en su soledad, se chupa el dedo y admite a una vaca en su recámara. Cuando al cabo la pareja se une, el amor no acaba de consumarse, todo es prolegómeno erótico, los escorpiones ocupan la pantalla y Cristo emerge de las páginas del Marqués de Sade, repartiendo bendiciones. Es el Duque de Blangis, que sale dando traspiés de una orgía con seis muchachos y seis muchachas, a una de las cuales asesina.
Esta vez el escándalo fue mayúsculo. Miembros del grupo de extrema derecha Les camelots du roi invadieron la sala de cine, arrojaron tinteros a la pantalla y rasgaron a navajazos las obras de Tanguy, Miró, Dalí, en el vestíbulo. El comisario de policía parisino, Chiappe, prohibió la exhibición de "La edad de oro," censura que duró hasta 1966, cuando el heroico Henri Langlois la reestrenó en la cineteca de Chaillot y, por primera vez, la vi.
De vuelta en España, Buñuel filmó "Las Hurdes" (1933), un documental sobre esta región pobre y aislada de España. Se ha dicho que Buñuel exageró la miseria de la región: libertad del artista, la obra permanece como un mito del cine. La propia República Española censuró la película, aunque Buñuel representó al asediado gobierno democrático en París. Al caer la República, Buñuel viajó a Hollywood, contratado por la Warner Bros. Jugó al tenis en la cancha de Chaplin, con el cómico y el cineasta ruso Sergei Einsenstein, pero el trabajo no llegaba: Buñuel debía aprender las reglas del cine norteamericano, pasivamente. Viendo películas de Lilly Damita. Aunque escribió una idea que más tarde se convirtió en "The Beast with Five Fingers" (Robert Florey, 1946) y que el propio Buñuel habría de utilizar en "El ángel exterminador" (1962): una mano sin cuerpo, con vida propia, hace de las suyas.
El paso de Buñuel por Hollywood fue rápido y estéril. Lo esperaba el Museo de Arte Moderno de Nueva York y su departamento de cine, dirigido por Iris Barry. Se le encargó a Buñuel editar la espectacular película de Leni Riefenstahl, "El triunfo de la voluntad", realizada en 1934, sobre las gigantescas manifestaciones nazis en el estadio de Nuremberg.
Ante todo, Buñuel pudo mostrarle la película a dos cineastas: el ya citado Chaplin y René Clair.
Chaplin se tiraba al suelo de la risa cada vez que aparecía Hitler, señalándolo con un dedo y exclamando:
-¡Me imita, me imita!
Clair, en cambio, juzgó que se trataba de una película muy peligrosa porque daba una idea "invencible" del nazismo y de Hitler. Se decidió que el Presidente Roo- sevelt viera la película y diese el veredicto final. FDR coincidió con Clair. La obra de Riefenstahl era cine excelente y propaganda peligrosa. La película fue archivada hasta después de la guerra.
En 1946, Salvador Dalí llegó a Nueva York y fue entrevistado por la prensa. El viejo amigo de Buñuel calificó a éste de anarquista, comunista, ateo, maníaco sexual y otras lindezas. El día que se publicó la entrevista, Buñuel se percató de las miradas esquivas y el embarazo general de sus colegas del MoMA; ese año en que la Guerra Fría entraba al refrigerador. Buñuel presentó su renuncia. Fue aceptada y acto seguido citó a Dalí en el bar del hotel Sherry-Netherland.
Al confrontar a su antiguo camarada, Buñuel le dijo:
-Vine decidido a romperte la cara. Pero al verte, me venció el recuerdo de nuestra vieja amistad. Sólo te diré que eres un hijo de puta.
-¡Pero, Luis! -exclamó Dalí- ¡Si yo sólo quería hacerme publicidad a mí mismo!
La venganza -pospuesta- de Buñuel la cumplió Max Ernst. En una cena en París a fines de los 60, el gran pintor me contó que en el helado mes de febrero de fines de los 40 vio a Dalí admirando una vitrina con obras de Dalí en Cartier de Nueva York. Ernst se acercó, le arrebató a Dalí el bastón, se lo estrelló en la cabeza y exclamó, mientras Dalí rodaba Quinta Avenida abajo:
-¡Es por Buñuel!
El productor Oscar Dancigers (envidia: estuvo casado con Edwige Feuillère) trajo a Buñuel a México. Luis llegó con su mujer, Jeanne, y sus hijos, Juan Luis y Rafael. Dancigers lo puso a dirigir una película, "Gran casino" o "En el viejo Tampico", en la que alternaban las rumbas de Meche Barba, las canciones de Jorge Negrete y los tangos de Libertad Lamarque, esta última verdadera realizadora de la película. Ordenaba las luces, las cámaras, todo a su favor. Sólo en la escena final se hace sentir Buñuel. Libertad y Jorge se besan junto a un pozo de petróleo. Buñuel evita el beso de las estrellas. Jorge, con su chicote, remueve un charco de petróleo.
-Es mierda -me comenta Buñuel.
Luis pudo dirigir un par de comedias dramáticas sin vergüenza y sin relieve. En 1950, al cabo, Dancigers le dio al director la oportunidad. "Los olvidados" es una de las grandes películas de Buñuel y es gran cine tout court. Si su tema y tono son los del neorrealismo italiano, Buñuel introduce un mundo onírico, un malestar cruel en la pobreza, que lo redimen de cualquier sentimentalismo social. El Jaibo (Roberto Cobo) y Don Carmelo (Miguel Inclán, junto con Pedro Armendáriz el mejor actor mexicano) dan un tono de barbarie despiadada y falta de moral intensas a la película. Inclán, además, es un ciego atroz que carga una orquesta a cuestas, explota a los niños, pervierte a los inocentes y al cabo es humillado por El Jaibo y su pandilla.
Digo que Inclán fue, junto con Pedro Armendáriz, el mejor actor del cine mexicano. Nada mejoró a su ciego Don Carmelo en "Los olvidados", aunque la galería, mínima pero intensa, de Inclán (mudo protector de Ninón Sevilla en "Aventurera", salvaje explotador de Del Río y Armendáriz en "María Candelaria", aunque también honesto y sentimental policía en "Salón México") es incomparable. Era yo estudiante en la Escuela de Altos Estudios Internacionales en Ginebra cuando un cineclub local proyectó "La edad de oro" y "Las Hurdes", atribuyéndolas a un cineasta surrealista maldito, muerto durante la guerra de España. Levanté la mano y corregí. Buñuel acababa de ganar la Palma de Oro al mejor director en el festival de Cannes, con "Los olvidados".
Adelanto de "Personas", editado por Alfaguara y de próxima circulación.
El "Buñueloni" consiste en mitad ginebra, un cuarto de cárpano y un cuarto de martini dulce.
Buñuel me lo ofrecía cada vez que le visitaba en su casa de la calle de Félix Cuevas, en la Ciudad de México, los viernes de cuatro a siete, cuando Buñuel estaba en mi país. La casa no se distinguía demasiado de las demás de la Colonia Del Valle. Buñuel había coronado los muros exteriores de vidrio roto, "para impedir que entren los ladrones".
No que hubiese mucho qué robar en la casa de Buñuel. Rodeada de espacios que no llegaban a ser jardín, la casa misma (colonial-moderna, México-Califórnica) tenía en el vestíbulo de entrada el retrato de Buñuel por Salvador Dalí, hecho en 1930.
-Es un buen retrato -comentaba Luis.
El bar era el lugar preferido.
-Empiezo a beber a las once de la mañana -dice sin más, ofreciéndome el "Buñueloni".
Hay libreros en el bar. En primer término, gruesas guías telefónicas de diversas ciudades del mundo. Una tarde, esperando a Buñuel, me atrevo a mirar atrás de los libros de teléfono. No me asombra lo que encuentro. El egoísta, de Meredith, Cumbres Borrascosas, de Brontë, Tess D'Uberviles y Jude el Oscuro, ambas de Thomas Hardy. Lo confiesa Luis: son las novelas que le hubiese gustado filmar. Llevó a la pantalla, sí, Cumbres Borrascosas con un error de reparto y de acentos: Irasema Dillian es Cathy con acento polaco, Jorge Mistral habla como andaluz en el Heathcliff buñuelesco y los actores mexicanos (Lilia Prado, Ernesto Alonso) no desdeñan el sonsonete de su parroquia. Buñuel no pudo realizar la película en Francia, como hubiese deseado, en los años 30. La filmó en México en 1954 con un solo propósito: la música del "Tristán", de Wagner, como comentario, superior lo oído a lo visto.
No volvió a usar temas musicales. En el cine de Buñuel sólo se escucha, además del diálogo, lo que dicen los animales, los bosques, las puertas, las pisadas y los tambores de Calanda. Él me confiesa que le hubiese gustado realizar El Monje, de Lewis, y fracasó un proyecto fascinante: The Loved Ones (Los seres amados) de Evelyn Waugh, con Alec Guinness y Marilyn Monroe. Nos queda imaginar lo que hubiese sido el matrimonio de la sátira británica y el surrealismo español. Donde Waugh se ríe con amargura, Buñuel se hubiese distanciado con ironía. La muerte inglesa es el fin de la vida, la muerte en Buñuel es otra forma de vivir.
Hay primeras ediciones firmadas de los escritores surrealistas, sobre todo un volumen de fantasías germánicas de Max Ernst, que Luis me obsequia. Hay más proyectos archivados, sobre todo un guión para Bajo el Volcán, de Lowry, en el cual colaboré y que anunciaba un gran reparto: Jeanne Moreau, Richard Burton y Peter O'Toole. Y Una historia de las herejías del Abbé Migne que le sirvió para filmar "La Vía Láctea" (1970). A veces íbamos juntos al cine. Admiraba la libertad creativa de la "Roma", de Fellini, y le conmovía moralmente "Paths of Glory", de Kubrick. Fuimos a ver -Cristo obliga- "Rey de Reyes", de Nicholas Ray con Jeffrey Hunter y fuimos corridos -ya nos íbamos- del cine cuando el Demonio tienta a Jesús con una visión de domos dorados y brillantes cúpulas en el desierto. Con voz muy alta, Buñuel exclamó:
-¡Le ha ofrecido Disneylandia!
Buñuel: la religión y el cine.
Nació al debutar el siglo XX en Calanda, pequeño pueblo de Aragón, donde la Semana Santa es celebrada a tambor batiente, única, angustiosa "música" que Buñuel admitirá a partir de "Nazarín" (1958). El padre de Luis había sido oficial del ejército español en la colonia de Cuba y cuando Alfredo Guevara, el entonces joven jefe del nuevo cine (el castrista) de Cuba invitó a Buñuel a filmar en La Habana El Acoso, de Alejo Carpentier, el director se negó:
-No puedo. Mi padre fusiló a Martí.
Calanda y Aragón eran la raíz de Buñuel y España se hizo presente, con tambor, incienso, pobreza y soledad, en todas sus obras. Era un creador aragonés. Ni el surrealismo en París ni el exotismo en México pudieron jamás expulsar la mirada española de Luis, mirada de Cervantes, Rojas, Valle-Inclán y Galdós, origen este último de "Nazarín" y "Tristana".
En la residencia de estudiantes de Madrid, el joven Buñuel hizo amistad con Federico García Lorca y Salvador Dalí. Con Lorca perpetró grandes bromas madrileñas, la mayor de todas, disfrazarse ambos de monjas, tomar el tranvía y provocar sexualmente a los espantados (o asombrados) pasajeros. Posan juntos en aeroplanos de feria, se divierten porque Lorca, me dice Buñuel, valía más por su gracia andaluza, su imaginación en la vida diaria, que por su poesía. Aun así, Buñuel, mucho más tarde, quiso filmar La Casa de Bernarda Alba con María Casares, pero los herederos de Lorca lo impidieron.
Con Salvador Dalí había otra forma de hermandad. Buñuel entró al cine francés como ayudante del director Jean Epstein en la adaptación de La Caída de la Casa de Usher de Poe. Epstein reñía a Buñuel:
-¿Cómo se atreve un muchachito principiante como usted a opinar?
Pero al llegar Dalí a París, ambos ingresaron al movimiento surrealista encabezado -como un papado- por André Breton. La foto colectiva del grupo y el cuadro pintado por Max Ernst son alucinantes, pasajeros y acaso conmovedores. Tendrían destino. René Crevel, joven poeta suicida. Robert Desnos moriría en el campo de concentración nazi de Theresien- stadt. Benjamin Péret se exiliaría en México y André Breton en Nueva York. Chirico se volvería conservador y Éluard y Aragón, comunistas. Picasso sería Picasso y Cocteau un gran juglar sin más convicción que Cocteau. Max Ernst proseguiría como artista, gran pintor hasta el final. Dalí y Buñuel harían juntos la película insignia (más que "La sangre de un poeta" de Cocteau) del surrealismo: "Un perro andaluz".
El inconsciente no es conocido: de serlo, sería el consciente. El surrealismo es un hecho personal pero universal. El azar (Breton dixit) es objetivo. El arte está al servicio del misterio, del sueño, de lo irracional. Y más: las contradicciones del ser humano sólo se resuelven en la libertad ejercida contra un sistema social inhumano que es el nuestro.
Buena parte de este ideario surrealista informa las imágenes de "Un perro andaluz". Sin embargo, el significado nunca está lejos de la imagen. Al inicio del film, Buñuel, actor, ve una nube que cubre la luna. Acto seguido, corta por la mitad el ojo de la protagonista, Simone Mareuil, a la cual, de inmediato, veremos protagonizar escenas en un apartamento, en las calles y al cabo en una playa. Pero la escena inicial, original, imprevista, implacable, será constantemente parte de Buñuel. La paradoja del ojo rebanado nos remite al hecho de ver, ver una película y no necesariamente proyectada del film a la pantalla sino de los ojos del creador/ espectador al muro de su casa. Para entrar al arte de Buñuel, hay que volver una y otra vez a esa imagen del ojo rebanado. El ojo verdadero no es el del cine o la pintura. Es el ojo tuyo y mío proyectado en la pared de la imaginación. La película final, el cine que inventamos tú y yo, liberados de comercio, audiencia o duración. Es lo contrario de la "Disneylandia" denunciada por Buñuel una tarde.
"Un perro andaluz" fue financiada con dinero enviado por la madre de Buñuel. La siguiente película Dalí-Buñuel, "L'Age D'Or", contó con el apoyo de la Condesa de Noailles. Pero en medio se coló la separación de los amigos. Dalí se dejó seducir por su ambiciosa rusa Elena Diakonova ("Gala"), mujer hasta entonces de Paul Éluard. Por razones desconocidas, Buñuel intentó ahorcarla en la playa de Cadaqués. Adivinaba, acaso, que Gala desviaría (como sucedió) a Dalí de su destino artístico para convertirlo (como sucedió) en un gran payaso con genio, explotador explotado del mundo artístico y comercial. Avida Dollars, como lo llamaron en el acto los surrealistas.
Solo, Buñuel dirigió una de las películas que dan fama y forma a la cinematografía: "La edad de oro". Profético, Buñuel inicia el film con tomas de los anuncios comerciales que el protagonista (Gaston Modot) encuentra rumbo a la fiesta elegante (todos los hombres de frac, y corbatas blancas) dada por la familia del "objeto de su deseo" (tema constante de Buñuel) Lya Liss. Para llegar a ella, Modot insulta a los invitados de la fiesta, tira de las barbas a los ancianos, mientras Lya, en su soledad, se chupa el dedo y admite a una vaca en su recámara. Cuando al cabo la pareja se une, el amor no acaba de consumarse, todo es prolegómeno erótico, los escorpiones ocupan la pantalla y Cristo emerge de las páginas del Marqués de Sade, repartiendo bendiciones. Es el Duque de Blangis, que sale dando traspiés de una orgía con seis muchachos y seis muchachas, a una de las cuales asesina.
Esta vez el escándalo fue mayúsculo. Miembros del grupo de extrema derecha Les camelots du roi invadieron la sala de cine, arrojaron tinteros a la pantalla y rasgaron a navajazos las obras de Tanguy, Miró, Dalí, en el vestíbulo. El comisario de policía parisino, Chiappe, prohibió la exhibición de "La edad de oro," censura que duró hasta 1966, cuando el heroico Henri Langlois la reestrenó en la cineteca de Chaillot y, por primera vez, la vi.
De vuelta en España, Buñuel filmó "Las Hurdes" (1933), un documental sobre esta región pobre y aislada de España. Se ha dicho que Buñuel exageró la miseria de la región: libertad del artista, la obra permanece como un mito del cine. La propia República Española censuró la película, aunque Buñuel representó al asediado gobierno democrático en París. Al caer la República, Buñuel viajó a Hollywood, contratado por la Warner Bros. Jugó al tenis en la cancha de Chaplin, con el cómico y el cineasta ruso Sergei Einsenstein, pero el trabajo no llegaba: Buñuel debía aprender las reglas del cine norteamericano, pasivamente. Viendo películas de Lilly Damita. Aunque escribió una idea que más tarde se convirtió en "The Beast with Five Fingers" (Robert Florey, 1946) y que el propio Buñuel habría de utilizar en "El ángel exterminador" (1962): una mano sin cuerpo, con vida propia, hace de las suyas.
El paso de Buñuel por Hollywood fue rápido y estéril. Lo esperaba el Museo de Arte Moderno de Nueva York y su departamento de cine, dirigido por Iris Barry. Se le encargó a Buñuel editar la espectacular película de Leni Riefenstahl, "El triunfo de la voluntad", realizada en 1934, sobre las gigantescas manifestaciones nazis en el estadio de Nuremberg.
Ante todo, Buñuel pudo mostrarle la película a dos cineastas: el ya citado Chaplin y René Clair.
Chaplin se tiraba al suelo de la risa cada vez que aparecía Hitler, señalándolo con un dedo y exclamando:
-¡Me imita, me imita!
Clair, en cambio, juzgó que se trataba de una película muy peligrosa porque daba una idea "invencible" del nazismo y de Hitler. Se decidió que el Presidente Roo- sevelt viera la película y diese el veredicto final. FDR coincidió con Clair. La obra de Riefenstahl era cine excelente y propaganda peligrosa. La película fue archivada hasta después de la guerra.
En 1946, Salvador Dalí llegó a Nueva York y fue entrevistado por la prensa. El viejo amigo de Buñuel calificó a éste de anarquista, comunista, ateo, maníaco sexual y otras lindezas. El día que se publicó la entrevista, Buñuel se percató de las miradas esquivas y el embarazo general de sus colegas del MoMA; ese año en que la Guerra Fría entraba al refrigerador. Buñuel presentó su renuncia. Fue aceptada y acto seguido citó a Dalí en el bar del hotel Sherry-Netherland.
Al confrontar a su antiguo camarada, Buñuel le dijo:
-Vine decidido a romperte la cara. Pero al verte, me venció el recuerdo de nuestra vieja amistad. Sólo te diré que eres un hijo de puta.
-¡Pero, Luis! -exclamó Dalí- ¡Si yo sólo quería hacerme publicidad a mí mismo!
La venganza -pospuesta- de Buñuel la cumplió Max Ernst. En una cena en París a fines de los 60, el gran pintor me contó que en el helado mes de febrero de fines de los 40 vio a Dalí admirando una vitrina con obras de Dalí en Cartier de Nueva York. Ernst se acercó, le arrebató a Dalí el bastón, se lo estrelló en la cabeza y exclamó, mientras Dalí rodaba Quinta Avenida abajo:
-¡Es por Buñuel!
El productor Oscar Dancigers (envidia: estuvo casado con Edwige Feuillère) trajo a Buñuel a México. Luis llegó con su mujer, Jeanne, y sus hijos, Juan Luis y Rafael. Dancigers lo puso a dirigir una película, "Gran casino" o "En el viejo Tampico", en la que alternaban las rumbas de Meche Barba, las canciones de Jorge Negrete y los tangos de Libertad Lamarque, esta última verdadera realizadora de la película. Ordenaba las luces, las cámaras, todo a su favor. Sólo en la escena final se hace sentir Buñuel. Libertad y Jorge se besan junto a un pozo de petróleo. Buñuel evita el beso de las estrellas. Jorge, con su chicote, remueve un charco de petróleo.
-Es mierda -me comenta Buñuel.
Luis pudo dirigir un par de comedias dramáticas sin vergüenza y sin relieve. En 1950, al cabo, Dancigers le dio al director la oportunidad. "Los olvidados" es una de las grandes películas de Buñuel y es gran cine tout court. Si su tema y tono son los del neorrealismo italiano, Buñuel introduce un mundo onírico, un malestar cruel en la pobreza, que lo redimen de cualquier sentimentalismo social. El Jaibo (Roberto Cobo) y Don Carmelo (Miguel Inclán, junto con Pedro Armendáriz el mejor actor mexicano) dan un tono de barbarie despiadada y falta de moral intensas a la película. Inclán, además, es un ciego atroz que carga una orquesta a cuestas, explota a los niños, pervierte a los inocentes y al cabo es humillado por El Jaibo y su pandilla.
Digo que Inclán fue, junto con Pedro Armendáriz, el mejor actor del cine mexicano. Nada mejoró a su ciego Don Carmelo en "Los olvidados", aunque la galería, mínima pero intensa, de Inclán (mudo protector de Ninón Sevilla en "Aventurera", salvaje explotador de Del Río y Armendáriz en "María Candelaria", aunque también honesto y sentimental policía en "Salón México") es incomparable. Era yo estudiante en la Escuela de Altos Estudios Internacionales en Ginebra cuando un cineclub local proyectó "La edad de oro" y "Las Hurdes", atribuyéndolas a un cineasta surrealista maldito, muerto durante la guerra de España. Levanté la mano y corregí. Buñuel acababa de ganar la Palma de Oro al mejor director en el festival de Cannes, con "Los olvidados".
Adelanto de "Personas", editado por Alfaguara y de próxima circulación.
Si - Rudyard Kipling
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor
todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en tí mismo cuando los demás dudan de tí,
pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduria...
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)
y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho:
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas...
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta,
y perder, y comenzar de nuevo por el principio
y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
excepto La Voluntad que les dice "!Continuad!".
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud
o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en tí mismo cuando los demás dudan de tí,
pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduria...
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)
y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho:
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas...
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta,
y perder, y comenzar de nuevo por el principio
y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
excepto La Voluntad que les dice "!Continuad!".
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud
o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
jueves, 17 de mayo de 2012
La novena viudad - Geling Yan
-¿Os amabais tú y el padre de tu hijo? ¿Era un amor profundo?
Putao se quedó mirándole y se echo a reír. ¿Qué manera de hablar era aquélla? Sonaba a la letra de una canción.
Fragmento del libro La novena viuda escrito por Geling Yan
Putao se quedó mirándole y se echo a reír. ¿Qué manera de hablar era aquélla? Sonaba a la letra de una canción.
Fragmento del libro La novena viuda escrito por Geling Yan
jueves, 5 de abril de 2012
El pueblo de los gatos
El joven viajaba solo, a su gusto, con una única maleta como equipaje. No tenía un destino. Se subía al tren, viajaba y, cuando encontraba un lugar que le atraía, se apeaba. Buscaba alojamiento, visitaba el pueblo y permanecía allí cuanto quería. Si se hartaba, volvía a subirse al tren. Así era como pasaba siempre sus vacaciones.
Desde la ventana del tren se veía un hermoso río serpenteante, a lo largo del cual se extendían elegantes colinas verdes. En la falda de aquellas colinas había un pueblecillo en el que se respiraba un ambiente de calma. Tenía un viejo puente de piedra. Aquel paisaje lo cautivó. Allí quizá podría probar deliciosos platos de trucha de arroyo. Cuando el tren se detuvo en la estación, el joven se apeó con su maleta. Ningún otro pasajero se bajó allí. El tren partió inmediatamente después de que se hubiera bajado.
En la estación no había empelados. Debía ser una estación poco transitada. El joven atravesó el puente de piedra y caminó hasta el pueblo. Estaba completamente en silencio. No se veía a nadie. Todos los comercios tenían las persianas bajadas y en el ayuntamiento no había ni un alma. En la recepción del único hotel del pueblo tampoco había nadie. Llamó al timbre, pero nadie acudió. Parecía un pueblo deshabitado. A lo mejor todos estaban echando la siesta. Pero todavía eran las diez y media de la mañana. Demasiado temprano para echar una siesta. O quizá, por algun motivo, la gente había abandonado el pueblo y se había marchado. En cualquier caso, hasta la mañana siguiente no llegaría el próximo tren, así que no le quedaba más remedio que pasar allí la noche. Para matar el tiempo, se paseó por el pueblo sin rumbo fijo.
Pero en realidad aquél era el pueblo de los gatos. Cuando el sol se ponía, numerosos gatos atravesaban el puente de piedra y acudían a la ciudad. Gatos de diferentes tamaños y diferentes especies. Aunque más grandes que un gato normal, segúian siendo gatos. Sorprendido al ver aquello, el joven subió deprisa al campanario que había enmedio del pueblo y se escondió. Como si fuera algo rutinario, los gatos abrieron las persianas de las tiendas, o se sentaron delante de los escritorios del ayuntamiento, y cada uno empezó su trabajo. Al cabo de un rato, un grupo aún más numeroso de gatos atravesó el puente y fue a la ciudad. Unos entraban en los comercios y hacían la compra, iban al ayuntamiento y despachaban papeleo burocrático o comían en el restaurante del hotel. Otros bebían cerveza en las tabernas y cantaban alegres canciones gatunas. Unos tocaban el acordeón y otros bailaban al compás. Al poseer visión nocturna, apenas necesitaban luz, pero gracias a que aquella noche la luna llena iluminaba hasta el último rincón del pueblo, el joven pudo observarlo todo desde lo alto del campanario. Cerca del amanecer, los gatos cerraron las tiendas, ultimaron sus respectivos trabajos y ocupaciones y fueron regresando a su lugar de origen atravesando el puente.
Al amanecer los gatos ya se habían ido y el pueblo se había quedado desierto de nuevo, entonces el joven bajó, se metió en una cama del hotel y durmió todo cuanto quiso. Cuando le entró el hambre, se comió el pan y el pescado que habían sobrado en la cocina del hotel. Luego, cuando a su alrededor todo empezó a oscurecer, volvió a esconderse en lo alto del campanario y observó hasta el albor el compartamiento de los gatos. El tren paraba en la estación antes del mediodía y antes del atardecer. Si se subía en el de la mañana, podría continuar su viaje, y si se subía en el de la tarde, podría regresar al lugar del que procedía. Ningún pasajero se apeaba ni nadie cogía el tren en aquella estación. Y sin embargo el ferrocarril siempre se detenía cumplidamente y partía un minuto después. Por lo tanto, si así lo deseara, podría subirse al tren y abandonar el pueblo de los gatos en cualquier momento. Pero no quiso. Era joven, sentía una profunda curiosidad y estaba lleno de ambición y de ganas de vivir aventuras. Deseaba seguir observando aquel enigmático pueblo de los gatos. Quería saber, si era posible, desde cuándo habían ocupado los gatos aquel pueblo, cómo funcionaba el pueblo y qué demonios hacían ahí aquellos animales. Nadie más, aparte de él, debía haber sido testigo de aquel misterioso espectáculo.
A la tercera noche, se armó cierto revuelo en la plaza que había bajo el campanario. «¿Qué es eso ¿No os huele a humano?», soltó uno de los gatos. «Pues ahora que lo dices, últimamente tengo la impresión de que huele raro», asintió olfateando uno de ellos. «La verdad es que yo también lo he notado», añadió otro. «¡Qué raro! Porque no creo que haya venido ningún ser humano», comentó otro de los gatos. «Si, tienes razón. No es posible que un ser humano haya entrado en el pueblo de los gatos». «Pero no cabe duda de que huele a uno de ellos.»
Los gatos formaron varios grupos e inspeccionaron hasta el último rincón del pueblo, como una patrulla vecinal. Cuando se lo toman en serio, los gatos tienen un olfato excelente. No tardaron mucho en darse cuenta de que el olor procedía de lo alto del campanario. El joven oía cómo sus blandas patas subían ágilmente por las escaleras del campanario. «¡Esto es el fin!», pensó. Los gatos parecían muy excitados y enfadados por el olor a humano. Tenían las uñas grandes y aguzadas y los dientes blancos y afilados. Además, aquel era un pueblo en el que los seres humanos no debían adentrarse. No sabía qué suerte le esperaría cuando lo encontraran, pero no creía que fueran a permitirle irse de allí habiendo descubierto el secreto.
Tres de los gatos subieron hasta el campanario y se pusieron a olfatear. «¡Qué extraño!», dijo uno sacudiendo sus largos bigotes. «Aunque huele a humano, no hay nadie». «¡Sí que es raro», comentó otro. «En todo caso, aquí no hay nadie. Busquemos en otra parte».«¡Esto es de locos!». Movieron extrañados la cabeza y se fueron. Los gatos bajaron las escaleras sin hacer ruido y se esfumaron en medio de la oscuridad nocturna. El joven soltó un suspiro de alivio; a él también le parecía de locos. Los gatos y él habían estado literalmente a un palmo de distancia en un lugar angosto. No habría podido escapárseles. Y sin embargo, parecían no haberlo visto. El joven examinó sus manos. «Las estoy viendo. No me he vuelto invisible. ¡Qué raro! En cualquier caso, por la mañana iré hasta la estación y me marcharé de este pueblo en el primer tren. Quedarme aquí es demasiado peligroso. La suerte no puede durar siempre».
Pero al dia siguiente, el tren de la mañana no se detuvo en la estación. Pasó delante de sus ojos sin disminuir siquiera la velocidad. Lo mismo ocurrió con el tren de la tarde. Se veía al conductor en su asiento y los rostros de los pasajeros al lado de las ventanillas. Pero el tren no dio señales de que fuera a pararse. Era como si la silueta del joven que esperaba el tren no se reflejara en los ojos de la gente. O como si fuera la estación la que no se reflejara. Cuando el tren de la tarde desapareció a lo lejos, a su alrededor se hizo un silencio absoluto, como nunca antes había sentido. Entonces, el sol empezó a ponerrse. «Va siendo hora de que los gatos aparezcan.» El joven supo que se había perdido. «Este no es el pueblo de los gatos», se dio cuenta al fin. Aquel era el lugar en el que debía perderse. Un lugar ajeno a este mundo que habían dispuesto para él. Y el tren jamás volvería a detenerse en aquella estación para llevarlo a su mundo de origen.
Desde la ventana del tren se veía un hermoso río serpenteante, a lo largo del cual se extendían elegantes colinas verdes. En la falda de aquellas colinas había un pueblecillo en el que se respiraba un ambiente de calma. Tenía un viejo puente de piedra. Aquel paisaje lo cautivó. Allí quizá podría probar deliciosos platos de trucha de arroyo. Cuando el tren se detuvo en la estación, el joven se apeó con su maleta. Ningún otro pasajero se bajó allí. El tren partió inmediatamente después de que se hubiera bajado.
En la estación no había empelados. Debía ser una estación poco transitada. El joven atravesó el puente de piedra y caminó hasta el pueblo. Estaba completamente en silencio. No se veía a nadie. Todos los comercios tenían las persianas bajadas y en el ayuntamiento no había ni un alma. En la recepción del único hotel del pueblo tampoco había nadie. Llamó al timbre, pero nadie acudió. Parecía un pueblo deshabitado. A lo mejor todos estaban echando la siesta. Pero todavía eran las diez y media de la mañana. Demasiado temprano para echar una siesta. O quizá, por algun motivo, la gente había abandonado el pueblo y se había marchado. En cualquier caso, hasta la mañana siguiente no llegaría el próximo tren, así que no le quedaba más remedio que pasar allí la noche. Para matar el tiempo, se paseó por el pueblo sin rumbo fijo.
Pero en realidad aquél era el pueblo de los gatos. Cuando el sol se ponía, numerosos gatos atravesaban el puente de piedra y acudían a la ciudad. Gatos de diferentes tamaños y diferentes especies. Aunque más grandes que un gato normal, segúian siendo gatos. Sorprendido al ver aquello, el joven subió deprisa al campanario que había enmedio del pueblo y se escondió. Como si fuera algo rutinario, los gatos abrieron las persianas de las tiendas, o se sentaron delante de los escritorios del ayuntamiento, y cada uno empezó su trabajo. Al cabo de un rato, un grupo aún más numeroso de gatos atravesó el puente y fue a la ciudad. Unos entraban en los comercios y hacían la compra, iban al ayuntamiento y despachaban papeleo burocrático o comían en el restaurante del hotel. Otros bebían cerveza en las tabernas y cantaban alegres canciones gatunas. Unos tocaban el acordeón y otros bailaban al compás. Al poseer visión nocturna, apenas necesitaban luz, pero gracias a que aquella noche la luna llena iluminaba hasta el último rincón del pueblo, el joven pudo observarlo todo desde lo alto del campanario. Cerca del amanecer, los gatos cerraron las tiendas, ultimaron sus respectivos trabajos y ocupaciones y fueron regresando a su lugar de origen atravesando el puente.
Al amanecer los gatos ya se habían ido y el pueblo se había quedado desierto de nuevo, entonces el joven bajó, se metió en una cama del hotel y durmió todo cuanto quiso. Cuando le entró el hambre, se comió el pan y el pescado que habían sobrado en la cocina del hotel. Luego, cuando a su alrededor todo empezó a oscurecer, volvió a esconderse en lo alto del campanario y observó hasta el albor el compartamiento de los gatos. El tren paraba en la estación antes del mediodía y antes del atardecer. Si se subía en el de la mañana, podría continuar su viaje, y si se subía en el de la tarde, podría regresar al lugar del que procedía. Ningún pasajero se apeaba ni nadie cogía el tren en aquella estación. Y sin embargo el ferrocarril siempre se detenía cumplidamente y partía un minuto después. Por lo tanto, si así lo deseara, podría subirse al tren y abandonar el pueblo de los gatos en cualquier momento. Pero no quiso. Era joven, sentía una profunda curiosidad y estaba lleno de ambición y de ganas de vivir aventuras. Deseaba seguir observando aquel enigmático pueblo de los gatos. Quería saber, si era posible, desde cuándo habían ocupado los gatos aquel pueblo, cómo funcionaba el pueblo y qué demonios hacían ahí aquellos animales. Nadie más, aparte de él, debía haber sido testigo de aquel misterioso espectáculo.
A la tercera noche, se armó cierto revuelo en la plaza que había bajo el campanario. «¿Qué es eso ¿No os huele a humano?», soltó uno de los gatos. «Pues ahora que lo dices, últimamente tengo la impresión de que huele raro», asintió olfateando uno de ellos. «La verdad es que yo también lo he notado», añadió otro. «¡Qué raro! Porque no creo que haya venido ningún ser humano», comentó otro de los gatos. «Si, tienes razón. No es posible que un ser humano haya entrado en el pueblo de los gatos». «Pero no cabe duda de que huele a uno de ellos.»
Los gatos formaron varios grupos e inspeccionaron hasta el último rincón del pueblo, como una patrulla vecinal. Cuando se lo toman en serio, los gatos tienen un olfato excelente. No tardaron mucho en darse cuenta de que el olor procedía de lo alto del campanario. El joven oía cómo sus blandas patas subían ágilmente por las escaleras del campanario. «¡Esto es el fin!», pensó. Los gatos parecían muy excitados y enfadados por el olor a humano. Tenían las uñas grandes y aguzadas y los dientes blancos y afilados. Además, aquel era un pueblo en el que los seres humanos no debían adentrarse. No sabía qué suerte le esperaría cuando lo encontraran, pero no creía que fueran a permitirle irse de allí habiendo descubierto el secreto.
Tres de los gatos subieron hasta el campanario y se pusieron a olfatear. «¡Qué extraño!», dijo uno sacudiendo sus largos bigotes. «Aunque huele a humano, no hay nadie». «¡Sí que es raro», comentó otro. «En todo caso, aquí no hay nadie. Busquemos en otra parte».«¡Esto es de locos!». Movieron extrañados la cabeza y se fueron. Los gatos bajaron las escaleras sin hacer ruido y se esfumaron en medio de la oscuridad nocturna. El joven soltó un suspiro de alivio; a él también le parecía de locos. Los gatos y él habían estado literalmente a un palmo de distancia en un lugar angosto. No habría podido escapárseles. Y sin embargo, parecían no haberlo visto. El joven examinó sus manos. «Las estoy viendo. No me he vuelto invisible. ¡Qué raro! En cualquier caso, por la mañana iré hasta la estación y me marcharé de este pueblo en el primer tren. Quedarme aquí es demasiado peligroso. La suerte no puede durar siempre».
Pero al dia siguiente, el tren de la mañana no se detuvo en la estación. Pasó delante de sus ojos sin disminuir siquiera la velocidad. Lo mismo ocurrió con el tren de la tarde. Se veía al conductor en su asiento y los rostros de los pasajeros al lado de las ventanillas. Pero el tren no dio señales de que fuera a pararse. Era como si la silueta del joven que esperaba el tren no se reflejara en los ojos de la gente. O como si fuera la estación la que no se reflejara. Cuando el tren de la tarde desapareció a lo lejos, a su alrededor se hizo un silencio absoluto, como nunca antes había sentido. Entonces, el sol empezó a ponerrse. «Va siendo hora de que los gatos aparezcan.» El joven supo que se había perdido. «Este no es el pueblo de los gatos», se dio cuenta al fin. Aquel era el lugar en el que debía perderse. Un lugar ajeno a este mundo que habían dispuesto para él. Y el tren jamás volvería a detenerse en aquella estación para llevarlo a su mundo de origen.
Este cuento apareció en el libro 1Q84 de Haruki Murakami.
sábado, 17 de marzo de 2012
Jueves - La Oreja de Van Gogh
Si fuera más guapa y un poco más lista
Si fuera especial, si fuera de revista
Tendría el valor de cruzar el vagón
Y preguntarte quién eres.
Te sientas en frente y ni te imaginas
Que llevo por ti mi falda más bonita.
Y al verte lanzar un bostezo al cristal
Se inundan mis pupilas.
De pronto me miras, te miro y suspiras
Yo cierro los ojos, tú apartas la vista
Apenas respiro me hago pequeñita
Y me pongo a temblar
Y así pasan los días, de lunes a viernes
Como las golondrinas del poema de Bécquer
De estación a estación
Enfrente tú y yo
Va y viene el silencio.
De pronto me miras, te miro y suspiras
Yo cierro los ojos, tú apartas la vista
Apenas respiro, me hago pequeñita
Y me pongo a temblar.
Y entonces ocurre, despiertan mis labios
Pronuncian tu nombre tartamudeando.
Supongo que piensas que chica más tonta
Y me quiero morir.
Pero el tiempo se para y te acercas diciendo
Yo no te conozco y ya te echaba de menos.
Cada mañana rechazo el directo
Y elijo este tren.
Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado
Un día especial este once de Marzo.
Me tomas la mano, llegamos a un túnel
Que apaga la luz.
Te encuentro la cara, gracias a mis manos.
Me vuelvo valiente y te beso en los labios.
Dices que me quieres y yo te regalo
El último soplo de mi corazón.
Si fuera especial, si fuera de revista
Tendría el valor de cruzar el vagón
Y preguntarte quién eres.
Te sientas en frente y ni te imaginas
Que llevo por ti mi falda más bonita.
Y al verte lanzar un bostezo al cristal
Se inundan mis pupilas.
De pronto me miras, te miro y suspiras
Yo cierro los ojos, tú apartas la vista
Apenas respiro me hago pequeñita
Y me pongo a temblar
Y así pasan los días, de lunes a viernes
Como las golondrinas del poema de Bécquer
De estación a estación
Enfrente tú y yo
Va y viene el silencio.
De pronto me miras, te miro y suspiras
Yo cierro los ojos, tú apartas la vista
Apenas respiro, me hago pequeñita
Y me pongo a temblar.
Y entonces ocurre, despiertan mis labios
Pronuncian tu nombre tartamudeando.
Supongo que piensas que chica más tonta
Y me quiero morir.
Pero el tiempo se para y te acercas diciendo
Yo no te conozco y ya te echaba de menos.
Cada mañana rechazo el directo
Y elijo este tren.
Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado
Un día especial este once de Marzo.
Me tomas la mano, llegamos a un túnel
Que apaga la luz.
Te encuentro la cara, gracias a mis manos.
Me vuelvo valiente y te beso en los labios.
Dices que me quieres y yo te regalo
El último soplo de mi corazón.
jueves, 22 de diciembre de 2011
Vendrá el olvido - Edel Juarez
Tus horas se llenaran de amigos nuevos
despertarás envuelta en el color de otras mañanas
alguien dirá tu nombre diez, cien, mil veces
y será distinto y será determinante.
Las palabras que te dije las escucharás por fin, completas,
tu boca encontrará la forma de amoldarse y no extrañar.
incluso vestirás lo que era para mí, para cualquiera.
Y sí,
vendrán días mejores
sanarás de prisa y la felicidad te ha de alcanzar en cualquier sitio,
pero días como los nuestros, ¿cuándo?
Te dejé
mi fantasma al lado izquierdo del colchón,
dos cajones libres en el vestidor,
un mensaje mudo en el contestador
y esa foto donde estamos en la playa,
cuando finges tu sonrisa enamorada
y esta nota en la libreta, donde escribo que me voy.
Y pensé en dejarte incluso mi guitarra
para que no me gritara con su llanto que escribiera esta canción.
te dejé un pedazo libre de la cama
y el silencio que mataba cuando hacíamos el amor
te dejé porque escapó por la ventana la esperanza que guardabas,
cuando entró por esa puerta otra ilusión.
te dejé el control del mundo y de la televisión
y esos discos que escuchábamos los dos
en la carretera y en el comedor.
se quedó servida una vez mas la cena
y yo solo he terminado la botella
que me dio el valor para decirte adiós.
despertarás envuelta en el color de otras mañanas
alguien dirá tu nombre diez, cien, mil veces
y será distinto y será determinante.
Las palabras que te dije las escucharás por fin, completas,
tu boca encontrará la forma de amoldarse y no extrañar.
incluso vestirás lo que era para mí, para cualquiera.
Y sí,
vendrán días mejores
sanarás de prisa y la felicidad te ha de alcanzar en cualquier sitio,
pero días como los nuestros, ¿cuándo?
Te dejé
mi fantasma al lado izquierdo del colchón,
dos cajones libres en el vestidor,
un mensaje mudo en el contestador
y esa foto donde estamos en la playa,
cuando finges tu sonrisa enamorada
y esta nota en la libreta, donde escribo que me voy.
Y pensé en dejarte incluso mi guitarra
para que no me gritara con su llanto que escribiera esta canción.
te dejé un pedazo libre de la cama
y el silencio que mataba cuando hacíamos el amor
te dejé porque escapó por la ventana la esperanza que guardabas,
cuando entró por esa puerta otra ilusión.
te dejé el control del mundo y de la televisión
y esos discos que escuchábamos los dos
en la carretera y en el comedor.
se quedó servida una vez mas la cena
y yo solo he terminado la botella
que me dio el valor para decirte adiós.
viernes, 25 de noviembre de 2011
No me mueve, mi Dios, para quererte - Santa Teresa
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
jueves, 29 de septiembre de 2011
Espero curarme de ti - Jaime Sabines
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
lunes, 18 de julio de 2011
Truman Capote - Jorge Luis Borges
TRUMAN STRECKFUS PERSONS (1924-1984), famoso bajo el nombre de Truman Capote, nació en Nueva Orleans, Louisiana. Estudió en Connecticut. Fue sucesivamente libretista de cinematógrafo, bailarín en un barco fluvial y cadete de la revista New Yorker. A los diecinueve años ganó el premio O. Henry en su relato Miriam; el mismo premio le fue otorgado en 1948 por Shut a Final Door (Cerrar una puerta final). La editorial Random House publicó una serie de cuentos Tree of Night (Un árbol de la noche) (1949). Su primera novela, Other Voices Other Rooms (Otras voces, otros cuartos), de 1948, que muchos creyeron autobiográfica, lo hizo famoso. En 1951 publicó The Grass Harp (El harpa de hierba), que había escrito en Sicilia y cuya parte de verdad no fue sospechada por nadie. Abordó dos veces el teatro con escasa fortuna. En 1956 publicó Muses Are Heard (Oídas son las musas), que refiere su viaje a la Unión Soviética acompañando a la producción de Porgy and Bess.
Es curiosa la historia de su libro más reciente, In Cold Blood (A sangre fría) (1966). Un cuádruple asesinato había ocurrido en un pueblo de Kansas. Truman Capote, cuya preocupación esencial había sido hasta entonces el estilo, utilizó ese hecho atroz para crear un género nuevo, que participa del periodismo y de la literatura. Se trasladó a Kansas, donde permanecería cinco años. Interrogó al vecindario y ganó la confianza y la amistad de los asesinos, que asiduamente entrevistó hasta la hora de su ejecución por la horca y que se despidieron de él con afecto. Quería saber de qué manera un hombre llega al crimen; intuyó asimismo que el acto de tomar notas inhibe a la persona interrogada y se ejercitó en memorizar cuanto le decían. In Cold Blood está redactada con una objetividad casi inhumana que recuerda ciertos experimentos literarios intentados en Francia.
Fragmento del libro Introducción a la literatura norteamericana escrito por Jorge Luis Borges
Es curiosa la historia de su libro más reciente, In Cold Blood (A sangre fría) (1966). Un cuádruple asesinato había ocurrido en un pueblo de Kansas. Truman Capote, cuya preocupación esencial había sido hasta entonces el estilo, utilizó ese hecho atroz para crear un género nuevo, que participa del periodismo y de la literatura. Se trasladó a Kansas, donde permanecería cinco años. Interrogó al vecindario y ganó la confianza y la amistad de los asesinos, que asiduamente entrevistó hasta la hora de su ejecución por la horca y que se despidieron de él con afecto. Quería saber de qué manera un hombre llega al crimen; intuyó asimismo que el acto de tomar notas inhibe a la persona interrogada y se ejercitó en memorizar cuanto le decían. In Cold Blood está redactada con una objetividad casi inhumana que recuerda ciertos experimentos literarios intentados en Francia.
Fragmento del libro Introducción a la literatura norteamericana escrito por Jorge Luis Borges
sábado, 2 de julio de 2011
Paris Je t'aime - Pére-Lachaise (Wes Craven)
miércoles, 22 de junio de 2011
Fragmento #3 Luz del mundo - Peeter Seewald
No sabemos cuándo será, pero, conforme al evangelio, sabemos que sucederá. “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él –dice en Mateo-, entonces se sentará en su trono de gloria.” Separará a la humanidad como un pastor separa a las ovejas de los cabritos. A las primeras les dirá: “Venid, benditos de mi Padre: tomad en herencia el reino que para vosotros está preparado desde la creación del mundo”. Y a los otros: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno”.
El carácter inequívoco de las advertencias es subrayado por Juan: “Yo soy la luz, y he venido al mundo para que nadie que crea en mí quede en tinieblas”. Hay muchas otras palabras de juicio semejantes. Esas cosas ¿están pensadas sólo de forma simbólica?
Por supuesto que no. Es un juicio final real el que tendrá lugar. Como un penúltimo juicio, por así decirlo, ese juicio se avecina al hombre siempre ya en la muerte. El gran escenario que esboza sobre todo Mateo 25, con las ovejas y los cabritos, es una parábola de lo inimaginable. No podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el cosmos se halla ante el Señor, la historia entera está ante Él. Tiene que ser expresado en imágenes, en las que podamos barruntarlo. Cómo será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación.
Pero que Él es el Juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, que las cosas no son indiferentes, es muy importante.
Hoy la gente tiende a decir: y bueno, tan mal no se darán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios sea así. Pero no, Él nos toma en serio. Y está el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aun con toda la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal, el mal que hemos visto en el nazismo y en el comunismo y que vemos también hoy a nuestro alrededor.
Hace 14 años le pregunté si acaso vale todavía la pena subirse a esta nave de la Iglesia, que parece un poco debilitada por la edad. Hoy hay que preguntar si esa nave no se asemeja cada vez más a un arca de Noé. ¿Qué piensa el papa? ¿Podemos salvar todavía este planeta por nuestras propias fuerzas?
De cualquier manera, por sus propias fuerzas el hombre no puede dominar la historia. Que el hombre está amenazado, que se amenaza a sí mismo y amenaza el mundo se hace hoy de algún modo visible a través de las pruebas científicas. Sólo puede ser salvado si en su corazón crecen las fuerzas morales; fuerzas que sólo pueden provenir del encuentro con Dios; fuerzas que ofrecen resistencia. En tal sentido lo necesitamos a Él, al Otro, que nos ayuda a ser lo que nosotros mismos no podemos; y necesitamos a Cristo, que nos reúne en una comunidad a la que llamamos Iglesia.
Fragmento del libro Luz del mundo
El carácter inequívoco de las advertencias es subrayado por Juan: “Yo soy la luz, y he venido al mundo para que nadie que crea en mí quede en tinieblas”. Hay muchas otras palabras de juicio semejantes. Esas cosas ¿están pensadas sólo de forma simbólica?
Por supuesto que no. Es un juicio final real el que tendrá lugar. Como un penúltimo juicio, por así decirlo, ese juicio se avecina al hombre siempre ya en la muerte. El gran escenario que esboza sobre todo Mateo 25, con las ovejas y los cabritos, es una parábola de lo inimaginable. No podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el cosmos se halla ante el Señor, la historia entera está ante Él. Tiene que ser expresado en imágenes, en las que podamos barruntarlo. Cómo será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación.
Pero que Él es el Juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, que las cosas no son indiferentes, es muy importante.
Hoy la gente tiende a decir: y bueno, tan mal no se darán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios sea así. Pero no, Él nos toma en serio. Y está el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aun con toda la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal, el mal que hemos visto en el nazismo y en el comunismo y que vemos también hoy a nuestro alrededor.
Hace 14 años le pregunté si acaso vale todavía la pena subirse a esta nave de la Iglesia, que parece un poco debilitada por la edad. Hoy hay que preguntar si esa nave no se asemeja cada vez más a un arca de Noé. ¿Qué piensa el papa? ¿Podemos salvar todavía este planeta por nuestras propias fuerzas?
De cualquier manera, por sus propias fuerzas el hombre no puede dominar la historia. Que el hombre está amenazado, que se amenaza a sí mismo y amenaza el mundo se hace hoy de algún modo visible a través de las pruebas científicas. Sólo puede ser salvado si en su corazón crecen las fuerzas morales; fuerzas que sólo pueden provenir del encuentro con Dios; fuerzas que ofrecen resistencia. En tal sentido lo necesitamos a Él, al Otro, que nos ayuda a ser lo que nosotros mismos no podemos; y necesitamos a Cristo, que nos reúne en una comunidad a la que llamamos Iglesia.
Fragmento del libro Luz del mundo
lunes, 20 de junio de 2011
Cómo ha de ser tu voz... - León Felipe
Ten una voz, mujer,
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra...
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera...
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra...
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera...
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.
El honor perdido de Katharina Blum - Heinrich Böll
6
La reacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas, como si –en un mundo en el que se disparan tantos tiros- el asesinato de un periodista fuese algo excepcional, más importante, por ejemplo, que el de un director, un empleado o un atracador de banco.
Conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. Incluso se habló de “víctima de su profesión” y, por supuesto, el PERIÓDICO siguió aferrado a la versión de que Schönner también murió a manos de la Blum. Si es preciso admitir que, de no haber sido periodista (sino, por ejemplo, zapatero o panadero), Töthes probablemente no hubiera muerto de un disparo, acaso fuera más apropiado hablar de una muerte condicionada por la profesión. Todavía queda por aclarar qué razones movieron a una persona tan inteligente y al borde de la indiferencia como la Blum, no sólo a planear el asesinato sino a llevarlo a cabo, y por qué, en el momento elegido por ella misma, echó mano de la pistola y la hizo funcionar.
Extracto del libro El honor perdido de Katharina Blum
La reacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas, como si –en un mundo en el que se disparan tantos tiros- el asesinato de un periodista fuese algo excepcional, más importante, por ejemplo, que el de un director, un empleado o un atracador de banco.
Conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. Incluso se habló de “víctima de su profesión” y, por supuesto, el PERIÓDICO siguió aferrado a la versión de que Schönner también murió a manos de la Blum. Si es preciso admitir que, de no haber sido periodista (sino, por ejemplo, zapatero o panadero), Töthes probablemente no hubiera muerto de un disparo, acaso fuera más apropiado hablar de una muerte condicionada por la profesión. Todavía queda por aclarar qué razones movieron a una persona tan inteligente y al borde de la indiferencia como la Blum, no sólo a planear el asesinato sino a llevarlo a cabo, y por qué, en el momento elegido por ella misma, echó mano de la pistola y la hizo funcionar.
Extracto del libro El honor perdido de Katharina Blum
lunes, 6 de junio de 2011
Ofrenda - Rainer Maria Rilke
¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?
Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.
A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?
Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.
A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.
Anhelo de vivir #1 - Irving Stone
Durante el mes de octubre, Vincent tuvo que atender a una imponente matrona con cuello de encaje, tapado de piel y sombrero de terciopelo con plumas que le pidió le enseñase algunos cuadros para su nueva residencia en la ciudad.
-Quiero lo mejor que tienen ustedes en el negocio –dijo-. No se preocupe por el gasto… Aquí tiene las dimensiones de las habitaciones. En el comedor hay dos paneles de cincuenta pies… Luego, en la gran sala…
Durante la mayor parte de la tarde estuvo tratando de venderle algunos grabados de Rembrandt, una excelente reproducción de los canales de Venecia de Turner, algunas litografías de cuadros de Thys Maris, y otras de Corot y Daubigny. La señora demostraba pésimo gusto y desechaba todo lo que se le presentaba de valor. A medida que pasaban las horas, Vincent se exasperaba más y más a esa mujer como el prototipo de ordinariez.
-Bien –exclamó por fin la señora satisfecha-. Creo que hice una magnifica elección.
-Si usted hubiera elegido con los ojos cerrados, posiblemente no hubiera podido elegir peor –comentó Vincent sin poder contenerse.
La mujer se puso de pie ofendida y mirándolo de arriba abajo exclamó:
-Usted… ¡usted no es más que un tosco campesino!
Y salió como si le hubiesen infligido el peor de los ultrajes.
El señor Obach estaba desesperado.
-¡Pero Vincent! –exclamó-. ¿Qué le pasa a usted? ¡Arruinó la mejor venta de la semana e insultó a esa mujer!
-Señor Obach –repuso el joven-, ¿quiere contestarme a una pregunta?
-¿Y bien? Pregúnteme lo que quiera… Yo también tengo algunas cosas que preguntarle.
Vincent señaló los cuadros elegidos por la clienta.
-Pues bien… ¿Cómo puede justificarse un hombre que pierde su única vida vendiendo cuadros horribles a gente estúpida?
Obach no trató siquiera de contestar.
-Si sigue así –dijo- tendré que escribirle a su tío que lo transfiera a otro lado. No puedo permitirle que arruine mi negocio.
-¿Cómo es posible ganar tanto dinero vendiendo cosas tan feas, señor Obach? Y ¿por qué solamente la gente que no sabe reconocer una tela auténtica de un mamarracho tiene dinero para comprar? ¿Será porque su dinero los ha tornado insensibles a la belleza? ¿Y por qué los pobres que son capaces de apreciar una obra de arte ni siquiera poseen un centavo para comprarse una reproducción?
Obach elevó la vista extrañado.
-¿Eso es socialismo? ¿O qué es?
Cuando el joven llegó a su cuarto, tomó un volumen de Renán que se hallaba sobre su mesa y lo abrió por la página señalada: “Para obrar de acuerdo a este mundo, -lo leyó-, hay que morir dentro de uno mismo. El hombre no está en este mundo para ser feliz ni honrado, está en él para realizar grandes cosas para la humanidad, para alcanzar la nobleza y sobreponerse a la vulgaridad del ambiente en que se desarrolló la existencia de la mayoría de los individuos.”
Fragmento del libro Anhelo de vivir: La vida de Vincent van Gogh
-Quiero lo mejor que tienen ustedes en el negocio –dijo-. No se preocupe por el gasto… Aquí tiene las dimensiones de las habitaciones. En el comedor hay dos paneles de cincuenta pies… Luego, en la gran sala…
Durante la mayor parte de la tarde estuvo tratando de venderle algunos grabados de Rembrandt, una excelente reproducción de los canales de Venecia de Turner, algunas litografías de cuadros de Thys Maris, y otras de Corot y Daubigny. La señora demostraba pésimo gusto y desechaba todo lo que se le presentaba de valor. A medida que pasaban las horas, Vincent se exasperaba más y más a esa mujer como el prototipo de ordinariez.
-Bien –exclamó por fin la señora satisfecha-. Creo que hice una magnifica elección.
-Si usted hubiera elegido con los ojos cerrados, posiblemente no hubiera podido elegir peor –comentó Vincent sin poder contenerse.
La mujer se puso de pie ofendida y mirándolo de arriba abajo exclamó:
-Usted… ¡usted no es más que un tosco campesino!
Y salió como si le hubiesen infligido el peor de los ultrajes.
El señor Obach estaba desesperado.
-¡Pero Vincent! –exclamó-. ¿Qué le pasa a usted? ¡Arruinó la mejor venta de la semana e insultó a esa mujer!
-Señor Obach –repuso el joven-, ¿quiere contestarme a una pregunta?
-¿Y bien? Pregúnteme lo que quiera… Yo también tengo algunas cosas que preguntarle.
Vincent señaló los cuadros elegidos por la clienta.
-Pues bien… ¿Cómo puede justificarse un hombre que pierde su única vida vendiendo cuadros horribles a gente estúpida?
Obach no trató siquiera de contestar.
-Si sigue así –dijo- tendré que escribirle a su tío que lo transfiera a otro lado. No puedo permitirle que arruine mi negocio.
-¿Cómo es posible ganar tanto dinero vendiendo cosas tan feas, señor Obach? Y ¿por qué solamente la gente que no sabe reconocer una tela auténtica de un mamarracho tiene dinero para comprar? ¿Será porque su dinero los ha tornado insensibles a la belleza? ¿Y por qué los pobres que son capaces de apreciar una obra de arte ni siquiera poseen un centavo para comprarse una reproducción?
Obach elevó la vista extrañado.
-¿Eso es socialismo? ¿O qué es?
Cuando el joven llegó a su cuarto, tomó un volumen de Renán que se hallaba sobre su mesa y lo abrió por la página señalada: “Para obrar de acuerdo a este mundo, -lo leyó-, hay que morir dentro de uno mismo. El hombre no está en este mundo para ser feliz ni honrado, está en él para realizar grandes cosas para la humanidad, para alcanzar la nobleza y sobreponerse a la vulgaridad del ambiente en que se desarrolló la existencia de la mayoría de los individuos.”
Fragmento del libro Anhelo de vivir: La vida de Vincent van Gogh
jueves, 2 de junio de 2011
Fragmento #2 Luz del mundo - Peter Seewald
Con su viaje a África en marzo de 2009 la política del Vaticano en relación con el sida quedó una vez más en la mira de los medios. El veinticinco por ciento de los enfermos de sida del mundo entero son tratados actualmente en instituciones católicas. En algunos países, como por ejemplo en Lesoto, son mucho más del cuarenta por ciento. Usted declaró en África que la doctrina tradicional de la Iglesia ha demostrado ser un camino seguro para detener la expansión del VIH. Los críticos, también de las filas de la Iglesia, oponen a eso que es una locura prohibir a una población amenazada por el sida la utilización de preservativos.
El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.
He podido visitar a uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben de darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tantos antes como después de contraer la enfermedad.
Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ámbito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence –Be faithful –Condom!” (Abstinencia –Fidelidad –Preservativo), en la que no se entiende el preservativo como punto de escape cuando los otros dos puntos no son efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.
Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la autentica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.
¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?
Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.
Fragmento del libro Luz del Mundo
El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.
He podido visitar a uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben de darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tantos antes como después de contraer la enfermedad.
Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ámbito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence –Be faithful –Condom!” (Abstinencia –Fidelidad –Preservativo), en la que no se entiende el preservativo como punto de escape cuando los otros dos puntos no son efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.
Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la autentica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.
¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?
Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.
Fragmento del libro Luz del Mundo
Corazón
Si buscas en la vida
amor sin desengaño
me duele que lo sepas corazón
querer es admitir que tienes que sufrir
Tal vez te has encontrado
con un amor sincero
pero no estés confiado corazón
tarde o temprano llorarás
Existen tantas cosas
en contra de un cariño
la vida es como un niño
que juega por capricho
con nuestro gran dolor
Tu nunca te arrepientas
y quierela aunque sufras
amar es tu destino
por algo Dios te puso
por nombre corazón.
amor sin desengaño
me duele que lo sepas corazón
querer es admitir que tienes que sufrir
Tal vez te has encontrado
con un amor sincero
pero no estés confiado corazón
tarde o temprano llorarás
Existen tantas cosas
en contra de un cariño
la vida es como un niño
que juega por capricho
con nuestro gran dolor
Tu nunca te arrepientas
y quierela aunque sufras
amar es tu destino
por algo Dios te puso
por nombre corazón.
martes, 31 de mayo de 2011
Don Quijote - José María Vargas Vila
Y, porque Cervantes, no escribió un libro, sino el libro;/porque no pintó el alma española, sino el alma humana;/porque no retrató a un hombre, sino al Hombre; porque no contó una vida, sino cantó la Vida; por eso, aquella Biblia del Dolor Heroico, es universal;/ todos la leemos y la amamos;
Prologo del libro Don Quijote de la Mancha
lunes, 9 de mayo de 2011
Fragmento #1 Luz del mundo - Peter Seewald
Exactamente un año después de ciernen sobre la Iglesia católica las nubes más negras. Como de un profundo abismo salen a la luz, provenientes del pasado, innumerables e inconcebibles casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes y religiosos. Las nubes arrojan su sombra también sobre la sede de Pedro. Ya nadie habla más de la condición de instancia mortal para el mundo, reconocida por lo común a un papa. ¿Qué tan grande es esta crisis? ¿Es realmente, como hemos podido leer en ocasiones, una de las mayores en la historia de la Iglesia?
Sí, hay que decir que es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros. De pronto, tanta suciedad. Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así. Algunos sacerdotes han manifestado que ya no se atrevían a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños.
El asunto no llegó para mí de forma totalmente inesperada. Ya en la Congregación para la Doctrina de la Fe había tenido que ocuparme de los casos de Estados Unidos; también había visto surgir la situación en Irlanda. Pero, a pesar de ello, en esta magnitud fue igualmente un shock inaudito. Desde mi elección a la sede de Pedro me había encontrado ya varias veces con víctimas de abuso sexual. Tres años y medio antes, en octubre de 2006, había exigido en mi discurso a los obispos de Irlanda sacar a la luz la verdad, hacer todo lo necesario para que no se repitan crímenes tan tremendos, garantizar que se respeten los principios del derecho y de la justicia y, sobre todo, curar a las víctimas.
Ver de pronto tan enlodado el sacerdocio y, con él, a la misma Iglesia católica en lo más íntimo era algo que, realmente, primero había que asimilar. Pero al mismo tiempo, no había que perder de vista que en la Iglesia existe lo bueno, y no sólo esas cosas terribles.
Los casos de abuso en el ámbito eclesial son más graves que en otros ámbitos. Quien tiene una consagración más elevada tiene que satisfacer también exigencias más altas. Como usted dijo, ya al comienzo del siglo se conocía una serie de casos de abuso en Estados Unidos. Después de que el informe Ryan pusiese al descubierto la enorme magnitud del abuso sexual también en Irlanda, la Iglesia se encontró en un nuevo país frente a un montón de añicos. “Llevará generaciones repararlo”, dijo el religioso irlandés Vincent Twomey.
En Irlanda el problema se plantea de forma muy específica: allá existe una sociedad católica por así decirlo cerrada, que permaneció siempre fiel a pesar de una opresión de siglos, pero en la que, por lo visto, pudieron surgir también determinadas actitudes. No puedo analizarlo ahora en detalle. Ver en semejante situación a un país que ha dado al mundo tantos misioneros, tantos santos, que se encuentra también en el origen de nuestra fe en Alemania y donde, hoy como ayer, sigue habiendo muchos buenos sacerdotes, es algo tremendamente estremecedor y oprimente. Sobre todo, naturalmente, para los católicos en la misma Irlanda, donde sigue habiendo muchos buenos sacerdotes. Cómo puede hacer sucedido esto es algo que es preciso examinar con todo detalle, pero al mismo tiempo, hemos de ver qué puede hacerse para que no vuelva a suceder algo semejante.
Tiene usted razón. Es un pecado especialmente grave que alguien que, en realidad, debe ayudar a los hombres a llegar a Dios, alguien a quien un niño, un joven se confía para encontrar al Señor, en lugar de ello abuse de él y así lo aleje del Señor. De ese modo, la fe en cuanto tal pierde credibilidad, la Iglesia no puede presentarse más de forma creíble como mensajera del Señor. Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo. No obstante, el Señor nos ha dicho que habrá cizaña en el trigo, pero que la semilla, su semilla, seguirá creciendo. En eso confiamos.
No es sólo el abuso el que estremece, sino también el trato que se le ha dado. Los hechos fueron callados y encubiertos durante décadas. Una declaración de bancarrota para una institución que ha escrito en su bandera el amor.
Al respecto me comentó algo muy interesante el arzobispo de Dublín. Dijo que el derecho penal eclesial funcionó hasta los últimos años de la década de 1950; que si bien no había sido perfecto –mucho hay en ello para criticar-, se lo aplicaba. Pero desde mediados de la década de 1960 dejó simplemente de aplicarse. Imperaba la consciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho, sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la consciencia de que el castigo puede ser un acto de amor.
En ese entonces se dio también entre gente muy buena una peculiar ofuscación del pensamiento.
Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado están en su recto equilibrio mediante un castigo aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad. Y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado en contra del verdadero amor.
En Alemania la avalancha de los abusos descubiertos se puso en movimiento porque, esta vez, la misma Iglesia salió a la palestra de la opinión pública. Un colegio de jesuitas en Berlín avisó de los primeros casos, pero pronto se conocieron también crímenes ocurridos en otras instituciones, y no sólo en las católicas. Pero ¿por qué las revelaciones de Estados Unidos e Irlanda no fueron utilizadas como ocasión para investigar de inmediato en otros países, para ponerse en contacto con víctimas –y apartar también de ese modo a los autores, que posiblemente estaban aún en activo-?
A la cuestión en Estados Unidos reaccionamos de inmediato con normas más estrictas. Además, se mejoró la cooperación entre la justicia secular y la eclesiástica. ¿Habría sido tarea de Roma decir a todos los países: fijaos si las cosas son así también en vuestro caso? Tal vez deberíamos haberlo hecho. Para mí fue de todos modos una sorpresa que también en Alemania existiese el abuso en esa magnitud.
Que los diarios y la televisión informen intensamente sobre tales cosas está dentro del servicio de una información irrenunciable. Sin embargo, la unilateralidad de tinte ideológico y la agresividad de ciertos medios asumió aquí la forma de una guerra de propaganda carente de toda medida. Con independencia de eso, el papa dijo con autoridad: “La mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”.
Saltaba a la vista que la información dada por la prensa no estaba guiada por la pura voluntad de transmitir la verdad sino que había también un goce en desairar a la Iglesia y en desacreditarla lo más posible. Pero, más allá de ello, debía quedar siempre claro que, en la medida en que es verdad, tenemos que estar agradecidos por toda información. La verdad, unida al amor bien entendido, es el valor número uno. Por último, los medios no podrían haber informado de esa manera si el mal no estuviese presente en la misma Iglesia. Sólo porque el mal estaba en la Iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra.
Ernest Wolfgang Bockenforde, un ex juez del Tribunal Constitucional de Alemania, dijo: “Las palabras pronunciadas por el papa Benedicto años atrás en Estados Unidos y ahora en su carta a los católicos de Irlanda no podrían ser más enérgicas”. Según Bockenforde, la verdadera razón de este equivoco desarrollo que se verificó durante décadas se encuentra en un modo hondamente arraigado de actuar según una “razón de Iglesia”. El bien y el prestigio de la Iglesia está, según ello, por encima de todo. En cambio, el bien de las víctimas pasa por sí solo a un segundo plano, a pesar de que, en realidad, son ellas los que necesitan en primerísimo lugar la protección de la Iglesia.
Por supuesto, no es un análisis fácil. ¿Qué significa “razón de Iglesia”? ¿Por qué no se reaccionaba antes de la misma forma en que se reacciona hoy? Tampoco la prensa recogía antes este tipo de cosas, la consciencia en ese entonces era diferente. Sabemos que justamente las propias víctimas experimentan mucha vergüenza, y no necesariamente quieren ser arrastradas a la luz pública. Muchas fueron capaces de manifestar lo que les había pasado sólo después de décadas.
Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación; en segundo lugar, evitar lo más que se pueda estos hechos por medio de una correcta selección de los candidatos al sacerdocio; y, en tercer lugar, que los autores de los hechos sean castigados y que se les excluya de toda posibilidad de reincidir. En qué medida tienen que hacerse públicos los hechos es, según creo, de por sí una pregunta que tendrá también diferentes respuestas en las diferentes fases de consciencia de la opinión pública.
Pero lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños. Como he dicho, lo que está primero es el amor a las víctimas, el esfuerzo por hacerles todo el bien posible a fin de ayudarlos a procesar lo que han vivido.
Usted se ha manifestado en diferentes ocasiones acerca de los casos de abuso, no en último término en la carta pastoral a los católicos de Irlanda que acabamos de mencionar. No obstante, han seguido apareciendo sin parar titulares como “El papa calla acerca de los casos de abuso”, “El papa se envuelve en silencio”, “El papa Benedicto calla acerca de los escándalos de abuso en la Iglesia católica”. ¿No habrá algunas cosas que habría que haber dicho con más frecuencia, o en voz más alta, en un mundo tan ruidoso, que se ha hecho tardo de oídos?
Por supuesto, uno puede preguntarse eso. En sí, pienso que todo lo esencial ya se ha dicho. Lo que se dirigía a Irlanda no fue dicho sólo para Irlanda. En tal sentido, la palabra de la Iglesia y del papa ha sido totalmente clara e inequívoca, y se la ha podido escuchar en todas partes. En Alemania teníamos que dejar primero la palabra a los obispos. Pero siempre se puede preguntar si el papa no debería hablar con más frecuencia. En este momento no me atrevería a decidirlo.
Pero, en última instancia, es usted quien tiene que decidirlo. Posiblemente, una mejor comunicación habría tenido un efecto positivo en la situación.
Sí, es correcto. Pero pienso que, por un lado, lo esencial ya se ha dicho realmente. Y, en realidad, el hecho de que no vale sólo para Irlanda estaba claro. Por otro lado, como ya he dicho, la palabra corresponde en primer lugar a los obispos. En tal sentido, seguramente no ha sido erróneo esperar un poco.
La mayoría de estos incidentes sucedió hace décadas. No obstante, representan una carga especialmente para su pontificado. ¿Ha pensado usted en renunciar?
Si el peligro es grande no se debe huir de él. Por eso, ciertamente no es el momento de renunciar. Justamente en un momento como éste hay que permanecer firme y arrostrar la situación difícil. Esa es mi concepción. Se puede renunciar en un momento sereno, o cuando ya no se puede más. Pero no se puede huir en el peligro y decir: que lo haga otro.
Por tanto, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del papa?
Sí. Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar.
Quien seguía en esos días los medios de comunicación de masas no podía dejar de tener la impresión de que la Iglesia católica es un único sistema de injusticia y de crímenes sexuales. Según se decía irreflexivamente, existe una relación inmediata entre doctrina sexual católica, celibato y abuso. En segundo plano quedó el hecho de que hay casos semejantes en instituciones no católicas. Según el criminólogo Christian Pfeiffer, del ámbito de los colaboradores de la Iglesia católica proviene aproximadamente el 0.1% de los autores de abusos; el 99.9% proviene de otros ámbitos. Según un informe gubernamental estadounidense, el porcentaje de sacerdotes que estuvieron implicados en casos de pedofilia en el año 2008 en Estados Unidos asciende al 0.03%. la publicación protestante Christian Science Monitor publicó un estudio según el cual las Iglesias protestantes de Estados Unidos están afectadas por un porcentaje mucho más elevado de pedofilia.
¿Se observa y valora con un criterio desigual a la Iglesia católica en el tema de los abusos?
En realidad, usted mismo ha dado ya la respuesta. Si se ven las proporciones reales, aunque eso no nos justifica para mirar hacia otra parte o para minimizar los hechos, hemos de constatar también que en estas cosas no se trata de algo específico del sacerdocio católico o de la Iglesia católica. Lamentablemente, éstas hunden sus raíces en la situación pecaminosa del ser humano, que está presente también en la Iglesia católica y que ha llevado a estos terribles resultados.
Sin embargo, también es importante no perder de vista, al mismo tiempo, todo lo bueno que acontece a través de la Iglesia: no dejar de ver a cuántos seres humanos se está ayudando en el sufrimiento, a cuántos enfermos, a cuantos niños se acompaña, cuánta ayuda se presta. Pienso que, así como no debemos minimizar lo malo, en igual medida tenemos que estar agradecidos y poner a la vista cuánta luz se difunde desde la Iglesia católica. Si la Iglesia dejara de estar presente, significaría un colapso de espacios vitales enteros.
Y sin embargo, a muchos les resulta difícil mantener su adhesión a la Iglesia. ¿Puede usted entender que haya personas que, como protesta, responden con su salida de la Iglesia?
Puedo entenderlo. Pienso sobre todo en las mismas victimas. Puedo entender que les resulte difícil seguir creyendo que la Iglesia es fuente de bien, que ella transmite la luz de Cristo, que ayuda a vivir. Y otros, que sólo tienen estas percepciones negativas, no ven después tampoco la totalidad viviente de la Iglesia. Por eso, tanto más debe esforzarse la Iglesia en que lo vivo y grande que hay en ella se haga nuevamente visible, a pesar de todo lo negativo.
Después de que se conocieran los casos de abuso en Estados Unidos, usted, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dictó normas acerca del modo en que debían tratarse estos casos. En ellas se aborda también la cuestión de la cooperación con las autoridades policiales del Estado y otras medidas de carácter preventivo. Según esas normas, debía evitarse todo encubrimiento. En el año 2003, las normas se hicieron aún más estrictas. ¿Qué consecuencias extrae el Vaticano de los nuevos casos que se han conocido?
Ahora estas normas han sido sometidas a una reelaboración, y hace poco fueron promulgadas en una versión definitiva. Siempre en continuidad con las experiencias realizadas a fin de poder reaccionar mejor, con más exactitud y de forma más correcta esta situación. Sin embargo, el solo derecho penal no basta. Pues una cosa es tratar correctamente los casos, pero otra es cuidar de que, en lo posible, no ocurran más. Con ese fin hemos hecho llevar a cabo en Estados Unidos una gran visita canónica de los seminarios. Por lo visto, aquí ha habido también omisiones, de modo que no se siguió de forma suficientemente precisa a los jóvenes que parecían tener un talento especial para la labor con la juventud y también una disposición religiosa, pero en los que habría que haber reconocido que no eran aptos para el sacerdocio.
Es decir que la prevención es también un aspecto importante. A esto se agrega la necesidad de una educación positiva para la verdadera castidad y para el trato correcto con la sexualidad propia y ajena. Seguramente, respecto de este punto hay también mucho por desarrollar en lo teológico así como en cuanto al clima correspondiente. Naturalmente, también toda la comunidad de fe tendría que intervenir siempre con su pensamiento y acción en cuanto a las vocaciones y prestar atención a los distintos candidatos. Por una parte, conducirlos y sostenerlos, y por la otra ayudar también a los superiores a reconocer si las personas son aptas o no. Por tanto, tiene que ser todo un conjunto de medidas, por una parte preventivas, por la otra respectivas, y finalmente positivas en la creación de un clima espiritual en el que estas cosas puedan eliminarse, superarse y excluirse lo más posible.
Recientemente se encontró usted en Malta con varias víctimas de abusos. Una de ellas, Joseph Magro, dijo después: “El papa lloró conmigo, a pesar de que no tiene culpa alguna de lo que me sucedió”. ¿Qué pudo decirle a las víctimas?
En realidad, no pude decirle nada especial. Pude decirles que me toca en lo más hondo. Que sufro con ellos. Y no era sólo una frase hecha, sino que realmente me llega al corazón. Y pude decirles también que la Iglesia hará todo lo que esté a su alcance para que esto no llegue a suceder, y que queremos ayudarles lo mejor que podamos. Finalmente, que los sostenemos en nuestra oración y pedimos para que no pierdan la fe en Cristo, como la verdadera luz, y en la comunidad viva de la Iglesia.
Fragmento del libro Luz del Mundo
Sí, hay que decir que es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros. De pronto, tanta suciedad. Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así. Algunos sacerdotes han manifestado que ya no se atrevían a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños.
El asunto no llegó para mí de forma totalmente inesperada. Ya en la Congregación para la Doctrina de la Fe había tenido que ocuparme de los casos de Estados Unidos; también había visto surgir la situación en Irlanda. Pero, a pesar de ello, en esta magnitud fue igualmente un shock inaudito. Desde mi elección a la sede de Pedro me había encontrado ya varias veces con víctimas de abuso sexual. Tres años y medio antes, en octubre de 2006, había exigido en mi discurso a los obispos de Irlanda sacar a la luz la verdad, hacer todo lo necesario para que no se repitan crímenes tan tremendos, garantizar que se respeten los principios del derecho y de la justicia y, sobre todo, curar a las víctimas.
Ver de pronto tan enlodado el sacerdocio y, con él, a la misma Iglesia católica en lo más íntimo era algo que, realmente, primero había que asimilar. Pero al mismo tiempo, no había que perder de vista que en la Iglesia existe lo bueno, y no sólo esas cosas terribles.
Los casos de abuso en el ámbito eclesial son más graves que en otros ámbitos. Quien tiene una consagración más elevada tiene que satisfacer también exigencias más altas. Como usted dijo, ya al comienzo del siglo se conocía una serie de casos de abuso en Estados Unidos. Después de que el informe Ryan pusiese al descubierto la enorme magnitud del abuso sexual también en Irlanda, la Iglesia se encontró en un nuevo país frente a un montón de añicos. “Llevará generaciones repararlo”, dijo el religioso irlandés Vincent Twomey.
En Irlanda el problema se plantea de forma muy específica: allá existe una sociedad católica por así decirlo cerrada, que permaneció siempre fiel a pesar de una opresión de siglos, pero en la que, por lo visto, pudieron surgir también determinadas actitudes. No puedo analizarlo ahora en detalle. Ver en semejante situación a un país que ha dado al mundo tantos misioneros, tantos santos, que se encuentra también en el origen de nuestra fe en Alemania y donde, hoy como ayer, sigue habiendo muchos buenos sacerdotes, es algo tremendamente estremecedor y oprimente. Sobre todo, naturalmente, para los católicos en la misma Irlanda, donde sigue habiendo muchos buenos sacerdotes. Cómo puede hacer sucedido esto es algo que es preciso examinar con todo detalle, pero al mismo tiempo, hemos de ver qué puede hacerse para que no vuelva a suceder algo semejante.
Tiene usted razón. Es un pecado especialmente grave que alguien que, en realidad, debe ayudar a los hombres a llegar a Dios, alguien a quien un niño, un joven se confía para encontrar al Señor, en lugar de ello abuse de él y así lo aleje del Señor. De ese modo, la fe en cuanto tal pierde credibilidad, la Iglesia no puede presentarse más de forma creíble como mensajera del Señor. Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo. No obstante, el Señor nos ha dicho que habrá cizaña en el trigo, pero que la semilla, su semilla, seguirá creciendo. En eso confiamos.
No es sólo el abuso el que estremece, sino también el trato que se le ha dado. Los hechos fueron callados y encubiertos durante décadas. Una declaración de bancarrota para una institución que ha escrito en su bandera el amor.
Al respecto me comentó algo muy interesante el arzobispo de Dublín. Dijo que el derecho penal eclesial funcionó hasta los últimos años de la década de 1950; que si bien no había sido perfecto –mucho hay en ello para criticar-, se lo aplicaba. Pero desde mediados de la década de 1960 dejó simplemente de aplicarse. Imperaba la consciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho, sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la consciencia de que el castigo puede ser un acto de amor.
En ese entonces se dio también entre gente muy buena una peculiar ofuscación del pensamiento.
Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado están en su recto equilibrio mediante un castigo aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad. Y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado en contra del verdadero amor.
En Alemania la avalancha de los abusos descubiertos se puso en movimiento porque, esta vez, la misma Iglesia salió a la palestra de la opinión pública. Un colegio de jesuitas en Berlín avisó de los primeros casos, pero pronto se conocieron también crímenes ocurridos en otras instituciones, y no sólo en las católicas. Pero ¿por qué las revelaciones de Estados Unidos e Irlanda no fueron utilizadas como ocasión para investigar de inmediato en otros países, para ponerse en contacto con víctimas –y apartar también de ese modo a los autores, que posiblemente estaban aún en activo-?
A la cuestión en Estados Unidos reaccionamos de inmediato con normas más estrictas. Además, se mejoró la cooperación entre la justicia secular y la eclesiástica. ¿Habría sido tarea de Roma decir a todos los países: fijaos si las cosas son así también en vuestro caso? Tal vez deberíamos haberlo hecho. Para mí fue de todos modos una sorpresa que también en Alemania existiese el abuso en esa magnitud.
Que los diarios y la televisión informen intensamente sobre tales cosas está dentro del servicio de una información irrenunciable. Sin embargo, la unilateralidad de tinte ideológico y la agresividad de ciertos medios asumió aquí la forma de una guerra de propaganda carente de toda medida. Con independencia de eso, el papa dijo con autoridad: “La mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”.
Saltaba a la vista que la información dada por la prensa no estaba guiada por la pura voluntad de transmitir la verdad sino que había también un goce en desairar a la Iglesia y en desacreditarla lo más posible. Pero, más allá de ello, debía quedar siempre claro que, en la medida en que es verdad, tenemos que estar agradecidos por toda información. La verdad, unida al amor bien entendido, es el valor número uno. Por último, los medios no podrían haber informado de esa manera si el mal no estuviese presente en la misma Iglesia. Sólo porque el mal estaba en la Iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra.
Ernest Wolfgang Bockenforde, un ex juez del Tribunal Constitucional de Alemania, dijo: “Las palabras pronunciadas por el papa Benedicto años atrás en Estados Unidos y ahora en su carta a los católicos de Irlanda no podrían ser más enérgicas”. Según Bockenforde, la verdadera razón de este equivoco desarrollo que se verificó durante décadas se encuentra en un modo hondamente arraigado de actuar según una “razón de Iglesia”. El bien y el prestigio de la Iglesia está, según ello, por encima de todo. En cambio, el bien de las víctimas pasa por sí solo a un segundo plano, a pesar de que, en realidad, son ellas los que necesitan en primerísimo lugar la protección de la Iglesia.
Por supuesto, no es un análisis fácil. ¿Qué significa “razón de Iglesia”? ¿Por qué no se reaccionaba antes de la misma forma en que se reacciona hoy? Tampoco la prensa recogía antes este tipo de cosas, la consciencia en ese entonces era diferente. Sabemos que justamente las propias víctimas experimentan mucha vergüenza, y no necesariamente quieren ser arrastradas a la luz pública. Muchas fueron capaces de manifestar lo que les había pasado sólo después de décadas.
Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación; en segundo lugar, evitar lo más que se pueda estos hechos por medio de una correcta selección de los candidatos al sacerdocio; y, en tercer lugar, que los autores de los hechos sean castigados y que se les excluya de toda posibilidad de reincidir. En qué medida tienen que hacerse públicos los hechos es, según creo, de por sí una pregunta que tendrá también diferentes respuestas en las diferentes fases de consciencia de la opinión pública.
Pero lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños. Como he dicho, lo que está primero es el amor a las víctimas, el esfuerzo por hacerles todo el bien posible a fin de ayudarlos a procesar lo que han vivido.
Usted se ha manifestado en diferentes ocasiones acerca de los casos de abuso, no en último término en la carta pastoral a los católicos de Irlanda que acabamos de mencionar. No obstante, han seguido apareciendo sin parar titulares como “El papa calla acerca de los casos de abuso”, “El papa se envuelve en silencio”, “El papa Benedicto calla acerca de los escándalos de abuso en la Iglesia católica”. ¿No habrá algunas cosas que habría que haber dicho con más frecuencia, o en voz más alta, en un mundo tan ruidoso, que se ha hecho tardo de oídos?
Por supuesto, uno puede preguntarse eso. En sí, pienso que todo lo esencial ya se ha dicho. Lo que se dirigía a Irlanda no fue dicho sólo para Irlanda. En tal sentido, la palabra de la Iglesia y del papa ha sido totalmente clara e inequívoca, y se la ha podido escuchar en todas partes. En Alemania teníamos que dejar primero la palabra a los obispos. Pero siempre se puede preguntar si el papa no debería hablar con más frecuencia. En este momento no me atrevería a decidirlo.
Pero, en última instancia, es usted quien tiene que decidirlo. Posiblemente, una mejor comunicación habría tenido un efecto positivo en la situación.
Sí, es correcto. Pero pienso que, por un lado, lo esencial ya se ha dicho realmente. Y, en realidad, el hecho de que no vale sólo para Irlanda estaba claro. Por otro lado, como ya he dicho, la palabra corresponde en primer lugar a los obispos. En tal sentido, seguramente no ha sido erróneo esperar un poco.
La mayoría de estos incidentes sucedió hace décadas. No obstante, representan una carga especialmente para su pontificado. ¿Ha pensado usted en renunciar?
Si el peligro es grande no se debe huir de él. Por eso, ciertamente no es el momento de renunciar. Justamente en un momento como éste hay que permanecer firme y arrostrar la situación difícil. Esa es mi concepción. Se puede renunciar en un momento sereno, o cuando ya no se puede más. Pero no se puede huir en el peligro y decir: que lo haga otro.
Por tanto, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del papa?
Sí. Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar.
Quien seguía en esos días los medios de comunicación de masas no podía dejar de tener la impresión de que la Iglesia católica es un único sistema de injusticia y de crímenes sexuales. Según se decía irreflexivamente, existe una relación inmediata entre doctrina sexual católica, celibato y abuso. En segundo plano quedó el hecho de que hay casos semejantes en instituciones no católicas. Según el criminólogo Christian Pfeiffer, del ámbito de los colaboradores de la Iglesia católica proviene aproximadamente el 0.1% de los autores de abusos; el 99.9% proviene de otros ámbitos. Según un informe gubernamental estadounidense, el porcentaje de sacerdotes que estuvieron implicados en casos de pedofilia en el año 2008 en Estados Unidos asciende al 0.03%. la publicación protestante Christian Science Monitor publicó un estudio según el cual las Iglesias protestantes de Estados Unidos están afectadas por un porcentaje mucho más elevado de pedofilia.
¿Se observa y valora con un criterio desigual a la Iglesia católica en el tema de los abusos?
En realidad, usted mismo ha dado ya la respuesta. Si se ven las proporciones reales, aunque eso no nos justifica para mirar hacia otra parte o para minimizar los hechos, hemos de constatar también que en estas cosas no se trata de algo específico del sacerdocio católico o de la Iglesia católica. Lamentablemente, éstas hunden sus raíces en la situación pecaminosa del ser humano, que está presente también en la Iglesia católica y que ha llevado a estos terribles resultados.
Sin embargo, también es importante no perder de vista, al mismo tiempo, todo lo bueno que acontece a través de la Iglesia: no dejar de ver a cuántos seres humanos se está ayudando en el sufrimiento, a cuántos enfermos, a cuantos niños se acompaña, cuánta ayuda se presta. Pienso que, así como no debemos minimizar lo malo, en igual medida tenemos que estar agradecidos y poner a la vista cuánta luz se difunde desde la Iglesia católica. Si la Iglesia dejara de estar presente, significaría un colapso de espacios vitales enteros.
Y sin embargo, a muchos les resulta difícil mantener su adhesión a la Iglesia. ¿Puede usted entender que haya personas que, como protesta, responden con su salida de la Iglesia?
Puedo entenderlo. Pienso sobre todo en las mismas victimas. Puedo entender que les resulte difícil seguir creyendo que la Iglesia es fuente de bien, que ella transmite la luz de Cristo, que ayuda a vivir. Y otros, que sólo tienen estas percepciones negativas, no ven después tampoco la totalidad viviente de la Iglesia. Por eso, tanto más debe esforzarse la Iglesia en que lo vivo y grande que hay en ella se haga nuevamente visible, a pesar de todo lo negativo.
Después de que se conocieran los casos de abuso en Estados Unidos, usted, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dictó normas acerca del modo en que debían tratarse estos casos. En ellas se aborda también la cuestión de la cooperación con las autoridades policiales del Estado y otras medidas de carácter preventivo. Según esas normas, debía evitarse todo encubrimiento. En el año 2003, las normas se hicieron aún más estrictas. ¿Qué consecuencias extrae el Vaticano de los nuevos casos que se han conocido?
Ahora estas normas han sido sometidas a una reelaboración, y hace poco fueron promulgadas en una versión definitiva. Siempre en continuidad con las experiencias realizadas a fin de poder reaccionar mejor, con más exactitud y de forma más correcta esta situación. Sin embargo, el solo derecho penal no basta. Pues una cosa es tratar correctamente los casos, pero otra es cuidar de que, en lo posible, no ocurran más. Con ese fin hemos hecho llevar a cabo en Estados Unidos una gran visita canónica de los seminarios. Por lo visto, aquí ha habido también omisiones, de modo que no se siguió de forma suficientemente precisa a los jóvenes que parecían tener un talento especial para la labor con la juventud y también una disposición religiosa, pero en los que habría que haber reconocido que no eran aptos para el sacerdocio.
Es decir que la prevención es también un aspecto importante. A esto se agrega la necesidad de una educación positiva para la verdadera castidad y para el trato correcto con la sexualidad propia y ajena. Seguramente, respecto de este punto hay también mucho por desarrollar en lo teológico así como en cuanto al clima correspondiente. Naturalmente, también toda la comunidad de fe tendría que intervenir siempre con su pensamiento y acción en cuanto a las vocaciones y prestar atención a los distintos candidatos. Por una parte, conducirlos y sostenerlos, y por la otra ayudar también a los superiores a reconocer si las personas son aptas o no. Por tanto, tiene que ser todo un conjunto de medidas, por una parte preventivas, por la otra respectivas, y finalmente positivas en la creación de un clima espiritual en el que estas cosas puedan eliminarse, superarse y excluirse lo más posible.
Recientemente se encontró usted en Malta con varias víctimas de abusos. Una de ellas, Joseph Magro, dijo después: “El papa lloró conmigo, a pesar de que no tiene culpa alguna de lo que me sucedió”. ¿Qué pudo decirle a las víctimas?
En realidad, no pude decirle nada especial. Pude decirles que me toca en lo más hondo. Que sufro con ellos. Y no era sólo una frase hecha, sino que realmente me llega al corazón. Y pude decirles también que la Iglesia hará todo lo que esté a su alcance para que esto no llegue a suceder, y que queremos ayudarles lo mejor que podamos. Finalmente, que los sostenemos en nuestra oración y pedimos para que no pierdan la fe en Cristo, como la verdadera luz, y en la comunidad viva de la Iglesia.
Fragmento del libro Luz del Mundo
viernes, 6 de mayo de 2011
Tú eres tú - Vicente Gaos
No te merezco, no. Yo canto, canto,
y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto.
Oh, bajo y pobre mundo, limitado
poder de la expresión, oh lengua mía.
en cambio tu mirada, qué logrado
silencio y poderosa luz del día.
Tú me devuelves más que yo te he dado,
pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.
y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto.
Oh, bajo y pobre mundo, limitado
poder de la expresión, oh lengua mía.
en cambio tu mirada, qué logrado
silencio y poderosa luz del día.
Tú me devuelves más que yo te he dado,
pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.
Autobiografía Mark Twain
Si parece que amo mi tema, no es sorprendente, porque quise a mi profesión mucho más que a otra cualquiera que haya seguido desde entonces, y estaba muy orgulloso de ella. La razón es simple: un piloto era, en aquellos tiempos, el único ser humano sin cadenas y enteramente independiente que viviera sobre la tierra. Los reyes no son sino los sirvientes mimados del Parlamento y los pueblos; los Parlamentos están encadenados por sus constituciones; el editor de un periódico no puede ser independiente, sino que debe trabajar con una mano atada por sus patrocinadores, y debe contentarse con expresar tan sólo la mitad de o las dos terceras partes de lo que piensa; ningún clérigo es hombre libre y puede decir la verdad toda sin tomar en cuenta la opinión de sus feligreses; los escritores de todas clases son sirvientes esposados del público. Escribimos con franqueza y sin miedo, pero después “modificamos” antes de imprimir. En verdad, todo hombre y mujer y niño tiene un amo, y se acongoja e impacienta en la servidumbre; pero en el tiempo del que escribo, el piloto de Mississippi no tenía servidumbre alguna.
Extracto del libro Autobiografía de Mark Twain
Extracto del libro Autobiografía de Mark Twain
martes, 5 de abril de 2011
Francis Scott Fitzgerald - Jorge Luis Borges
FRANCIS SCOTT KEY FITZGERALD (1896-1940) nació en St. Paul, Minnesota, de origen irlandés y católico. Se educó en Princeton, que dejó en 1917 para alistarse en el ejército norteamericano. Una de sus primeras ambiciones fue la de ser valiente, pero la guerra terminó antes de que él pudiera entrar en acción. Su vida entera fue una busca de perfecciones; las buscó en los conceptos de juventud, de belleza, de aristocracia y de riqueza, que permiten a los hombres una mayor generosidad, un mayor desinterés y una más espontánea cortesía. Sus personajes corresponden a su experiencia personal, a las primeras ilusiones y al desengaño último. En su obra múltiple sobresalen dos libros: The Great Gatsby (el gran Gatsby), de 1925, la historia de un hombre que intenta en vano recobrar un amor juvenil, en el cual se trasluce la nostalgia del antiguo sueño americano de un mundo nuevo. Daisy y Buchanan, su marido, los muy ricos, los invulnerables, permanecen unidos; Gatsby es destruido. Técnicamente superior, Tender Is The Night (Tierna es la noche), de 1934, analiza la vida de un expatriado que regresa a América para ocultar su fracaso íntimo. Más que ningún otro escritor de su generación, Scott Fitzgerald representa los años que sucedieron a la Primera Guerra Mundial. Fragmento del libro Introducción a la literatura norteamericana escrito por Jorge Luis Borges
Peregrino - Luis Cernuda
¿Volver? Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia de su tierra, su casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere. Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas, sino seguir libre adelante, disponible por siempre, mozo o viejo, sin hijo que te busque, como a Ulises, sin Ítaca que aguarde y sin Penélope. Sigue, sigue adelante y no regreses, fiel hasta el fin del camino y tu vida, no eches de menos un destino más fácil, tus pies sobre la tierra antes no hollada, tus ojos frente a lo antes nunca visto.
lunes, 4 de abril de 2011
Macbeth - William Shakespeare
Macbeth: No me atrevo a volver ni a contemplar lo que hice.
Lady Macbeth: ¡Cobarde! Dame esas dagas. Están como muertos. Parecen estatuas. Eres como el niño a quien asusta la figura del diablo. Yo mancharé de sangre la cara de esos guardas. (Suenan golpes)
Macbeth: ¿Quién va? El más leve rumor me horroriza. ¿Qué manos son las que se levantan, para arranar mis ojos de sus órbitas? No bastaría todo el Océano para lavar la sangre de mis dedos. Ellos bastarían para enrojecerle y mancharle.
Lady Macbeth: También mis manos estás rojas, pero mí alma no desfallece como la tuya. Llaman a la puerta del Mediodía, lavémonos, para evitar toda sospecha tu valor se ha agotado en el primer ímpetu. Oye… Siguen llamando… Ponte el traje de noche. No vean que estamos en vela. No te pierdas en vanas meditaciones.
Macbeth: ¡Oh, se la memoria y el pensamiento se extinguiesen en mí, para no recordar lo que hice!
domingo, 20 de marzo de 2011
Borges En París - Mario Vargas Llosa
En centenario borgiano, el autor peruano evoca los lazos del argentino con la cultura francesa, y recrea una lejana entrevista efectuada en 1961.
FRANCIA ha celebrado el centenario de Borges (1899-1999) por todo lo alto: números monográficos de revistas y suplementos literarios, lluvia de artículos, reediciones de sus libros, y, suprema gloria para un escribidor, su ingreso a la Pléiade, la Biblioteca de los inmortales, con dos compactos volúmenes y un Album especial con imágenes de toda su biografía. En la Academia de Bellas Artes, transformada en laberinto, una vasta exposición preparada por María Kodama y la Fundación Borges documenta cada paso que dio desde su nacimiento hasta su muerte, los libros que leyó y los que escribió, los viajes que hizo y las infinitas condecoraciones y diplomas que le infligieron. El día de la inauguración rutilaban, en el atestado local, luminarias intelectuales y políticas, y -créanlo o no- unas lindas muchachas vestían polos blancos y negros estampados con el nombre de Borges.
Ningún país ha desarrollado mejor que Francia el arte de detectar el genio artístico foráneo y, entronizándolo e irradiándolo, apropiárselo. Viendo la exuberancia y felicidad con que los franceses celebran los cien años del autor de Ficciones, he tenido en estos días la extraña sensación de que Borges hubiera sido paisano, no de Sarmiento y Bioy Casares, sino de Saint-John Perse y Válery. Ahora bien, aunque no lo fuera, es de justicia reconocer que sin el entusiasmo de Francia por su obra, acaso ésta no hubiera alcanzado -no tan pronto- el reconocimiento que, a partir de los años sesenta, hizo de él uno de los autores más traducidos, admirados e imitados en todas las lenguas cultas del planeta.
Tengo la coquetería de creer que yo fui testigo del coup de foudre o amor a primera vista de los franceses por Borges, el año 60 o el 61. Vino a París a participar en un homenaje a Shakespeare organizado por la Unesco, y la intervención de este anciano precoz y semiinválido, a quien Roger Caillois presentó con efervescencia retórica, sorprendió a todo el mundo. Antes que él había hablado el ingenioso Lawrence Durrell, comparando al Bardo con Hollywood, y después Giuseppe Ungaretti, quien leyó, con talento histriónico, sus traducciones al italiano de algunos sonetos de Shakespeare. Pero la exposición de Borges, en un francés acicalado, fantaseando por qué ciertos creadores se tornan símbolos de una cultura -Dante, la italiana, Cervantes, la española, Goethe, la alemana- y cómo Shakespeare se eclipsó para que sus personajes fueran más nítidos y libres, sedujo por su originalidad y sutileza. Días después, su conferencia en el Instituto de América Latina, además de estar de bote a bote, atrajo un abanico de escritores de moda, Roland Barthes entre ellos. Es una de las charlas más deslumbrantes que me ha tocado escuchar. El tema era la literatura fantástica y consistía en ilustrar con breves resúmenes de cuentos y novelas -de diversas lenguas y épocas- los recursos más frecuentes de que este género se vale para "fingir la irrealidad". Inmóvil detrás de su pupitre, con una voz intimidada, como pidiendo excusas, pero, en verdad, con soberbia desenvoltura, el conferenciante parecía llevar en la memoria la literatura universal y desenvolvía su argumentación con tanta elegancia como astucia. "¿Seguro que este escritor viene del país de los gauchos?", exclamó un maravillado espectador, mientras aplaudía rabiosamente (Borges había puesto punto final a su charla con una pregunta efectista: "Y, ahora, decidan ustedes si pertenecen a la literatura realista o a la fantástica").
Sí, venía del país de los gauchos, pero no tenía nada de exótico ni de primitivo y su obra no alardeaba de color local. Ya había escrito varias obras maestras, pero todavía era conocido sólo por pequeñas capillas de devotos, incluso en su país, y sus cuentos y ensayos circulaban en ediciones poco menos que familiares. Francia lo sacó de la catacumba en que languidecía a partir de aquella visita. La revista l'Herne le dedicó un número memorable y Michael Foucault inició el libro de filosofía más influyente de la década -Les mots et les choses- con un comentario borgiano. El entusiasmo fue ecuménico: de Le Figaro a Le Nouvel Observateur, de Les Temps Modernes, de Sartre, a Les Lettres Françaises, de Aragon. Y, como todavía en esos años, en asuntos de cultura, cuando Francia legislaba el resto del mundo obedecía, los latinoamericanos, los españoles, los estadounidenses, los italianos, los alemanes, etcétera, empezaron, a la zaga de los franceses, a leer a Borges. Así empezó la historia que culmina, ahora, en la trompetería y los fastos del centenario.
Aquel Borges que, en aquella visita a París, se resignó a conceder una entrevista (una de mil) al oscuro periodista de la Radiotelevisión francesa que era este escriba, no era aún ese Borges público, esa Persona de gestos, dichos y desplantes algo estereotipados en que luego se convertiría, obligado por la fama y para defenderse de sus estragos. Era, todavía, un sencillo y tímido intelectual porteño pegado a las faldas de su madre, que no acababa de entender la creciente curiosidad y admiración que despertaba, sinceramente abrumado por el chaparrón de premios, elogios, estudios, homenajes que le caían encima, incómodo con la proliferación de discípulos e imitadores que encontraba por donde iba. Es difícil saber si llegó a costumbrarse a ese papel. Tal vez, sí, a juzgar por el desfile vertiginoso de fotos de la Exposición de Beaux Arts en las que se lo ve recibiendo medallas y doctorados, y subiendo a todos los estrados a dar charlas y recitales.
Pero las apariencias son engañosas. Ese Borges de las fotos no era él, sino, como el Shakespeare de su ensayo, una ilusión, un simulador, alguien que iba por el mundo representando a Borges y diciendo las cosas que se esperaba que Borges dijera sobre los laberintos, los tigres, los compadritos, los cuchillos, la rosa del futuro de Wells, el marinero ciego de Stevenson y las Mil y una noches. La primera vez que hablé con él, en aquella entrevista de 1960 o 1961 (recuerdo su respuesta a una de mis preguntas: "¿Qué es para usted la política, Borges?": "Una de las formas del tedio"), estoy seguro de que, por lo menos en algún momento, de verdad hablé, conecté con él. Nunca más volví a tener esa sensación, en los años siguientes. Lo vi muchas veces, en Londres, Buenos Aires, Nueva York, Lima, y volví a entrevistarlo, y hasta lo tuve en mi casa varias horas la última vez. Pero en ninguna de aquellas ocasiones sentí que hablábamos. Ya sólo tenía oyentes, no interlocutores, y acaso un solo mismo oyente -que cambiaba de cara, nombre y lugar- ante el cual iba deshilvanando un curioso, interminable monólogo, detrás del cual se había recluido o enterrado para huir de los demás y hasta de la realidad, como uno de sus personajes. Era el hombre más agasajado del mundo y daba una tremenda impresión de soledad.
¿Lo hicieron más feliz, o menos infeliz, los franceses volviéndole famoso? No hay manera de saberlo, desde luego. Pero todo indica que, contrariamente a lo que podían sugerir los desplantes de su Persona pública, carecía de vanidades terrenales, tenía dudas genuinas sobre la perennidad de su propia obra, y era demasiado lúcido para sentirse colmado con reconocimientos oficiales. Probablemente sólo gozó leyendo, pensando y escribiendo; lo demás, fue secundario, y se prestó a ello, gracias a la buena crianza recibida, guardando muy bien las formas, aunque sin mucha convicción. Por eso, aquella famosa frase que escribió (fue, entre otras cosas, el mejor escritor de frases de su tiempo) -"Muchas cosas he leído y pocas he vivido"- lo retrata de cuerpo entero.
Es seguro que, pese a haber pasado los últimos veinte años de su vida en olor de multitudes, nunca llegó a tener conciencia cabal de la enorme influencia de su obra en la literatura de su tiempo, y menos de la revolución que su manera de escribir significó en la lengua castellana. El estilo de Borges es inteligente y límpido, de una concisión matemática, de audaces adjetivos e insólitas ideas, en el que, como no sobra ni falta nada, rozamos a cada paso ese inquietante misterio que es la perfección. En contra de algunas afirmaciones suyas pesimistas sobre una supuesta incapacidad del español para la precisión y el matiz, el estilo que fraguó demuestra que la lengua española puede ser tan exacta y delicada como la francesa, tan flexible e innovadora como el inglés. El estilo borgeano es uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente. (Para encontrar otro prosista tan inteligente como él hay que retroceder hasta Quevedo, escritor que Borges amó y del que hizo una preciosa antología comentada).
Ahora bien, en la prosa de Borges, por exceso de razón y de ideas, de contención intelectual, hay también, como en la de Quevedo, algo inhumano. Es una prosa que le sirvió maravillosamente para escribir sus fulgurantes relatos fantásticos, la orfebrería de sus ensayos que trasmutaban en literatura toda la existencia, y sus razonados poemas. Pero con esa prosa hubiera sido tan imposible escribir novelas como con la de T.S. Eliot, otro extraordinario estilista al que el exceso de inteligencia también recortó la aprehensión de la vida. Porque la novela es el territorio de la experiencia humana totalizada, de la vida integral, de la imperfección. En ella se mezclan el intelecto y las pasiones, el conocimiento y el instinto, la sensación y la intuición, materia desigual y poliédrica que las ideas, por sí solas, no bastan para expresar. Por eso, los grandes novelistas no son nunca prosistas perfectos. Esa es la razón, sin duda, de la antipatía pertinaz que mereció a Borges el género novelesco, al que definió, en otra de sus célebres frases, como "Desvarío laborioso y empobrecedor".
El juego y el humor rondaron siempre sus textos y sus declaraciones y causaron incontables malentendidos. Quien carece de sentido del humor no entiende a Borges. Había sido en su juventud un esteta provocador, y aunque, luego, se retractó de la "equivocación ultraísta" de sus años mozos, nunca dejó de llevar consigo, escondido, al insolente vanguardista que se divertía soltando impertinencias. Me extraña que entre los infinitos libros que han salido sobre él no haya aparecido aún el que reúna una buena colección de las que dijo. Como llamar a Lorca "un andaluz profesional", hablar del "polvoroso Machado", trastocar el título de una novela de Mallea ("Todo lector perecerá") y homenajear a Sábato diciendo que "su obra puede ser puesta en manos de cualquiera sin ningún peligro". Durante la guerra de las Malvinas dijo otra, más arriesgada y no menos divertida: "Esta es la disputa de dos calvos por un peine". Son chispazos de humor que se agradecen, que revelan que en el interior de ese ser "podrido de literatura" había picardía, malicia, vida.
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© Mario Vargas Llosa, 1999. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1999.
FRANCIA ha celebrado el centenario de Borges (1899-1999) por todo lo alto: números monográficos de revistas y suplementos literarios, lluvia de artículos, reediciones de sus libros, y, suprema gloria para un escribidor, su ingreso a la Pléiade, la Biblioteca de los inmortales, con dos compactos volúmenes y un Album especial con imágenes de toda su biografía. En la Academia de Bellas Artes, transformada en laberinto, una vasta exposición preparada por María Kodama y la Fundación Borges documenta cada paso que dio desde su nacimiento hasta su muerte, los libros que leyó y los que escribió, los viajes que hizo y las infinitas condecoraciones y diplomas que le infligieron. El día de la inauguración rutilaban, en el atestado local, luminarias intelectuales y políticas, y -créanlo o no- unas lindas muchachas vestían polos blancos y negros estampados con el nombre de Borges.
Ningún país ha desarrollado mejor que Francia el arte de detectar el genio artístico foráneo y, entronizándolo e irradiándolo, apropiárselo. Viendo la exuberancia y felicidad con que los franceses celebran los cien años del autor de Ficciones, he tenido en estos días la extraña sensación de que Borges hubiera sido paisano, no de Sarmiento y Bioy Casares, sino de Saint-John Perse y Válery. Ahora bien, aunque no lo fuera, es de justicia reconocer que sin el entusiasmo de Francia por su obra, acaso ésta no hubiera alcanzado -no tan pronto- el reconocimiento que, a partir de los años sesenta, hizo de él uno de los autores más traducidos, admirados e imitados en todas las lenguas cultas del planeta.
Tengo la coquetería de creer que yo fui testigo del coup de foudre o amor a primera vista de los franceses por Borges, el año 60 o el 61. Vino a París a participar en un homenaje a Shakespeare organizado por la Unesco, y la intervención de este anciano precoz y semiinválido, a quien Roger Caillois presentó con efervescencia retórica, sorprendió a todo el mundo. Antes que él había hablado el ingenioso Lawrence Durrell, comparando al Bardo con Hollywood, y después Giuseppe Ungaretti, quien leyó, con talento histriónico, sus traducciones al italiano de algunos sonetos de Shakespeare. Pero la exposición de Borges, en un francés acicalado, fantaseando por qué ciertos creadores se tornan símbolos de una cultura -Dante, la italiana, Cervantes, la española, Goethe, la alemana- y cómo Shakespeare se eclipsó para que sus personajes fueran más nítidos y libres, sedujo por su originalidad y sutileza. Días después, su conferencia en el Instituto de América Latina, además de estar de bote a bote, atrajo un abanico de escritores de moda, Roland Barthes entre ellos. Es una de las charlas más deslumbrantes que me ha tocado escuchar. El tema era la literatura fantástica y consistía en ilustrar con breves resúmenes de cuentos y novelas -de diversas lenguas y épocas- los recursos más frecuentes de que este género se vale para "fingir la irrealidad". Inmóvil detrás de su pupitre, con una voz intimidada, como pidiendo excusas, pero, en verdad, con soberbia desenvoltura, el conferenciante parecía llevar en la memoria la literatura universal y desenvolvía su argumentación con tanta elegancia como astucia. "¿Seguro que este escritor viene del país de los gauchos?", exclamó un maravillado espectador, mientras aplaudía rabiosamente (Borges había puesto punto final a su charla con una pregunta efectista: "Y, ahora, decidan ustedes si pertenecen a la literatura realista o a la fantástica").
Sí, venía del país de los gauchos, pero no tenía nada de exótico ni de primitivo y su obra no alardeaba de color local. Ya había escrito varias obras maestras, pero todavía era conocido sólo por pequeñas capillas de devotos, incluso en su país, y sus cuentos y ensayos circulaban en ediciones poco menos que familiares. Francia lo sacó de la catacumba en que languidecía a partir de aquella visita. La revista l'Herne le dedicó un número memorable y Michael Foucault inició el libro de filosofía más influyente de la década -Les mots et les choses- con un comentario borgiano. El entusiasmo fue ecuménico: de Le Figaro a Le Nouvel Observateur, de Les Temps Modernes, de Sartre, a Les Lettres Françaises, de Aragon. Y, como todavía en esos años, en asuntos de cultura, cuando Francia legislaba el resto del mundo obedecía, los latinoamericanos, los españoles, los estadounidenses, los italianos, los alemanes, etcétera, empezaron, a la zaga de los franceses, a leer a Borges. Así empezó la historia que culmina, ahora, en la trompetería y los fastos del centenario.
Aquel Borges que, en aquella visita a París, se resignó a conceder una entrevista (una de mil) al oscuro periodista de la Radiotelevisión francesa que era este escriba, no era aún ese Borges público, esa Persona de gestos, dichos y desplantes algo estereotipados en que luego se convertiría, obligado por la fama y para defenderse de sus estragos. Era, todavía, un sencillo y tímido intelectual porteño pegado a las faldas de su madre, que no acababa de entender la creciente curiosidad y admiración que despertaba, sinceramente abrumado por el chaparrón de premios, elogios, estudios, homenajes que le caían encima, incómodo con la proliferación de discípulos e imitadores que encontraba por donde iba. Es difícil saber si llegó a costumbrarse a ese papel. Tal vez, sí, a juzgar por el desfile vertiginoso de fotos de la Exposición de Beaux Arts en las que se lo ve recibiendo medallas y doctorados, y subiendo a todos los estrados a dar charlas y recitales.
Pero las apariencias son engañosas. Ese Borges de las fotos no era él, sino, como el Shakespeare de su ensayo, una ilusión, un simulador, alguien que iba por el mundo representando a Borges y diciendo las cosas que se esperaba que Borges dijera sobre los laberintos, los tigres, los compadritos, los cuchillos, la rosa del futuro de Wells, el marinero ciego de Stevenson y las Mil y una noches. La primera vez que hablé con él, en aquella entrevista de 1960 o 1961 (recuerdo su respuesta a una de mis preguntas: "¿Qué es para usted la política, Borges?": "Una de las formas del tedio"), estoy seguro de que, por lo menos en algún momento, de verdad hablé, conecté con él. Nunca más volví a tener esa sensación, en los años siguientes. Lo vi muchas veces, en Londres, Buenos Aires, Nueva York, Lima, y volví a entrevistarlo, y hasta lo tuve en mi casa varias horas la última vez. Pero en ninguna de aquellas ocasiones sentí que hablábamos. Ya sólo tenía oyentes, no interlocutores, y acaso un solo mismo oyente -que cambiaba de cara, nombre y lugar- ante el cual iba deshilvanando un curioso, interminable monólogo, detrás del cual se había recluido o enterrado para huir de los demás y hasta de la realidad, como uno de sus personajes. Era el hombre más agasajado del mundo y daba una tremenda impresión de soledad.
¿Lo hicieron más feliz, o menos infeliz, los franceses volviéndole famoso? No hay manera de saberlo, desde luego. Pero todo indica que, contrariamente a lo que podían sugerir los desplantes de su Persona pública, carecía de vanidades terrenales, tenía dudas genuinas sobre la perennidad de su propia obra, y era demasiado lúcido para sentirse colmado con reconocimientos oficiales. Probablemente sólo gozó leyendo, pensando y escribiendo; lo demás, fue secundario, y se prestó a ello, gracias a la buena crianza recibida, guardando muy bien las formas, aunque sin mucha convicción. Por eso, aquella famosa frase que escribió (fue, entre otras cosas, el mejor escritor de frases de su tiempo) -"Muchas cosas he leído y pocas he vivido"- lo retrata de cuerpo entero.
Es seguro que, pese a haber pasado los últimos veinte años de su vida en olor de multitudes, nunca llegó a tener conciencia cabal de la enorme influencia de su obra en la literatura de su tiempo, y menos de la revolución que su manera de escribir significó en la lengua castellana. El estilo de Borges es inteligente y límpido, de una concisión matemática, de audaces adjetivos e insólitas ideas, en el que, como no sobra ni falta nada, rozamos a cada paso ese inquietante misterio que es la perfección. En contra de algunas afirmaciones suyas pesimistas sobre una supuesta incapacidad del español para la precisión y el matiz, el estilo que fraguó demuestra que la lengua española puede ser tan exacta y delicada como la francesa, tan flexible e innovadora como el inglés. El estilo borgeano es uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente. (Para encontrar otro prosista tan inteligente como él hay que retroceder hasta Quevedo, escritor que Borges amó y del que hizo una preciosa antología comentada).
Ahora bien, en la prosa de Borges, por exceso de razón y de ideas, de contención intelectual, hay también, como en la de Quevedo, algo inhumano. Es una prosa que le sirvió maravillosamente para escribir sus fulgurantes relatos fantásticos, la orfebrería de sus ensayos que trasmutaban en literatura toda la existencia, y sus razonados poemas. Pero con esa prosa hubiera sido tan imposible escribir novelas como con la de T.S. Eliot, otro extraordinario estilista al que el exceso de inteligencia también recortó la aprehensión de la vida. Porque la novela es el territorio de la experiencia humana totalizada, de la vida integral, de la imperfección. En ella se mezclan el intelecto y las pasiones, el conocimiento y el instinto, la sensación y la intuición, materia desigual y poliédrica que las ideas, por sí solas, no bastan para expresar. Por eso, los grandes novelistas no son nunca prosistas perfectos. Esa es la razón, sin duda, de la antipatía pertinaz que mereció a Borges el género novelesco, al que definió, en otra de sus célebres frases, como "Desvarío laborioso y empobrecedor".
El juego y el humor rondaron siempre sus textos y sus declaraciones y causaron incontables malentendidos. Quien carece de sentido del humor no entiende a Borges. Había sido en su juventud un esteta provocador, y aunque, luego, se retractó de la "equivocación ultraísta" de sus años mozos, nunca dejó de llevar consigo, escondido, al insolente vanguardista que se divertía soltando impertinencias. Me extraña que entre los infinitos libros que han salido sobre él no haya aparecido aún el que reúna una buena colección de las que dijo. Como llamar a Lorca "un andaluz profesional", hablar del "polvoroso Machado", trastocar el título de una novela de Mallea ("Todo lector perecerá") y homenajear a Sábato diciendo que "su obra puede ser puesta en manos de cualquiera sin ningún peligro". Durante la guerra de las Malvinas dijo otra, más arriesgada y no menos divertida: "Esta es la disputa de dos calvos por un peine". Son chispazos de humor que se agradecen, que revelan que en el interior de ese ser "podrido de literatura" había picardía, malicia, vida.
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© Mario Vargas Llosa, 1999. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1999.
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